La insuficiente victoria.

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Él iba a abrazarme, sé que lo iba a hacer.


Me hallaba junto a él en la cama, apenas nos separaban 30 centímetros, pero yo sentía como si fueran metros.
Esa noche habíamos discutido, una discusión más que deriva de una estupidez. Llevaba días en los que una sola palabra conseguía hacerme saltar. ¿A caso era mi culpa el estar rodeada de tanta estupidez?
Sé que iba a abrazarme, su cuerpo se giró y se aproximó al mío. Ya me estaba tocando, ya estaba levantando el brazo, casi podría decir que el ya estaba sintiendo como me abrazaba. Pero lo pensó mejor, seguro pensaría que con eso yo habría ganado. Como me conoce... Con ese abrazo hubiera declarado mi victoria, me lo solía imaginar como uno de esos soldaditos de los dibujos que sacan una bandera blanca y la ladean de un lado al otro en señal de rendición.


Entonces lo vi claro, era el momento de sacar todo el armamento. Se cuáles son sus debilidades, aunque esta vez me demostró que puede hacerme sentir toda una novata.
Me levanté de un salto, quería que se diese cuenta de que mi enfado seguía intacto. Le mire de reojo y su mirada seguía clavada en el televisor, casi podía ver el programa reflejado en sus ojos.
Cerré no muy fuerte, creo que ya le había demostrado en demasiadas ocasiones lo fácil que podía perder los papeles. Esta vez estaba dispuesta a salir victoriosa.


Fui despacito a la cocina, no quería que se escuchasen mis pasos en el frágil parqué. Abrí la pequeña bodegita en la que guardamos nuestros mejores vinos y me serví una copa.
Sentí un pequeño cosquilleo cuando escuché abrirse lentamente una de las puertas que estan cerca de nuestra habitación, ya estaba poniendo cara de dura cuando escuche las pequeñas pisaditas del perro que me regaló aquellas navidades. Nunca pensé que alguna vez desearía no ver su carita pero en ese momento sólo tenía ganas de ver una cara.


Me serví otra copa y juraría que después de esa vinieron unas cuantas más.
Consigo recordar vagamente estar yendo otra vez en modo espía hacia la cocina a sacar otra de esas caras botellas. Cada sorbo dolía, no podía evitar ser tan racana como mi padre, lo había visto desde pequeña escatimar en todo.


De repente... ¡pum! Ya no recuerdo nada de esa noche.
Sólo sé que me he levantado con él durmiendo pegado a mi pecho.
He levantado la sábana y sin quererlo se me ha salido esa sonrisilla malvada que a él tanto le gusta, estábamos desnudos. Lo había conseguido.
Me apresure al salón y comprobé que nuestros pijamas estaban repartidos por todas partes y en la mesa ya no había sólo una copa si no dos.

Vuelve a salirme esa sonrisilla.

Yo había ganado pero... ¿De qué servía si no conseguía recordarlo?


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