Al salir de clase 1/5

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David no dejaba de hacerme preguntas que, más allá de su propio morbo, creo que pretendían despejar las cuantiosas dudas e incógnitas sexuales de un chaval de su edad. Yo le respondía a todas y cada una con la naturalidad que suelo aplicar a estos temas y, aunque las interpelaba de forma técnica y fría, también se acrecentaban mis calores corporales, haciendo no solo que mi entrepierna comenzara a reclamarme, sino mostrando a la vez una congestión en forma de rubor morboso que, en todo caso, parecía pasar desapercibida ante el mancebo. Mientras yo contestaba y respiraba  hondo, él insistía en darme detalles de sus experiencias sexuales consigo mismo, es decir, aquellas particularidades derivadas del onanismo compulsivo. Me explicaba que nunca había estado con una mujer, y que tenía ganas de experimentar el sexo, que algunos compañeros de su clase ya habían follado con sus novias, y que le daba un poco de palo reconocer que nunca ligaba con chicas debido, posiblemente, a su físico de pubescente inmaduro y poco agraciado.

-"Varios colegas de mi clase dicen que se han follado a unas y a otras", espetaba David en tono de frustración.

-"Pues dilo tú también, y así no te sentirás desplazado" le respondí yo jocosamente, citando el chiste del gran Eugenio. "No te preocupes, los granos desaparecen con la edad, y seguro que encontrarás una novia muy pronto. No hay que tener prisa para el sexo", continué.

Por supuesto, ni yo misma me creía esas palabras, pero eran necesarias para un chavalín inmaduro y sin perspectivas claras en el horizonte. A su edad yo ya me había tirado a tres novios diferentes en distintas escapadas. Pero como David no tenía ni idea de mi pasado, me permití hacerle creer que yo era una chica recatada y de un solo hombre, una intelectual pulcra y fiel a los principios de la monogamia impuesta por la fe católica. Ademas, ahora estaba haciendo de profesora, y tenía que mostrar recato y compostura, especialmente a los ojos de sus padres, que eran quienes contrataban las clases particulares de inglés para su hijo y quienes me pagaban al final de cada semana.

-"¿Tú te haces pajas, Eva?" Estábamos llegando al final de la clase ese viernes, y el tío me soltó la preguntita de marras.

-"Pues claro, hombre. Todos debemos conocer bien nuestro cuerpo, y la masturbación es la mejor forma de desarrollar tu inteligencia emocional y física. Luego me confieso, y el Altísimo me perdona". El sarcasmo se apoderó de mí, pero a la vez fui tajante y soberbia en la respuesta, con la esperanza de no tener que aportar más argumentos ya que, aunque el tema no era tabú para mí, sí que me avergonzaba exponérselas a un criajo de 18 años que se suponía era mi alumno y nada más. Entonces, ¿cuál podría ser el problema? Muy simple: que el ambiente se iba recargando con los aromas de la voluptuosa pubescencia.

-"Yo me hago una paja al día", insistía el chaval.

-"Ya bueno, no sé si esa información debo conocerla", le rebatí. Y entonces me invadió una sensación desafiante que solo podía culminar en un contraataque muy explícito: "O sea, que hoy ya te has pajeado y podrás estar más atento a la lección, ¿no?"

-"Pues no, solo lo hago por la noche, bajo mis sabanas... pero me gustaría que hoy me la hicieras tú. Nunca me ha tocado una mujer ahí abajo", me respondió sonriente con la osadía propia de un crío desvergonzado sin nada que perder y mucho que experimentar todavía.

-"Tú sueñas, majete. No te culpo por intentarlo, pero yo no estoy aquí para hacer manolas, sino para que aprendas bien la lengua de Shakespeare, que es para lo que me paga tu señora mamaíta", le respondí con tanta ironía que se me escapaba la risa tonta.

El muy bobo no tenía ni puta idea de cómo entrarle a una tía. Su torpe verborrea sexual pareció extraída de una peli porno de segunda fila, de esas en la que una profesora cachonda con gafas de secretaria se deshace de sus bragas de lencería fina cuando un alumno esculpido en el gimnasio exterioriza su enorme polla frente a los gráficos matemáticos de una pizarra, y ambos acaban sobre un pupitre intercambiando fluidos y adjetivos patéticos. Una escena estúpida que cuando la rememoro me pone siempre súper cachonda, por cierto. Y entonces dejé caer algo:

-"¡Pero no me importaría ver cómo te haces una paja!". Silencio sepulcral.

No me estaba creyendo lo que acababa de decirle al chaval. Justo al soltar esa frase yo misma me giré mirando hacia atrás, para disimular, y con la vana esperanza de que un posible asistente fantasma hubiera soltado esa frase por mí. David se quedó mirándome con la misma perplejidad que transmitía yo. No me atreví a decir nada. Dejé que la siguiente frase la construyera él.

Probablemente, mi coño humedecido y en cuarentena había dado él mismo la orden literaria sin aplicar ese filtro cerebral encargado de los impulsos reflexivos. En un primer momento David hizo como que no me había oído, y yo me puse colorada con una sonrisa abollada en la cara. No pensaba repetírselo. Y enseguida pude comprobar que no solo yo me había encendido. David mostraba ahora un semblante completamente tumefacto y, sobre todo, un considerable bulto en su entrepierna que parecía empezar a dolerle preso de una circunstancia poco habitual en su día a día. Entonces se levanto de la silla.

-"Es la primera vez que hago esto, Eva", susurró mientras empezaba a desabrocharse el pantalón.

Nunca antes había propiciado una situación semejante, y mucho menos con un novicio de esa temprana edad, pero mucho menos aún en casa de sus padres, a una puerta de un pasillo común y en una estancia de 10 metros cuadrados en los que cualquier función en vivo iba a ser demasiado real y muy explícita. El fuerte olor de la adolescencia ya cubría con una neblina metafórica toda la habitación, y que David se sacara un rabo de pubertad delante de mí solo iba a acrecentar esa sensación de ambiente enrarecido que mi memoria ya casi había olvidado.


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