Ataque a media noche

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Mi cuepro encaja con el tuyo bajo la suavidad de las sábanas de mi cama de una manera que nunca creí posible. Estoy dormida en tus brazos, tan cómoda, tan relajada... Me retuerzo de puro bienestar contra tu cuerpo, y parece que te desvelo un tanto. Tú también te rozas conmigo, hundes la nariz en mi nuca y me hueles. Noto por la profundidad de tu respiración que te estás despertando, y me estrechas aún más contra tu cuerpo. Tus manos, fuertes y grandes, acarician mis caderas con suavidad, haciendo que mi piel sensibilizada por el sueño despierte ante tus atenciones y se erice. Frotas tu nariz contra mi cuello, y me lo besas lentamente mientras tus manos avanzan más allá de mis caderas. Pasan por mis nalgas, las cuales aprietas con fuerza, y eso me hace emitir un leve gemido entrecortado. Noto que aspiras con fuerza en contestació, y te pegas más a mí, dejando notar tu erección creciente entre mis nalgas. Eso me provoca un nuevo gemido, y a pesar del sopor del sueño, arqueo mi cuerpo contra el tuyo, pidiendo más.

La mano que no tienes entretenida en jugar con mis nalgas y con la cinturilla de mi ropa interior va escalando posiciones hacia mis pechos, los cuales acaricias, juguetón. Me encantan tus caricias, y necesito devolvértelas, así que me giro lentamente hacia tí. Te agarro del pelo, fuerte, provocando una fuerte inspiración de aire por tu parte, y te beso apasionada mente. Tus manos buscan mi cuerpo y me aprietan contra tí, respondiendo a la pasión muda de mi beso. Tiras de mí hasta que me encuentro sobre tí, ama y señora de tu cuerpo. No puedo evitar seguir besándote mientras muevo mis caderas sobre tu más que imponente erección, que se sacude con el contacto.

Mis jadeos, inevitables, se acompasan con los tuyos. Nuestro deseo es cada vez mayor, y el roce de nuestros cuerpos entre las sábanas lo atestigua. Hace calor, un calor sofocante, y el sudor comienza a perlar nuestros cuerpos, pero no nos importa. Lames con lujuria el sudor que se acumula entre mis pechos, y yo gimo fuerte mientras te atenazo el pelo. Tu lengua explora con parsimonia las aureolas de mis pezones, provocándome deliciosas sensaciones de placer por todo el cuerpo. ¿Cómo puedes ser tan sexy, por el amor de Dios?

Lentamente, tus manos bajan por mi cuerpo mientras tu lengua se sigue recreando en mis pechos. Me agarras fuerte de las nalgas y me rozas contra tí. Estoy tan húmeda... Estoy deseando que te hundas en mí, despacio, sin prisas... Alentado por las sensaciones que percibes de mi cuerpo, me tumbas sobre la cama, con delicadeza. Alcanzas un preservativo mientras me estimulas con las manos y te maravillas de la visión de verme retorcerme de placer entre las sábanas. Te encanta verme como la criatura lujuriosa que soy. 

Te colocas el preservativo mirándome fijamente a los ojos, calibrando mi nivel de excitación, aunque ya sabes cuál es. Has notado cuan húmeda estoy... Por ti. Y te encanta. Mientras te colocas el preservativo yo no soy capaz de apartar la mirada de ti. Estás tan sexy, con el pelo húmedo por el sudor, la respiración agitada, sujetándote el objeto de mi deseo con esas manos que tanto me gustan... Dios, cómo te deseo. Quiero que te hundas en mí...

Te recuestas sobre mí, sin prisa. Con tus manos expertas te colocas bien, y me miras fijamente a los ojos mientras vas entrando... Noto toda la extensión de tu cuerpo penetrándome, llenándome, y no puedo reprimir gemir y agarrarte del pelo, fuerte, para que sientas la pasión que me consume, la misma que te consume a ti mientras llegas hasta lo más profundo de mi ser.

Comienzas un ritmo lento, cadencioso, y sé que lo estás gozando tanto como yo. Te atraigo hacia mí para besarte, tierno y suave. Te necesito así ahora. No puedo ver tu expresión en las sombras, pero tu respuesta se acopla a mi estado de ánimo, suave, firme, tierna... Quiero perderme en ti y no pensar en nada más. Poco a poco noto que mi cuepro se acelera, y llego a uno de esos orgasmos que entran suaves y sacuden cada parte de tu ser. Mis gemidos te enardecen, te enciende, y me escuchas susurrar tu nombre al oido entre mis gemidos de pasión. Y estallas tu también, hundiéndote en mí con una pasión sin límites.

Te retiras cn suavidad. Te quitas el preservativo mientras ves cómo me acurruco de nuevo en la cama. Te acercas a mi, despacio, y acoplas tu cuerpo al mío, sin más intención que la de sentir la suavidad de mi piel. Poco después, nos quedamos dormidos, abrazados. Qué dulce sensación. Tú conmigo.


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