LA BOTELLA (1/2)

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Nacho era un  adolescente que vivía con sus padres en un pueblo de pescadores del levante español. El pueblo es un pequeño municipio, no más de doscientas almas, situado en un privilegiado lugar de la costa, pues la orografía del terreno había sido benigna con aquel lugar situando al pueblo en una pequeña ensenada haciendo del paraje una zona de ensueño. Era tranquilo, acogedor, la mayoría de sus casas eran de una sola planta, estaba rodado de verdes montañas, excepto por la parte de la ensenada que da al mar abierto. Tiene su Iglesia, un pequeño Ayuntamiento, escuela, poco concurrida, y como todo pueblo de pescadores un puerto y  una linda playa de fina arena que hace las delicias de cualquier visitante. Entrando por la ensenada, a la izquierda, está el pequeño puerto con su malecón en forma de ele, siendo el abrigo de los barcos cuando la galerna arrecia y aconseja no salir a faenar. No lejos de allí hay un Lonja donde se subasta el pescado y es llevado tierra a dentro. Es la vida económica del pueblo, la vida de las gentes que viven de la mar, de lo que sus redes arrastran del fondo marino, pero hoy, el turismo se está apoderando de su tranquilidad, y se aprecia cómo cada año su población se multiplica por tres. Los lugareños se van acostumbrando al bullicio foráneo, son tolerantes y hospitalarios, pero la palabra “marengo” no está en su léxico porque se consideran pescadores, y con mucho orgullo.

Nacho es adolescente, vive allí y va a la escuela con otros alumnos, pero Dª Rosita, la maestra, nunca ha conseguido tener la clase completa, excepto el primer día, porque todos sus alumnos ayudan a sus padres en el arte de la pesca, ya sea en la mar o entierra, y la maestra no deja de protestar ante los padres, pero las protestas quedan en saco roto. No todos trabajan en la mar. Nacho no lo hace. Sus padres no quieren que sea pesador, por ello siempre es el más puntual de los alumnos, quieren que estudie, que sea un nombre culto, como la gente de ciudad, que sea un hombre importante, pero Nacho no está por esa labor, él quiere ser pescador, vivir de la mar, pero tiene que obedecer a sus padres, por ello se entristece cuando ve a otros niños ayudando a sus padres en el malecón.

Y llegó el final del curso. Todos corrían, saltaban, gritaban de alegría,  pero él no, iba pensativo. Su padre le prometió que al finalizar el curso lo llevaría a pescar con él. “¿Se acordaría?”, se preguntaba. El sabía que en estío era la época donde toda la ayuda era poca, y todo el pueblo se dedicaba a la pesca, bueno, todos menos Nacho, por eso iba triste camino de su casa, pero tenía fe en que su padre cumpliría lo que le prometió. Al entrar en casa su madre lo recibió con una sonrisa y con mirada de cómplice. Con cariño le dijo que mañana su padre lo llevaría con él en la barca mar a dentro. Se puso contentísimo. Saltaba, brincaba, se abrazaba a su madre, y esta se sentía orgullosa viendo la alegría de su hijo. No sabía cómo agraciar a su madre por lo dicho, se sentía agradecido, sabía que gracias a ella se iba a cumplir su sueño. Después de almorzar se dirigió a la playa, iba contentísimo, pese a que la tarde se presentaba un poco fresca, y un aire suave hacía que el agua de la ensenada estuviese un  poco rizada. Se sentó sobre la arena. Se sentía algo de frío y se acurrucaba queriendo entrar en calor,  de pronto, raudo se levantó y corrió por el rebalaje  de su amada playa. Estaba eufórico, por fin se iba a embarcar, sería un pescador más, y eso era lo que más quería en el mundo, y sería como su padre. Al llegar cerca del malecón, vio, entre  grandes piedras, un objeto que le llamaba la atención, se acercó y comprobó cómo el agua mecía una vieja botella entre dos rocas. La cogió. Era una vieja botella oscura que no dejaba ver su interior a causa de la suciedad y otros elementos que llevaba adheridos a su casco debido al tiempo que estuvo expuesta a las inclemencias del tiempo y al salitre del agua, pero lo que más le llamó la atención fue su tapón, lo bien cerrado que estaba y su originalidad le daba un aspecto de obra de arte, pero algo desdibujado por el tiempos pasado en la mar. Inspeccionó la botella. Observó que su interior guardaba algo, intentó abrirla, pero se dio cuenta que podía romperla y desistió. Ya en casa, y con paciencia, quitó el tapón y sacó, con asombro, un pequeño papel, fino y descolorido, pero se podía leer un escueto mensaje: “HOLA, SOY  VALERIA. VEN A VERME. TE ESTARÉ ESPERANDO”, y abajo, a la izquierda, una dirección que a Nacho le pareció la cima de una montaña cuyo acceso era imposible, ya que no sabía nada de la isla que indicaba dicha dirección  o donde se encontraba. Función el ceño, volvió la nota en su lugar, tapó la botella y la puso en una estantería junto a unos libros como si fuera un  trofeo.

Y pasó el tiempo, los años. Aquel niño alto, famélico, pero fuerte, se convirtió en un hombre alto, robusto, moreno y era el suspiro de las jóvenes del pequeño pueblo. Cumplió su sueño de ser un Gran pescador, y todos los días salía a pescar con su barca “MARINA”. Vivía feliz haciendo lo que más quería en el mundo y era el orgullo de sus padres. Ellos no querían esa vida para su hijo, pero comprendieron que la felicidad de su retoño radicaba en la mar.

Un día de duro invierno, de fuerte tormenta, de abundante agua y aparato eléctrico, y aunque la mar no estaba bravía y en la ensenada había un ligero mareaje, las inclemencias del tiempo no aconsejaban salir a faenar. Aquel día Nacho pasó la mañana en la taberna del puerto con los amigos, y después de almorzar se echó en la cama sin quitarse las ropas, su mirada quedó fija en la vieja botella que años  atrás encontró en la playa. La tenía olvidada. La cogió, la abrió y leyó por segunda vez aquel mensaje. El viejo papel se le iba de las manos, pero quedó absorto pensando en aquella nota. Se preguntó por Valeria y los motivos que le indujeron a arrojar esa botella a la mar, y siendo el mundo tan grande por qué llegó a su playa tocándole a él recogerla.

 

 

 


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