Una eterna compañía

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Su paso firme y seguro la hizo caminar por los pasillos del hotel. Estaba empezando a despertar del largo letargo de una relación tóxica. Quería volver a vivir, a sentir, a disfrutar, a reír y a llorar; todo sin renunciar a sufrir, porque pensaba que también era necesario; para aprender aún más, porque nunca era suficiente. Solamente pedía una cosa constantemente en su cabeza, por si alguien la pudiese oír: volver a confiar en sí misma, como lo había hecho hacía más de veinte años.

En dos horas había quedado con una vieja amiga. Se sorprendió escogiendo entre sus mejores vestido, los que había introducido la noche anterior en la maleta, y dio rienda suelta a su imaginación, adelantándose a los acontecimientos que sucederían en aquel encuentro. El agua de la ducha estaba fría; no la importaba. Ella seguía soñando.

Estaba sola. Sola en el mundo. Sus  amigos tenían sus vidas demasiado ocupadas; otros ni siquiera estaban en la ciudad. Su familia vivía lejos y apenas la veía un par de veces al año. La soledad se quedó a vivir en la vida de Carolina. 

Su vieja amiga siempre había sido impuntual; tenía la agenda llena de compromisos. Bajó al bar del hotel y pidió la primera copa de la noche. Se habían puesto en contacto hacía un par de meses, cuando Carolina pedía un grito de auxilio. Nunca utilizaban las palabras para comunicarse; las conversaciones sucedían gracias a la verborrea de sus ojos.

El vestido negro que había elegido caía por el taburete del bar. Su melena oscura, sobre los hombros; y un tímido tirabuzón descansaba sobre su pecho. Observaba al resto de personas en la sala; conversaciones vacías. Oían el sonido del jazz, pero no lo sentían.

Apareció en el umbral de la puerta. Los ojos de Carolina empezaron a saludarla, a halagarla, a sentirla. A recordarla. Se rodeó de emociones que la hacían flotar. Le preguntó si seguía igual que hacía años. Carolina pronunció un sí rotundo; nada en ella había cambiado, solo evolucionado. 

- Cuándo vas a confiar.

- Cuando me des motivos.

- ¿No crees que estoy demasiado ocupada como para estar día tras día dándotelos?

- ¿Cuándo me vas a dedicar un poco más de tu tiempo?

- Carolina, eres tú la que debes dedicarte más tiempo.

- No sé,... No estoy muy convencida.

- Date esa oportunidad. Quiérete más. Los demás nunca te van a querer de la forma en la que te quieres tú.

Y, en aquella conversación, cara a car con la vida, sentada en realidad sola en el bar del hotel, hablando en voz alta sin que los demas la escucharan se dio cuenta de que, a la vida, a su eterna amiga y compañera, no la quería por lo que era, sino por lo que tenía: la inmensa fe que a ella le faltaba.


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