El regalo de la novedad

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¿Quién dice que las enfermedades son malas? A ver a ver, decidme nombres y etiquetas profesionales: médicos, neurólogos, Pepe —el verdulero—, Antonia —la de los cosméticos del súper—… Ahora que tenéis vuestra lista en mente, contestadme a algo más: ¿a cuántos de ellos les daríais crédito si os dijeran que la «salvación» está tras una caída por la ventana del vecino del ático? Hummm, la cosa se pone más difícil ¿eh?   ¿Y si le damos la vuelta a la tortilla? Sí, ya sé, esa frase está muy manida, pero no por eso hay que hacer un revuelto siempre que haya huevos en la sartén. Recuerdo esos momentos de mi vida —en casa de mis padres, porque ahora esos momentos (ya independizada) no existen, permitidme que me ría—, en los que el aburrimiento en las tardes frías y grises de domingo era el único plan. Cuando me trasladaron a Irún —aún sana físicamente, porque de cabeza no creo haberlo estado nunca—, lo primero que pensé fue: « Perfecto, podré decidir qué quiero hacer y cómo, sin nadie que me diga cuestione». Error. Error. Y otra vez error. ¿Cómo demonios iba a hacer lo que quería si no sabía ni siquiera lo que era? Ahí comenzó el primer mensaje subliminal al Universo: «Me aburro, haz algo para cambiar mi día a día». Imagino vuestras caras y cómo os desternilláis mientras inténtáis que el móvil no se os caiga de las manos, o caigáis al suelo desde la silla del ordenador. ¡Venga! ¡Va! Suficiente… aunque para reír nunca sea suficiente. A ver por dónde iba… ¡ah sí! Continúo. Tras seis meses maravillosos, en los que descubría lo que quería hacer —la mayoria de las cosas menos interesantes de lo que creía—, llegó lo más —sin duda alguna—, interesante. Aquello era LA NOVEDAD. En mayúsculas y bien grande. ¿Quién no ha soñado con que LA NOVEDAD esté presente cada día y aniquile a la rutina? Parece que escucho algún «pues yo», ¡perfecto! La excepción confirma la regla. Las novedades, buenas o malas, no llaman a la puerta antes de pasar; así que un 13 de noviembre (el día en el que cumple años una de mis mejores amigas) me vi frente a un desconocido a cientos de km de casa, mientras me daba la noticia: LA NOVEDAD (aunque esta información ya la conocéis muchos; así que nos os aburriré  con las mismas historias de «abuelo cebolleta», una y otra vez). Cada día es diferente, cada mañana tenemos un día por delante que no podemos organizar en nuestra agenda —para algun@s «diario», porque los románticos aún existen—. Las enfermedades nos proporcionan el regalo de LA NOVEDAD; el poder dejar la rutina a un lado, para que en aquellos momentos que aparezca, seamos capaces de disfrutarla. ¡Disfrutemos! Disfrutemos de nuestros días diferentes, de cómo los demás se aburren mientras nosotros no podemos prever que nos espera tras oír el despertador. En la analítica de esta mañana, el gesto de la enfermera —ninguna novedad por cierto, aquí sí está instaurada la rutina; aunque sin entender el porqué al ser una nueva— era el mismo desde que llegó: prepotencia, por encima del hombro y cero sonrisas. ¿Y? Mi día —y además un viernes— no va a estar influido por alguien que solo ve de lejos la enfermedad ajena y no tiene un mínimo de sensibilidad para un gesto amable, para una sonrisa… Más pierde ella que yo. Yo tengo LA NOVEDAD. Yo tengo la diferencia. Yo soy más fuerte que eso. ¿Qué me decís? ¿Os apuntáis a verlo todo desde otra perspectiva?


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