PRINCIPIOS DE LOS NOVENTA VI

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Algo que me gustaba mucho eran los miércoles, pues a primera hora teníamos clase de gimnasia, y aunque nuestro profesor Vegeta era un gilipollas engreído de mierda, la verdad era que se estaba mejor dando saltos en el patio que en clase de lengua o de mates. Al Vegeta le llamábamos así porque tenía unas entradas que le hacían parecerse a uno de los personajes de Dragonball. Fanfarrón y bocazas, el hombre siempre tenía un comentario despectivo, irónico o simplemente ofensivo para cualquiera de nosotros. A mí, de manera especial, me tenía cierta tirria porque una vez mi viejo se encaró con él en una reunión de padres y profes. El tío, acostumbrado a ningunear a niños de doce años, esa vez tuvo que callarse la puta boca y le jodió bastante. Desde entonces el señor este la tomaba conmigo, pero como yo era uno de estos niños callados y tímidos, la verdad es que le daba bastante poco juego, no como el resto de golfillos del barrio.

Pues nada, ese miércoles estábamos todos allí en el patio esperando que nos sacase el Vegeta la bola de reglamento para jugar al «furgol» en la cancha grande cuando de repente nos quedamos flipados. Entre los niños que llegaban tarde a clase, debían de ser las nueve y pico, pasó uno de sexto curso, uno que había llegado nuevo ese año,  que vestía una gabardina. Una gabardina como las que se ponía a veces mi padre o el abuelo del Paleto, una puta gabardina como la que vestía el Teniente Colombo o el Inspector Gadget. ?¡Weheeee! Mira ese lo que lleva ?le dijo el Pulga al Pitu justo un segundo antes de que apareciese el balón de fútbol sala y se llevase toda nuestra atención. Entonces hicimos dos equipos y nos echamos un partido de lujo en el campo de fútbol grande, al que casi nunca podíamos ni acercarnos por ser propiedad de J&O y los chicos de 8ºA.

Al día siguiente volvimos a ver al chico de la gabardina, a mediodía cuando este salía para irse a comer a su casa. Según me pareció, ese niño debía de ser uno de esos que tienen padres modernos, que animan a los hijos a ser uno mismo y tener personalidad. No sé cómo sería su colegio anterior, pero aquí en el nuestro los gilipollas que intentan llamar la atención vistiéndose de manera rara o haciendo subnormalidades nos caían muy mal. El Pitu, el Pulga, el Kiki, el Tito y alguno más se acercaron a él y le rodearon de manera más bien amenazadora mientras el chaval intentaba llegar a la salida.

?Jelou, Janfri.

?¿Cómoh te va la vidah, Janfri ?

?Janfri Bogart.

?Menudo gabardino que me llevas, Janfri.

?¡Julandrón!

Todo esto se lo decían con un tono de burla e imitando el acento yanki. Janfri hizo que los ignoraba y se libró de ellos al pasar por la puerta de la salida del cole. Toda la pandilla nos reímos un montón del tontolaba de la gabardina. «Figúrate tú, un niño de once años vistiendo una gabardina. ¿Quién se ha creído ese que es?».

La escena se repitió de nuevo un tercer día cuando estábamos en el patio y volvió a aparecer el Janfri de los cojones con la gabardina y repeinado como con gomina. El chico parecía como un dandi, como un gentleman en miniatura. ?Algunos capullos no aprenden ?dijo el Pitu al Kiki y al Pulga, y los tres se fueron hacia él ladrándole las mismas chorradas que el día anterior, que si Janfri Bogart, que si tócamela otra vez, Sam, solo que en esta ocasión el cachondeo estaba acompañado de collejas y patadas. El pibe se quedó alucinado y empezó a protestar y chillar como una niña. El Bibi, yo y alguno más nos unimos a la fiesta cuando el niño ya estaba en el suelo y el cabrón del Kiki le pisó la chepa por último antes de pirarnos todos.

?Toma, eso por tener estilo ?le dijo mientras su huesudo cuerpo hacía equilibrios de pie sobre la espalda de Janfry tirado en el suelo. Casi nos meamos de la risa ante una visión tan descojonante. No sé en qué cole habría estado antes el chico, pero en el nuestro el tratar de llamar la atención y ser diferente estaba muy, pero que muy mal visto y hacía que te pasasen cosas. Cosas desagradables.

Por supuesto la cosa no quedó ahí. Al subir a clase la profesora nos echó una bronca impresionante porque habían pegado a un niño nuevo que por lo visto además era nieto de no sé qué personalidad literaria del renacimiento o algo así. Después la bronca colectiva acabó como de costumbre con un castigo para toda la clase y mandaron al Pulga y al Kiki al director. Nosotros no lo veíamos como que hubiésemos hecho nada malo. Así era la vida en el CP Queipo de Llano, a veces te zurraban, a veces lo hacías tú. Pegar y ser pegado, como la vida misma.

(Extracto de LOS MATONES DEL PATIO)

 


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