Las edades del hombre

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A las dos de la mañana por fin se durmió. Había llorado ininterrumpidamente casi dos horas, pero al final el cansancio le venció. Leonardo y Emma durmieron tranquilos, y cogieron este sueño como una bendición. El pequeño Leonardo, su único hijo de dieciocho meses de edad, dormía. Una noche difícil.

A las siete, como cada mañana, Emma despertó a su hijo Leonardo para que fuera al colegio: “Qué vago es, y eso que ya tiene casi nueve años”; pensaba Emma, ajetreada y orgullosa de su hijo a la vez. Le preparó el desayuno, le hizo lavarse los dientes y hacer la cama, le dio una nalgada amistosa en el culo y le dijo “hasta después”. Luego se dio media vuelta y se mentalizó con todos los quehaceres que haría antes de irse a trabajar.

A las diez, salió al recreo del instituto, y se sentó junto a Denisse, la chica que le gustaba desde que salió del colegio. Encendió un cigarrillo y la invitó a uno que ella aceptó. Hablaron del examen de Química, del billar de por la tarde, de las últimas películas que habían estrenado en los cines… y volvieron a clase.

A las dos y media de la tarde, Leonardo salió del trabajo para aprovechar intensivamente la hora y media que tiene para almorzar. Se dirigió al bar de Lázaro, como todos los lunes, para comer su ración de arroz a la cubana, se fumó un cigarrillo tras el almuerzo, hojeó de nuevo el periódico de por la mañana y tras el café, ordenó todos los papeles que iba a utilizar en la reunión de por la tarde. Su empresa importadora de cosméticos no andaba muy bien últimamente.

A las seis de la tarde pasó por la floristería de Andrea, que le quedaba cerca de casa, y le compró un gran ramo de girasoles a su mujer (no se había olvidado de que hoy cumplía treinta años casado con su esposa); junto al precioso anillo que tenía guardado en el bolsillo interior izquierdo de su chaqueta sabía que Denisse se pondría muy contenta. Y por la noche irían a cenar. También tenía muchas ganas de llamar a sus hijos.

A las nueve de la noche, después de cenar su sopita recalentada, Leonardo era fiel a lo que había hecho en los últimos seis años: mirar la foto de Denisse y llorar que ya no la tuviera a su lado. La echaba mucho de menos, y deseaba irse con ella. Él solo era un pobre viejo de casi ochenta y cinco años que sin su mitad no quería ya nada más de la vida.

A las doce de la noche, y después de casi tres años de angustias y dolores, Leonardo supo que su último aliento no se haría de rogar. Bien apretado a la foto de Denisse, habiéndola echado de menos más de diez años, pensó: “Pues al final la vida pasó como un solo día”.


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