Mi vecina Vicky. ¿Cliché? (Séptima parte).

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"Es una simple obsesión con una chica simplemente". Ese era mi mantra matutino. 

Y es que después de nuestro último encuentro habían pasado ya dos semanas exactamente. Sin rastros de su coche, la puerta de su departamento permanentemente cerrada y mis infructuosas guardias después del trabajo me hacían sospechar que simplemente había desaparecido sin dejar rastro. Mi mente empezaba a generar mil situaciones distintas: un secuestro, muertes de familiares repentinas, transferencias laborales, todos encajaban tan bien, todas explicaban lo que pasaba pero ninguna me satisfacía y entonces empezaba de nuevo. Esta vez con la situación mil uno.   Estaba mentalmente exhausto.


—Esto es sólo una cuestión de sexo ¿cierto? —se hacía presente una vez más la voz que intentaba apaciguar mi obsesión—. Quizá si me relajo, me doy una ducha y dejo correr un poco mi imaginación servirá para liberar un poco de presión. Decidido a ir directo a la ducha, saqué las llaves de mi bolsillo y como acto reflejo vi el 104 de su puerta. Estaba frente a mí, tirando de sus pezones de nuevo, gimiendo para mí.
—Esto ya es demasiado —reclamó la insistente voz que me rogaba cordura— entré a mi lúgubre departamento y me dirigí a la ducha más decidido todavía.

Fue inútil. Ni aún el vaivén fúrico que se apodera de mí previo a explotar pudo despejar mi nublada mente. Salí de la ducha frustrado y desconcertado.
Venga, tranquilo que bien dicen por ahí que "a todos les pasa alguna vez" —dijo la voz con tono burlón—. El espejo reflejaba a un tipo desnudo, con una erección a medio camino y con gotas de agua surcando caminos por la piel.
—Pose de revista, campeón —la voz se presentaba una vez más. Sin darle menor importancia me fui a la cama y esperaba tener mejor suerte conciliando el sueño. La puerta avisaba la ocurrente visita de —me temo—  un borracho o un ladrón descarado. Después de todo, no hay muchas opciones congruentes a las 2:00 A.M. Como si caminar sobre la punta de los pies fuera un arma contra el posible atacante, me dirigí a la puerta decidido a defender mi barata morada. La mirilla de la puerta me restregaba la paranoia ridícula de la que era preso.  —¿Ahora los ladrones usan falda? Peculiar vestimenta para el robo del siglo, campeón. Perfecto, ahora tiene sentido del humor.
—Cállate —dije—. Sí, ahora estoy callando a la voz que sale de mí. No tuve tiempo de dedicarle tiempo a lo que sin duda es causa para una visita al psiquiatra, y es que al otro lado de la puerta estaba Vicky con las bragas en la mano, enseñándolas a quien sabía le observaba por la mirilla de la puerta.
—¿No es suficiente con ese santo y seña vecino? —Dijo repitiendo la llamada a la puerta, esta vez con la palma de la mano. Abrí la puerta y pasó como por su casa. Encendió la luz y se sentó en el borde de la cama, dejando sus bragas debajo de mi almohada como souvenir. Cruzó las piernas y dejó caer el peso del cuerpo hacia atrás apoyándose con las manos sobre el colchón, dejándome ver el costado de su muslo izquierdo. 
—Vaya espectáculo diste la vez anterior—, dijo pasándose las manos por debajo de la blusa deshaciéndose de su brassiere en un par de movimientos rápidos.
—¿Qué puedo decir?, me gusta regalar alegrías. Sorpresivamente pude hilar las frases sin dejar en evidencia que el corazón se me estaba saliendo del pecho. No tuve tanta suerte con la erección que ya humedecía mi ropa interior. La misma que buscaba furioso por la tarde. —¿Sabes que me masturbé mientras te cogías a tu amiguita? —dijo con la peor de las intenciones separando ligeramente las piernas.
—¿Cuántas veces? —Sentí como el perdedor con la erección a medias desaparecía. Ese era una de las cosas que tanto me gustaba de ella: en lo que me convertía con tal de hacerle frente.
—Tres. 

Tiró el brassiere sin mirar a dónde, y lanzándome una fingida cara de niña apenada. La única razón por la que no me lanzaba sobre ella a era porque pertenecíamos a ese ambiente. Nos desenvolvíamos como actores en escena, con la naturalidad que te brindan los guiones ensayados. Deseaba más de esto, prolongar la tortura lo más humanamente posible. —En ese caso, me debes dos.
—No vengo a pagar deudas. Si quieres verlo de esa forma, entonces vengo a hacerla más amplia todavía... Repitió la escena de hace dos semanas, sólo que esta vez tiraba de sus pezones por debajo de la blusa, regalándome exactamente el mismo gesto. Al parecer era su táctica favorita para hacerme perder el control. Eso era más de lo que podía soportar, —¡quieto!—exclamó justo cuando amenazaba con acercarme a ella.
—Puedes ver, pero no tocar. Separando las piernas, dejó pasar su mano libre por debajo de la falda y empezó a tocarse.
—¿Te estás vengando por lo de hace dos semanas? —dije intentando descifrar su actuar. La imagen más cargada de erotismo me la daba una mujer sin dejarme ver su cuerpo por completo. Sus escurridizas manos se movían debajo de las prendas. Danzaban debajo, las mismas que se negaban rotundamente a mostrarme por completo el cuerpo objeto de mi obsesión. 
—Quiero que te bajes hasta la rodilla los boxers. Ahora.
—Dijo con voz entrecortada. Dos segundos después su petición era realidad. Ardiendo, palpitante y húmedo frente a ella le seguí el juego.
—Hecho —dije invitándola a continuar en su papel.
—Mastúrbate para mí. Tiré tan fuerte desde la punta hasta la base de mi miembro ardiendo, tanto que dolió. A tal punto que pareció excitarle más que el mismo hecho en sí de masturbarme frente a ella. Esto provocó que el ritmo de sus manos se acelerara de forma automática y su cuerpo empezara a retorcerse inmediatamente.
—No voy a aguantar mucho.
—¿Esperaste tanto para terminar tan rápido? ¿No crees que merezco algo mejor?  

Continuará...

R.  


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