LA BOTELLA (2/2)

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Se dijo que para esto último no había respuesta, que era cosa del destino, pero para lo demás habría alguna razón. Se volvió a tumbarse supino en la cama con la nota apretada sobre el pecho, quedó pensativo, pues su cabeza era una máquina de hacer preguntas sin hallar respuestas, y de pronto se incorporó, se le había encendido una luz, esa luz que a veces se nos enciende ante una adversidad. “Sí quiero respuestas tendré que ir a ese lugar para encontrarlas”, se dijo. Ante su ignorancia del lugar, abrió un mapa cartográfico para buscar su ubicación. Puerto Rico es una isla del Caribe, al este de la República Dominicana, “algo lejos”, se dijo con tristeza, pero se prometí  buscar la manera de ir en busca de la mujer que hacía tan escueta llamada.

Y la encontró. Se enroló en la Marina Mercante. Gran disgusto supuso para sus padres, y su madre lloraba desconsolada el día de su partida. El mercante iba bajo bandera panameña, de gran tonelaje,  hacia ruta por todos los mares del globo, y después de dos años navegando por doquier, el barco atracó en un puerto de la costa Venezolana para realizar una reparación, estando una semana en dique. Era su oportunidad para cumplir su sueño, ya que la tripulación tendría todo ese tiempo libre, y buscó transporte para llegar a su isla deseada. El taxi lo dejó frente a una gran mansión ubicada sobre una colina con un muro blanco a su alrededor con abundante vegetación y dos puertas de acceso al recinto. Estaba confundido. Aquello era un lugar de mucho postín, de gente muy pudiente, y no se atrevía a llamar al timbre de la pequeña puerta peatonal. Mientras estuvo allí, pensativo, se abrió la gran puerta corrediza con mecanismo electrónico, y un coche de alta gama con sus cristales oscuros, traspasó la puerta. Nacho cada día acudía al lugar, quedaba pensativo sin atreverse a llamar, y cada día entraba el mismo coche, pero el último día el vehículo paró y de su interior bajo una mujer de cabellos blancos, delgada, estirada, de semblante serio, se acercó a Nacho, le preguntó por qué estaba ahí cada día tan quieto, Nacho le dijo, tímido, que venía a ver a la señora de la casa, pero que desistía y ya se iba.

-Espere.-Dijo la mujer-¿Conoce a la señora?

-No. Pero llevo años queriendo conocerla.

-¿Por qué tiene tanto interés por ella?

-Me dijo que me estaría esperando.

-¿Cuándo se lo dijo?

-Me lo dejó dicho en esta nota que recogí en la mar dentro de una botella.

Nacho enseñó la nota, con timidez, a la tétrica mujer, esta, al reconocer el viejo papel, con los ojos llenos de lágrimas, cogió la nota, se la apretó sobre su pecho, y sin decir nada, entró en el coche. Al poco salió e invitó a Nacho, sorprendido, a entrar en el automóvil, en su interior había una enigmática mujer, vestía de negro con sombrero y velo de red negros, se sentó al lado de aquella mujer den semblante serio, con cara de pena que parecía ausente. No dijo nada durante el pequeño trayecto que separa la puerta de entrada hasta la gran mansión. La mujer de pelo blanco le hizo pasar a un lujoso salón con una decoración exquisita y suntuosa, pero lo que más le impresionó fue su sepulcral silencio, por todo el recinto de la casa, hasta llegar al salón, se palpaba algo extraño que aquel sordo silencio ocultaba. La mujer le dijo que Valeria murió de una enfermedad degenerativa, ELA, a los veinte cuatro años, murió olvidada de sus amigas,  esperando en su soledad repuesta a la llamada  que hizo, porque quería anhelaba compañía, no estar sola en esos dolorosos momentos, pero lucho por su vida, porque esperaba que alguien preguntara por ella,  murió esperando este día, y nos dijo que te dijéramos que está donde no existe enfermedad y se duerme eternamente.

Al poco entró la mujer del coche, de la misma guisa pero sin sombrero de red y con un álbum  de fotos en sus manos. Mientras le enseñaba fotos de su hija le dijo que su enfermedad la postró en su cama olvidada de sus amigas y del mundo exterior, que hizo de sus soledades  sus ganas de vivir, luchó por su existencia hasta que se dio cuenta que todo era inútil. Estaba llena de sentimiento, de sensibilidad, siempre estaba alegre y su alegría la contagiaba a quien estuviese en su rededor, pero en la intimidad de su habitación, caía en la más grande de las tristezas, sus ojos parecían una fuente manando lágrimas, pero sus llantos fortalecían su espíritu y le daba fuerza para soportar la enfermedad. Nacho lloraba en silencio oyendo el relato de aquella madre afligida por tanto dolor, y sonreía viendo las fotos de su desconocida. En unas fotos contemplaba la alegría de una niña sana que se divertía con alegría como cualquier  niña de su edad, de una niña feliz con rasgos de una futura mujer bella, otras, las últimas, postrada en la cama, era una auténtica mujer de gran belleza con pelo largo, rubio, pero en su semblante se podía apreciar la marca de la enfermedad, la marca de la muerte. Cerró el álbum con delicadeza y lloró en silencio, las dos mures, henchidas de cuita, también lloraron. Al día siguiente, en compañía de las dos mujeres, visitó la tumba de Valeria. Era un pequeño panteón con capilla con  altar, y en el suelo una lápida de mármol blanco con su nombre en relieve. Allí yacía su enigmática desconocida, y dejó un ramo de rosas blancas, sus flores favoritas, según le dijo su madre, en deuda por no haber venido antes.

Nacho volvió al pueblo, dejó la Marina Mercante, pero con él también iba el pequeño papel con la nota y la aflicción de no haber conocido a la dueña de la botella. Volvió a meter la  nota en la botella, la cerró, la cerró de por vida y la puso en su lugar de siempre, se echó en la cama con la miranda en la vieja botella, cerró los ojo y quedó pensativo soñando lo feliz que hubiese sido al lado de aquella mujer si no hubiese tardado tanto en correr a su lado, pero recordó “que los sueños, sueños son”. Abrió los ojos y se dio cuenta que estaba en el mundo real.

 


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