Olvidé cuidarme

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Mi cabeza no había dejado de pensar en lo que estaba haciendo.

- ¿Estás bien?

Di una larga calada al cigarro y coloqué mi mano en el colgante que me compré con veinte años, y que aun sigo manteniendo.

- Sí, sí. No es nada. Solo que estoy algo cansada.

- ¿Crees que mañana estarás libre? - me preguntó mientras se levantaba de la cama. John nunca había tenido una aventura.

- No lo sé. Tengo varias reuniones y le prometí a Sam que pasaría la tarde con él.

- ¿Sam? ¿Tu marido?

- No. Sam es mi hijo mayor. Tiene casi diecinueve años, pero estamos muy unidos.

- ¿Tienes más hijos?

- Dos niños, más pequeños.

- Y, ¿tienes más hijos?

 

Vivo en una casa a las afueras de la ciudad. MI marido y yo hemos trabajado duro para poder conseguir todas las facilidades que tenemos ahora. Mis tres hijos son la guía de mi vida, aunque en mayor medida siempre lo fue Sam. Por ser el primogénito, por enseñarme todas las artes de la maternindad; por su cabezonería impregnada de raciolanidad... No lo sé.

 

- Trabaja en una empresa farmacéutica

Me dispuse a levantarme de la cama cuando sonó su teléfono móvil.

- Hola, cariño - contestó - Sí, voy un poco justo de tiempo pero llegaré, no te preocupes - me abroché el pantalón y me agaché para buscar los zapatos que estaban debajo de la cama - No, no. Ha sido un día duro pero me apetece - fui al baño y me coloqué el recogido que llevaba en el pelo - Te veo en media hora. Te quiero.

- ¿Tu mujer? - le pregunté apoyada en la pared con las manos en los bolsillos.

- Sí. Había quedado a cenar con ella y sus padres.

- ¿Te vas a ir sin remordimientos?

Suspiró. Se sentó en la cama y dejó que la corbata cayera por sus manos Me senté a su lado.

- No tienes de qué preocuparte.

Me miró por primera vez a los ojos.

- Por cierto, ¿cómo te llamas?

- Annie. Me llamo Annie.

 

Solía llegar a casa cuando mis dos hijos pequeños ya estaban acostados. Daba un beso a mi marido (sistemáticamente) y pasaba a ver a Sam a su habitación. Casi siempre estaba con los auriculares puestos, escuchando el rudio que él denominaba "las canciones que me inspiran!. Abrí la puerta.

- Hola, cariño - no se movió. Me acerqué a su cama - ¡Sam! Te vas a quedar sordo.

- Sordo de placer. ¿Qué tal te ha ido el día?

- Bien, con mucho trabajo - me di la vuelta y me dirigí al pasillo. Mi mano volvó a reposar sobre mi colgante.

Entré en mi habitaicón, encendí la luz de la mesilla, un par de velas y me miré al espejo.

- Qué es lo que pretendes... - me susurré.

 

Me desperté en mitad de la noche Las tres y cuarto de la madrugada. Me levanté despacio para que Mikel no se despertara, cogí un manta y bajé a la cocina. Me encendía el último cigarrillo de la cajetilla. Exhalando el humo, vi que tenía un nuevo mensaje en el teléfono.

"Sabes que te queda poco tiempo. No te vas a librar".

 


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