Cuando Después de las Películas ? la Realidad (I) Historia real

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    (En esta historia real, trato de recordar cómo ocurrieron los hechos lo más próximo a la verdad).

Recuerdo que los primeros muertos que vi de cerca en sus urnas, durmiendo en paz, yo tenía unos diez años de edad y me produjeron tal impresión que comencé a convulsionar y trataba de llorar. Mi madrecita me sacó rápidamente de esos dos velatorios y con el  devenir de los años se dio cuenta que, al mismo tiempo que examinaba los cadáveres, mi mente corría veloz, demasiado veloz para mi edad; había superado mi repulsión a mirar restos humanos. Claro, en las películas de entonces veía cadáveres hermosos, bien compuestitos; supongo que era así por la idea de los directores de cine no mostrar la verdadera realidad de un ser humanos fallecido en un accidente, a balas o un ataque cardíaco.

Estaba en la Escuela de la Policía de Investigaciones y nos faltaban algunos meses para recibirnos de Oficiales Policiales con el grado de Detective. Habíamos estudiado cosas tan extraordinarias que mi cerebro bebía prácticamente todas las materias y ya había olvidado el terror que me producían los muertos e incluso, por qué no decirlo, ya no creí más en fantasma o similares.
El “Nene” Carrascal ( un pequeñín que medía 1.91 de estatura – de ahí el apodo-, de mi edad y que estudiamos en el mismo Liceo de Coronel), un día llegamos atrasados a la escuela policial junto a cuatro compañeros más. Se nos sancionó con permanencia en una unidad policial por el sábado siguiente durante el día; naturalmente encontramos que más que castigo para nosotros que nos aburríamos los fines de semana cuando no teníamos clases, era una oportunidad de conocer en la práctica el trabajo policial y no la teoría que nos enseñaban los profesores.
Con agradable sorpresa supimos que ese día cumpliríamos nuestro castigo en la Brigada de Homicidios, sueño dorado de muchos de mis compañeros; a mí me daba lo mismo servir allí o en otra unidad con tal de luchar contra la delincuencia.
Los Detectives de la BH nos recibieron con miradas irónicas, seguramente porque ya sabían lo que nos iba a ocurrir.
Para no estar desocupados algunos sabuesos nos mostraron partes o informes de hechos de sangre; recuerdo que eligieron las fotografías más espantosas de cadáveres resultantes de homicidios o accidentes. El “Nene” y yo lo tomamos con bastante calma, pues como veníamos del “salvaje oeste” de nuestro país, la zona del carbón, siempre veíamos muertos por las continuas peleas a cuchillo, con estoques y muchas veces a balazos.

Alrededor de las 11.00 A.M. el Inspector que estaba de guardia junto a un equipo de funcionarios especialistas en diferentes ramas en asistir a Sitio de Suceso con cadáveres, con una perentoria orden nos hizo subir a una de las patrulleras y entramos raudamente al recinto de la Estación de Ferrocarriles Mapocho, junto al río del mismo nombre.
Había mucha gente, con esa curiosidad malsana al saber que de las aguas se había rescatado el cadáver de un hombre que yacía sobre el pavimento cubierto con una lona que porta la policía para estos efectos.
“Que los estudiantes destapen el cadáver y lo examinen”, la voz del Inspector de Homicidios se oyó claramente. Nunca olvidaré la cara de asco que tenían los otros cuatro condiscípulos que estaban  azogados y escaparon a una orilla para vaciar sus estómagos con violentas arcadas.
El “Nene” me miró y nos aproximamos al muerto sin demostraciones de
repugnancia. Aparentemente el Inspector la agarró conmigo y me ordenó que desnudara al muerto. Acto seguido me preguntó qué clases de heridas o lesiones presentaba.
Como ya habíamos estudiado la materia acerca de muertos y el examen de sus cuerpos, obedecí en forma mecánica y manifesté que tenía hundido  el hueso frontal lo que hacía presumir que se había golpeado contra una de las tantas rocas del río y que PODRÍA tratarse de una caída accidental de los diferentes puentes que atravesaban el torrente.
Acto seguido  intervino un médico forense quien, con una suave sonrisa en sus labios y un pequeño guiño de un ojo, confirmó en voz alta mis aseveraciones. No me había dado cuenta, debido a la tensión del momento, que un fotógrafo forense hacía rato estaba tomando imágenes en las que seguramente estoy en alguna revista, examinando al finado.
El Inspector, con su cara de roca, nos ordenó ir a una patrullera, mientras policías especializados se aprestaban a retirar los restos del malogrado hombre.
No puedo dejar de agradecer a mi compañero del Liceo y en esos momentos estudiante para Detective, el “Nene”, pues se necesitó mucha fuerza para levantar y voltear al desgraciado hombre. Su cuerpo macizo y quizás cuántos kilos más por el agua tragada calculo debe haber pesado sobre ciento treinta kilos.

Llegó la hora del almuerzo y nos fuimos a la casa donde pagábamos nuestra estadía en la capital. Sobra decir que nos sirvieron el almuerzo y sólo nos limitamos a mirar el exquisito servicio, pero fuimos incapaces de comer, pese a habernos lavado las manos una y otra vez; le explicamos a la dueña de esa pensión que habíamos examinado un cadáver, ella comprendió.
  (Finalizará)

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