Vendetta

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La habitación se encontraba sumida en una oscuridad casi absoluta, pero aun así, la capa de suciedad que la cubría era apreciable. Los muebles estaban descolocados, sin armonía ni color. Había sillas tiradas por doquier y sólo una se encontraba a la vera de la mesa que reinaba en el centro del salón, en la cual reposaba un plato con restos de comida. Los pocos cuadros que decoraban la estancia, fuera de darle un poquito de clase, remarcaban lo tétrico del lugar. Parecía que hacía siglos que nadie pisaba esa casa.

Una única figura se encontraba sentada en uno de los sillones, carcomido por los años y la falta de cuidado. Su rostro estaba apenas iluminado por una vela que se encontraba en la mesilla de su derecha. Hacía virar sin demasiado entusiasmo un vaso repleto de un líquido ambarino, claramente perteneciente a una bebida con una tasa de alcohol superior a la normal. El hombre, a pesar de ya no encontrarse en pleno uso de sus facultades, captó un leve sonido que provenía de las sombras.

- Sabía que era cuestión de tiempo que volvieses.


Una silueta casi inapreciable le observaba desde uno de los rincones de la habitación. El hombre sentado en el sillón, fuera de sentirse asustado o sorprendido, parecía divertirle la escena.

- No seas tímido, estás en tu casa, al fin y al cabo. Siéntate y sírvete una copa. ¿Ya tienes edad para beber, no?


Por supuesto que tenía edad para beber. Hacía lustros que la tenía, ambos lo sabían bien. Como si el intruso hubiese aceptado, el morador de la casa se levantó a por un vaso y lo llenó abundantemente del mismo líquido que ahora corría en exceso por sus venas. Viendo que el otro no tenía intención de acercarse, lo posó en la mesa.

- Aunque la verdad, esperaba tu visita algunos años atrás. Nunca creí que tardarías tanto.


El hombre proseguía su monólogo, dándole de vez en cuando pequeños sorbos a su propio vaso. Se le veía relajado, aunque eso quizá era producto del whisky. La figura entre las sombras permanecía rígida, en tensión. Y en un absoluto e inquietante silencio.

- Sé a qué has venido.


Por primera vez desde el inicio de la conversación, el intruso pareció mostrar un atisbo de vida. Aun en la oscuridad, pudo vislumbrarse cómo una mueca macabra, similar a una sonrisa, trazaba su rostro. Después, como movido por la afirmación del otro, dio un paso hacia delante, dejando que la tenue luz de la vela lo empapase.

Era un hombre delgado, quizás demasiado para su altura. Hondas ojeras surcaban sus ojos, contrastadas en demasía con lo pálido de su piel. Su pelo, azabache y largo hasta los hombros, tenía aspecto descuidado. La sonrisa no se había borrado de su rostro.

- Eres su viva imagen, de eso no cabe duda. Creí haberme librado en su día de ella, pero tú has hecho que se convierta en un persistente recuerdo.


La expresión del otro flaqueó, pero inmediatamente después volvió con más fuerza, dándole un aspecto amenazador. El hombre, acomodándose en el sillón, bebió lo que le quedaba de su vaso y cerró los ojos, esperando con resignación lo que sabía que no tardaría en llegar.

- Adelante. Estoy listo.


Con una parsimonia desesperante, el nuevo habitante de la casa se llevó la mano al bolsillo y sacó su 9 mm. Su voz, tosca pero calmada, inundó por primera vez la estancia.

- Vitiis nemo sine nascitur.


Un disparo y después, silencio.


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