Celos insanos
Nací en Rumania. A la sazón, las condiciones de vida eran inhumanas. Vivíamos hacinados en una mísera vivienda en un horrendo monoblock, donde invariablemente nos envolvía un olor agrio a comida barata.
Como escaseaba el trabajo, mis padres lograron introducirme en una escuela circense. Nuestro anhelo era emigrar a como diera lugar. Al fin, luego de padecer malos tratos por parte de las autoridades, logramos salir de ese infierno y días después llegamos a Polonia.
Allí, enseguida advirtieron mis condiciones para trabajar en el circo, y así nuestra vida cambió para bien. Pasé todas las pruebas que se requieren para pertenecer a ese ambiente.
Al tiempo me enamoré de una bellísima niña que manejaba el espectáculo de los caballos negros. Sus piruetas eran limpias, las órdenes imperceptibles y su agilidad semejaba una gacela.
Ella accedió a mi asedio pese a que tenía una gran complicidad con el hombre de los cuchillos… Al poco decidimos vivir juntos. Una noche mientras ella giraba atada a una rueda, los cuchillos –envueltos en ese silencio que acompaña al acto–, se dirigían certeramente sin lastimarla.
Sin embargo, de pronto se oyó un grito y la última daga penetró en su corazón: los celos lo enceguecieron y prefirió ese final a verla en brazos de otro…
Ana María Martínez
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