Me acosas, me ruegas, me suplicas, me persigues, soy tu capricho, pero no me subiré a ese barco que no conduce a nada. Desde mi deplorada voluntad lucho contra el curso de una insensatez. No comprendes este anacronismo.
Tú, sólido, empecinado hasta el hartazgo en obtener una conquista más fácil. Y yo, paradójicamente, admiro tu fuerza, tu capacidad, todo tu ser devorado por tu instinto de cazador: tu obstinación. Tu irrevocable entereza ante la pérdida de aquella que amamos tanto: pero yo, firme, aunque desgarre cada pedazo de mi ser. Me desvela la incertidumbre de mis decisiones.
Si quieres poner tu vida en alguna parte, si quieres perderla en algún sitio: que no sea en mi camino.
Me agobia la soledad, los recuerdos, con llanto contenido, evoco lo que sufrí por tu indiferencia y por tu elección en compartir tu vida con ella. Recorro desesperadamente el mapa de nuestra juventud y no veo más que la tortura más elemental, el desapego y el desdén.
No te interesó que yo amara la vida lo suficiente. Por eso ahora no me pesa renunciar a ti y abogo por que el camino del regreso te encuentre solo. Bien, ahora basta.
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