El tesoro mas preciado

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Yo creo que nadie puede olvidar estas experiencias. Quien dice hacerlo, miente o nunca las vivió. Desde el fondo de mi corazón y mente llevo grabados mis atesorados momentos en los que, sin merecerlo, tuve la fortuna de recibir el regalo más grande y único que alguien puede dar a otro. Su primera vez…

Aun recuerdo que Diana, la más bella chica del pueblo, la más culta, hija del único doctor del rumbo. Me saludo mientras iba a misa con su mamá, ¿quién era yo? para que la más bella del lugar, se dignara a dirigirme la palabra, ella era muy amable pero tenía un no sé que me ponía a temblar cada que me le acercaba.

Por facebook, comencé a platicar con ella, posteriormente un intercambio de números hizo que habláramos solo por ese medio. Ella cursaba el 5º semestre de la facultad de medicina, yo, tres años más grande ya me estaba titulando de la carrera de contaduría pública. Pero los fines de semana que la iba a ver, me tartamudeaba la voz y me sudaban las manos cuando estaba frente a ella.

Yo un perfecto hombre suelo, callejero y enajenado del alcohol y las golfas, de los bailes y las noches de antro en la ciudad. Me doblegaba y me sometía ante su belleza, tanto como para hacerme cancelar salidas aventuradas con amigos o amigas.

Después de tres meses saliendo, pedí permiso a su padre para que ella fuera mi novia. Les confieso que nunca tuve novias, solo salía y cogía, casi siempre a amigas y mujeres casadas, pero ella, me hizo un mejor hombre lo reconozco.

Varias tardes terminábamos besándonos y abrazándonos apasionadamente en un lugar apartado del pueblo. Que terminábamos jadeando y calientes de tanto roce, mis testículos me dolían y me tenía que desahogar con las manos a solas porque me dejaba muy mal. Y es que ella, pese a que la tocaba bajo la ropa, cuando yo intentaba bajarle el pantalón, me separaba de y me decía que no. Que aunque me deseaba mucho y ella también estaba acelerada, no haría en un llano de vacas lo que nunca en su vida había hecho.

Pues ahorre una semana de mí sueldo y, le rente una habitación en el mejor hotel del pueblo. Como en mi casa hay rosales, le junte una bolsa gigante de pétalos y le forme un corazón en la cama, puse velas y me lucí porque si, ella no se merecía otra cosa.

Salimos pero esta vez, la lleve al pueblo, paseamos y después de una sesión de besos apasionados la lleve a su sorpresa.

Con mucha pena, cruzo casi a fuerzas la puerta del hotel, y por momentos se quería regresar, pero al ver los pétalos de rosa en la cama y ver su nombre en el piso junto a las veladoras; lo sé, sintió satisfecha su petición. Baile con ella al tono de carelles whisper, de la manera más sensual y romántica y besándola al compás, la fui tomando de la cintura. Le costaba trabajo respirar y cuando sintió mis manos calientes tocando sus pechos, cerraba los ojos y alzaba la cabeza suspirando fuerte.

Comencé a besar su delicado y delgado cuello, abrí su sudadera y nuevamente la abrase. Subía y bajaba mis manos sobre su ropa y de repente, al subir, su playera estaba en mis puños en la altura de su cuello. Con una cara llena de ternura, subió los brazos y al fin se deslizo dejando ver ese par de pechos aprisionados por un sostén elegante color Oxford. Me quito la camisa mientras yo desabotonaba sus jeans ajustados, la tumbe e la cama para poder zafárselos de sus finos tobillos.

Me quite lo que me sobraba y ella me vio sorprendida, también yo me llene de erotismo al verla en lencería, y me fui sobre ella de manera sumamente delicada. La bese en la boca y mi lengua entraba junto con la suya y se hacían confidentes, besaba su cuello y al respirar, ella inflaba su pecho como si estuviera cansada, baje lentamente sobre su pecho y le quite el sostén. Sus hermosos senos estaban perfectamente formaditos, ni muy grandes pero nada pequeños, unas areolas café claro con un diminuto par de pezones firmes y duros como diamantes. Los bese y ella jadeaba abrazando mi cabeza, baje a su ombligo y sus piernas empezaron a temblar. Lo pensé pero no me atreví a creérmelo, bese delicadamente su monte de Venus que a lo mucho tenía  unos 50 vellos cortitos, y una mancha inundo su pantaletita derramando además de un ligero liquido, un olor que exacerbaba.

 Si, tuvo un orgasmo sin siquiera tener que penetrarla, baje su braguita y mi lengua jugaba delicadamente con sus labios vaginales, dibuje dos o tres círculos en su clítoris pero ella me jalo del cabello, subí besando rápidamente el camino a su boca y la abrace mientras la besaba mordiéndole los labios. Ella me apretó fuerte mientras sus piernas no dejaban de bailotear.

Boca arriba y con las piernas abiertas como cuando se da a luz, me pose sobre ella como mariposa en flor. Rozaba sus labios con la cabeza de mi pene y ella al sentirlo cerraba los ojitos y giraba la cabeza a su costado. Verla era un desfile interminable de placer y ternura que no pude aguantar más.

Más delicado cual si fuera una burbuja, le comencé a empujar mi miembro sobre su exageradamente mojada pichita. Ella abrió los ojos saltándolos en un gemido que nunca se me va a olvidar. Solo bombeaba la cabecita suavemente pero, de pronto ella me abrazo y me jalo clavándole todo mi ser hasta el fondo del suyo.

No pudo evitar poner esa cara de dolor que se combinaba con placer que, quien sepa de que hablo, me dará la razón en que es inolvidable. Sus uñas enterradas en mi espalda me pusieron más que caliente, tenía ganas de embestirla hasta partirla en dos pero, solo me movía muy delicadamente y se la dejaba ir toda hasta adentro.

Sus ojos completamente en blanco y su jadeo denotaban que tal vez era tiempo de un nuevo orgasmo así que me empecé a mover suave, pero un poco más rápido y en tan solo tres minutos, una humedad me empezó a invadir, me novia cada vez más fuerte y la apretaba del culo para meterle mi falo hasta mas allá del fondo de su ser.

Con las piernas y muslos temblando, me abrazo junto con un gemido que se ahogaba conforme se iba empapando. La besaba con pasión aunque a ella le costaba trabajo besarme porque ocupaba respirar. Nos giramos, y ella, con movimientos inexpertos puso mis manos en sus pechos. Al morderle sus pezones y moverme desde abajo, pude sacarle un tercer orgasmo que empato con la explosión placentera que salía de mi ser.

Así, sin salirme de ella, nos abrazamos. Puse la sabana sobre ella y nos quedamos dormidos.

Aunque tuve la suerte de desvirgar a más damitas, Diana, por mucho es la mejor y la más memorable en mis recuerdos. De hecho, es la más hermosa mujer con la que tuve la fortuna de intimar.

¿Cuántas veces les paso esto?...

 

 


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