Me costó el matrimonio pero no me arrepiento.

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Creo, como muchas y muchos, que el sexo es un hermoso intercambio de placer, que no es amor, ni produce amor, ni, necesariamente, va ligado a alguna clase de amor.

Claro que me gusta respirar el mismo aire que mi amado, pero también es cierto que si el indicado, afloja, no hay porque desdeñar al improvisado.

 

Éramos un matrimonio, con dos hijitas, 36 años él, 37 yo. Ambos teníamos nuestros empleos – en la misma empresa, pero en distintos sectores - y practicabamos deportes, desde adolescentes, y lo seguíamos haciendo regularmente en distintos clubes de barrio básquetbol él, tenis yo.

Lo que sigue sucedió cuatro años atrás, en una época que me sentía descuidada por. Darío, entonces mi marido. Salía, varios días en la semana por las noches, para jugar un torneo inter clubes y, de regreso, cenaba lo que le dejaba y se acostaba, agotado.

Yo, aprovechaba los escasos días que él no salía, para dejar las nenas a su cuidado e ir, con nuestra camioneta, a jugar tenis en mi club. Por lo general jugaba doble mixto. Uno de los varones, compañero habitual de juego, era Carlos.

45 años, alto – 1,85 m – cuerpo cuidado, rostro agradable con dotes para las relaciones sociales y carácter abierto. Divorciado y, sin pareja estable.

Compartimos más de una vez un café o refresco, post partido, con otros compañeros o solos los dos. En estos casos, no faltaban miradas sugestivas, velada adulación, frases susurradas, interesadamente, que me agradaban y halagaban, roces de manos en mis manos y  cosquilleos en mi bajo vientre.

Hasta que un día:

-Mariana, ¿Me llevas a casa en tu auto? Tengo el mío en el taller-

Acepté y, terminado el café, fuimos juntos al estacionamiento. Cuando encontré la llave, en mi cartera, me la arrebató con un rápido movimiento:

-Dejame que maneje yo, nunca me di el gusto de sentarme al volante de una camioneta 4X4 japonesa –

Lo dejé, total era un trayecto corto. No fue todo lo breve que supuse. A poco de andar vi que había tomado otra ruta.

-¿Qué haces, Carlos? Por aquí no vamos a tu casa –

Paró la camioneta en un tramo arbolado en penumbras. Me sonrió, apoyó su mano derecha en mi pierna izquierda, desnuda, bien arriba de la rodilla:

-Mirá seré claro contigo, me gustaste desde el primer día que comenzamos a tener trato-

Yo lo miré, me sonreí entre nerviosa y sorprendida. El estiró el cuello y rozó, apenas, mis labios con los suyos:

-Estoy seguro que a vos no te soy indiferente, me quedé en el molde hasta hoy, ahora ya no –

Su mano avanzó un trechito más y sobó mi concha, por sobre el shorcito de tenis. Me recorrió una descarga de estrógenos y nos fundimos en un beso intenso:

-Vamos a la arboleda del parque Chacabuco, a esta hora no hay nadie.-

El muy descarado agregó:

-El tamaño sí importa. En tu camioneta el asiento de atrás es enorme, casi un bulín, vamos a darnos el gusto de una vez por todas –

 Se me cruzó por la mente Darío “¡que se joda, por no darme bola!” pensé y no dije “esta boca es mía”. Quien calla otorga.

Puso el cambio y minutos después volvió a estacionar entre árboles, apartados de la calle, apagó el motor y las luces.

Unió su boca a la mía, metió mano en mi seno, desabrochó mi blusa, soltó el broche de mi corpiño jugó con mis pezones frotándolos entre pulgar e índice, luego se prendió como ternero mamón.

Yo estaba ya arrebatada, cautivados mis sentidos. Él avanzó un paso más, bajó el cierre de mi shorcito y deslizó su mano por el costado de la bombacha y comenzó a acariciarme concha y cola.

Yo embelesada y entregada, manoteé el bulto de su pantaloncito, lo sentí abultado, no pude reprimir el deseo de constatar el calibre de lo que escondía, bajé el cierre relámpago y di con un garrote grueso, grande, rígido.

-Vamos al asiento de atrás, muñeca- susurró.

Pasé entre los dos asientos delanteros, y mi cartera y los dos bolsos con raquetas a los asientos delanteros. Él bajó, abrió la puerta trasera izquierda y se sentó a mi lado. Me quitó mis cuatro prendas, las tres de él, se le unieron en el piso, me acostó, metió la cabeza entres mis piernas abiertas, me besó la vagina y terminó de subirse encima de mí.

-Estas tan mojadita que te voy a entrar como “Pancho por su casa”- me susurró mientras enfrentó su glande en el punto adecuado. Dicho y hecho, empujó y sentí, arrobada, como me llenaba por completo. Me cogió, cogimos, de un modo alucinante, delicioso, besándome, mamando mis pechos, pasando su mano debajo de mis nalgas, ubicando su dedos medio y anular, en mi concha, a cada lado de su verga que seguía pistoneandome para, luego, deslizarla despacito por la zanca, alcanzar mi ano e introducirle un dedo. Me sacó fuera de mí, me turbó la razón, hasta hacerme acabar, extasiada, embelesada, gimiendo y gritando de asombro y admiración. Enseguida percibí el spray de su semen, invadirme en lo más recóndito de mi sexo.

Se quedó encima y dentro de mí, besándome y adulándome, mientras su miembro fue languideciendo.

Por más que traté no recordaba una cogida tan soberbia, grandiosa, alucinante.

Repuestos a medias, cometí el error de perder la noción del tiempo transcurrido y pretendí provocar un segundo polvo. Lo conseguí  y lo disfruté tanto o más que el primero.

Volví a casa y ante la inquisitoria de Darío, balbuceé excusa poco creíble – demora charlando y bebiendo con amigas –

No contenta, al día siguiente al llegar a la oficina, le agradecí, con lujo de detalles y empalagosa zalamería por email a Carlos, la estupenda noche anterior y mi impaciencia para repetirla el jueves siguiente. Le prometí una mamada super a su verga que tanto había disfrutado dentro de mi.

Ël me respondió tanto o más detallista y fogoso que yo. Su retribución iba a ser dibujar arabescos en mi clítoris y cola, con su lengua.

Darío había quedado con el entripado y la sospecha. Al llegar a la empresa fue a ver el administrador de la red local y consiguió que me hackeara y le entregase mi clave de acceso a mi email personal (Hotmail.com).

A media mañana recibí, copia del texto completo del intercambio de halagos y promesas con mi amante nocturno y la escueta frase: “Estoy camino a casa para recoger mis cosas”.

Tuve que renunciar a mi empleo – él había ventilado nuestro tema privado en la empresa – por no seguir tolerando las variadas maldades de colegas y superiores.

 

Aunque fue duro el trance, no me arrepiento.

Hoy estoy de nuevo en pareja, con mis dos hijitas y una de mi marido.  

Me encanta respirar el mismo aire que mi nuevo amado, pero también, si “se alinean los planetas” mecharlo, de tanto en tanto, con el aliento de algún improvisado.

Claro que ahora trato de ser sagaz, cauta, aprendí cómo precaver los riesgos.

 


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