La torre. Capítulo 02.

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La planta baja de la torre estaba llena de escombros y algunas vigas podridas que habían caído del piso superior. Al fondo de la habitación se encontraba una escalera de madera y piedra que ascendía en espiral hasta el piso superior. La escalera crujió bajo los pies de Walder. Estaba muy deteriorada por el paso del tiempo pero, a pesar de todo, la estructura principal se encontraba en aceptables condiciones y aguantó el peso, mientras subía, sin problemas. Ya en el piso superior, los primeros rayos de sol entraban desde la ventana orientada hacia el este y se reflejaban en la pared opuesta. Desde allí arriba tenía una posición muy ventajosa y una buena vista del terreno que le rodeaba. Un ruido a su espalda hizo que dirigiera su mano de manera instintiva a la empuñadura de su espada mientras se giraba con rapidez. Nada. No había nada detrás de él. Otra vez volvió a escuchar el ruido y dirigió su vista hacia las vigas del techo esta vez. Allí arriba, los ojos amarillentos de una lechuza lo observaban con detenimiento y curiosidad desde su nido. -pensó Walder. Al momento se agachó lentamente sin perder de vista al ave, mientras tanteaba el suelo con su mano derecha buscando una piedra. Agarró una y empezó a levantarse. El animal lo miró curioso desde su nido, batió las alas y emprendió el vuelo en dirección a la ventana. Arrojó la piedra contra la lechuza con todas sus fuerzas. Pasó cerca, apenas a un palmo del animal, pero se estrelló contra la pared. La lechuza batió las alas con más fuerza y salió por la ventana. Walder observó con tristeza como su comida se perdía, poco a poco, en el cielo del amanecer.

Centró su atención en el nido, tal vez hubiese algún huevo. Estaba bastante alto pero estaba decidido a llegar hasta él como fuese. Cogió la bolsa de cuero que llevaba colgada a la espalda y la puso en el suelo, se agachó sobre ella y extrajo la cuerda de su interior. La lanzó hacia arriba repetidas veces hasta que consiguió hacerla pasar por encima de la viga. Agarró ambos extremos y los unió mediante un nudo. Tiró varias veces con fuerza para asegurarse de la resistencia de la viga y, una vez comprobado que aguantaría su peso, comenzó a trepar a pulso. Alcanzó con relativa facilidad el techo, no era la primera vez que subía por una cuerda sólo con la ayuda de sus brazos, y tanteo con su mano izquierda el interior del nido. Había tres huevos. Los cogió de uno en uno y se los fue introduciendo en la manga derecha de la camisa, para evitar que se le cayeran al bajar. Una vez en el suelo, extrajo los huevos del interior de la manga y los dejó junto a la bolsa mientras deshacía el nudo de la cuerda y la enrollaba para guardarla de nuevo. Dirigió sus pasos hasta el árbol seco que crecía junto al pozo y, con unas pocas ramitas que rompió del mismo, encendió una pequeña hoguera en el piso superior de la torre para cocinar los huevos. Uno de los huevos tenía ya su pequeña lechuza dentro, así que, después de córtale el pico y las dos patas, la majó con uno de los dientes de ajo que llevaba en la bolsa. .

Después de comer apagó la pequeña hoguera. Limpió el cuenco de hierro en el que había cocinado y comido y lo guardo de nuevo en la mochila de cuero. Si algo le habían enseñado sus años como soldado era a tener todo ordenado y recogido por si la situación requería desaparecer rápido y sin dejar muchos rastros de su paso por el lugar. El sol ya estaba alto y la temperatura estaba subiendo de manera considerable, así que, se refugió entre las sombras del primer piso, donde el calor era menor, y se dispuso a descansar un rato. Le quedaban unas duras jornadas de viaje todavía hasta conseguir salir de aquella zona desértica y era conveniente tener las fuerzas intactas.

El sueño le venció y cuando vino a despertarse, el sol ya estaba casi desapareciendo por las bajas colinas del oeste. Tenía que apresurarse para no perder tiempo en iniciar la marcha y aprovechar así las horas de temperatura más baja. Cogió la mochila pero, cuando se encaminaba hacia la escalera para bajar y llenar de agua su viejo odre en el pozo, escuchó un relincho y los cascos de un caballo que entraba en el patio con paso lento y cansado. Volvió rápidamente sobre sus pasos y se agazapó junto a la ventana para ver de quién se trataba. Hasta no asegurarse de cuantos eran y de sus intenciones era mejor no revelar su presencia en la torre.

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