Danza de seducción#2

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Cautivada por su grosor, vi cómo se alzaba y se asomaba el glande. El hombre dejó caer la toalla finalmente exponiendo la elasticidad y firmeza de su polla. Cerró mi boca abierta con los nudillos de sus dedos y me alzó el rostro para que me encontrar con el fulgor y radiante verde de sus ojos. Me agarró la mano derecha, la que segundos antes había dejado caer el bolso y el panfleto publicitario para agarrarme a sus bíceps, y la condujo a sus aterciopelados testículos, para que con sutileza y destreza se los masajeara y así darle placer. Esbozó una mueca de ligero dolor.

–Creí que serías más experta en el arte de la masturbación. –Retiré la mano avergonzada por mi falta de pericia. Hacía tanto que mi marido no reclamaba tales atenciones que me había vuelto torpe e insegura. Hice ademán de agachar la cabeza, pero Phillip recorrió su lengua por mi oreja y susurró– En ese caso, tendré que hacer algo al respecto. ¿Has olvidado cómo mover la lengua? –preguntó segundos antes de deslizar la mano debajo de mi falda, recorriendo las carnes de mis muslos e introducir los dedos, apartando la tela de la ropa interior de las nalgas para, con suavidad introducir unos dedos en el ano y otro en el interior de la vagina.

Me derretí como un helado en pleno verano: los fluidos recorrían libres entre ambos orificios y lubricaban las partes más sensibles. Expulsé un intenso jadeo que él acalló con un caliente beso que se convirtió en una turbina dentro de la boca. Levanté una de las piernas para apoyarla sobre él y que tuviera mejor acceso a cada rincón viscoso y oscuro de mi anatomía más intima y empecé a trazar suave y sinuosamente mis dedos por el tronco de su miembro, que se tensó y le rozó el ombligo. Cambié la dirección de la cabeza sin detener un solo segundo de alimentarme de él, y en un momento dado, cuando Phillip extrajo los pegajosos y empapados dedos, el líquido empezó a descender por mis muslos. Empujó la lengua hacia afuera, descendí la pierna y sin detenerme marqué su torso y su vientre con pequeños y amorosos besos hasta llegar a su glande.

Aferrada a sus glúteos, me arrodillé y deslicé mi lengua por su casco. El hombre inspiró profundamente y proseguí con el mismo ejercicio por todo el cuerpo de su polla, lenta y pausadamente para volverlo loco. Recordaba de mi juventud haber recibido un don especial: una prodigiosa y larga lengua que atormentaba a los hombres y los apaciguaba de sus instintos más primitivos. Les arrebataba parte de sus fuerzas y energía espiritual. Emergió un líquido preseminal que limpié con la lengua, y a continuación, inundé mi boca en aquel falo que se me atragantaría en el fondo más lejano de la cavidad bucal. Agarré su pene con una mano y con fuerza, fui deslizando la boca de afuera hacia dentro hasta que se descargara dentro de mí. La corrida llegó de manera repentina y con tanta abundancia que emergió a borbotones por la comisura de mis labios. Aparté la cabeza y tosí repetidas veces, aún con el sabor amargo de leche en mi paladar.

Extasiado, se dejó caer al suelo aún con el miembro erecto. Ardiente, como sus juegos de manos me habían dejado, me saqué las bragas y las lancé a un rincón. Me subí sobre él con la única idea de que me llenara, pasó una mano por mis mejillas apartándome los mechones de un cabello ondulado y mal cuidado.

–La tela, me molesta. –Haciendo referencia a mi falda marrón que llegaba hasta las rodillas– Quiero verte entera.

Me ruboricé. Nunca había amado a alguien completamente desnuda y tan expuesta: con las luces del mediodía y sentados en el suelo.

–Mi cuerpo no es como el tuyo, joven y atlético, está lleno de deformidades y defectos que me avergüenza que veas –confesé.

Phillip bufó al aire, restándole toda la importancia que yo le daba.

–Estupideces –espetó. Me subió la gruesa y oscura tela hasta reducirla a la mínima expresión en mi cintura, y contempló maravillado mis vigorosos y anchos muslos llenos de estrías y piel de naranja. Se aferró a la carne con ímpetu y me empujó hacia él para hundirse dentro de mí– Es jodidamente sexy.

Aullé un jadeo justo en la invasión: fuerte, duro y placentero, y con los dedos arañando sus pectorales rozando de vez en cuando sus sensibles y duros pezones, inicié unos movimientos rápidos y continuos encima de él, que en cada embestida provocaba sobre mi cuerpo sotar un gruñido tintado por el placer y el goce. Además de cerrar mis puños sobre él como un acto de posesión con más necesidad. Phillip imitaba mis sonidos con la misma fuerza y el mismo cariz altamente sexual.

Cabalgaba sobre él ajena al tiempo y al lugar, solo pendiente del sabor de sus labios y de la incipiente capa de humedad que cubría su piel y sus cabellos. Lo agarré por los costados de la cara introduciendo los dedos en su mata de cabello oscura. Sentía el tacto sedoso de sus hebras entre mis falanges y olía al fuerte y dulce sabor de la fruta roja como si la tastara con la boca, gemía con los labios pegados a su oreja derecha. Entonces, me agarró de las nalgas y me alzó como si fuera una ligera hoja de los árboles para llevarme al cuarto de baño y encerrarnos en la ducha. El agua cayó como una cascada libre sobre nuestras cabezas, sin sentir pudor o decoro por nuestra desnudez, alcé los brazos y el rostro para que el agua impactara sobre mí. Con los ojos abiertos y una gran sonrisa en el rostro, pregunté:

–¿Y ahora qué? 

Phillip me miró ladino y taimado, recogió el bote de gel de baño del suelo y, colocándose estratégicamente detrás de mí, me pidió que descendiera la espalda. Sabía qué quería hacerme y la simple idea ya me generaba regocijo y deleite. Me humedecí aún más. Vertió sobre mi espalda el espeso y frío contenido que aumentó las cosquillas del interior de mis genitales. Desplazó la mano desde la coxis hasta mi trasero e introdujo nuevamente los dedos en mi ano. El gel hacia de lubricante aumentando aún más el porcentaje de placer. Estiré los brazos y me aferré a ambos lados de la estructura horizontal del grifo, que aprovechaba para sincronizar mis movimientos a los suyos con el único fin de llegar al máximo clímax posible. 

–Eres una gatita muy sucia y pervertida

A los dos dedos iniciales, añadió uno más y exhalé un quejido de placer. Continué con los rápidos y contundentes movimientos de caderas acompañado por el sonido ambiente de su nombre en mi boca.

–Phillip, Phillip –vociferaba, pero mis alaridos eran en parte acallados por la música del torrente de agua caer.

–¿Quieres más, gatita? –preguntó, rozando su rígido miembro en la cara interna de mis muslos.

La respuesta era evidente.

 

Continuará

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