Los euros de los Rolling Stones (II)

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LOS EUROS DE LOS ROLLING STONES (II)

         (continuación)...

 

 
 

El día antes del concierto, Tina volvió a llamarla.

 

-Oye, ya no voy. Todo fue una falsa alarma. Dice Dagoberto que el dinero que van a tirar es falso. ¡Tacañísimos que son los viejos esos! Lo hacen para filmarlo, y utilizar luego las imágenes en un video clip.

 

-¡Pues ahora que me embullaste, yo sí voy a ir! ¡Ya hasta hablé con Cuca la vecina para que mañana me cuide al niño!

 

Eran pasadas las cuatro de la tarde cuando Tere se apareció en la explanada de la Ciudad Deportiva. Montones de gente rodeaban ya la tribuna, sin importarles que el sol continuase aún a aquella hora castigando fuerte desde un cielo sin nubes. Ella no tenía interés alguno en ver de cerca a los artistas, por lo que no iba a martirizarse intentando reservar un buen sitio. Enfiló hacia la sombra que proyectaban las matas de arecas sembradas junto a las cercas exteriores.

 

-¿Me puedo acomodar aquí junto a usted? –se dirigió a un señor maduro, pero de muy buen ver, sentado al pie de una de aquellas matas. Llevaba pantalones cortos, sandalias y sombrero.

 

-¡Claro, por supuesto! –le respondió él con un acento que inmediatamente ella reconoció como argentino.

 

-¡Ay, tú no pareces cubano! –dijo divertida-. Debes ser argentino o uruguayo.

 

La conversación entre ambos se hizo fluida. Se llamaba Mauricio. Le encantaban los Rolling Stones, aunque ciertamente no era tan fanático como para volar a La Habana únicamente por verlos. Quiso la casualidad que desde antes tuviera un viaje de negocios programado para estas fechas, y ya que estaba en Cuba, no iba a dejar de ser parte de un acontecimiento así. Ella le confesó que tampoco era fanática. Ni siquiera los conocía. Pero una amiga la había animado a que asistiera, y dejó incluso a su hijo con una vecina para poder estar presente allí.

 

Media hora más tarde, Mauricio la estaba convidando para que lo acompañara a tomar algo hasta una habitación que tenía alquilada en un departamento de Centro Habana.

-¿Pero y no vas a ver a los Rolling Stones? –le preguntó ella entre asombrada y coqueta-. ¿Te vas a perder el concierto?

 

-Es que vos me interesás mucho más que ellos….

 

Cuando llegaron, él le pidió que esperase un momento abajo. Debía asegurarse de que no la vieran subir. Fue lo primero que le advirtió el casero al exigirle el pasaporte para rentarle el cuarto. “¡Nada de chicas o chicos, por favor!”

 

El camino estaba libre. Ella subió de prisa, y siguió a Mauricio hasta una habitación muy confortable, con split y minibar. Se desnudaron, mientras se besaban apasionadamente. Tere quedó algo decepcionada por la forma en que aquel argentino le hacía el amor. Pero fingió. Y gritó, y gimió, y se quejó fuerte mientras era penetrada, y hasta estiró los dedos de los pies para que él pensara que tenía orgasmos.

 

Y en eso tocaron a la puerta. Con fuerza. Con insistencia. Con desespero. Mauricio paró de moverse, y preguntó:

 

-¿Pasa algo?

 

-Sí, claro que pasa –respondió desde afuera la voz del casero-. ¡Por favor, ábrame ahora mismo la puerta!

 

Tere se vistió lo más rápido que pudo, se alisó el pelo delante del espejo, y le hizo señas a Mauricio de que ya podía abrir.

 

-¡Yo le dije a usted muy claro que en mi casa no quería putas! –soltó el casero en cuanto los tuvo a la vista.

 

-¡Yo no soy ninguna puta! ¡Respétame, maricón de mierda! –saltó Tere como una leona, y le fue para encima con el ánimo de arañarlo con sus largas uñas punzó.

 

Mauricio la detuvo.

-¡Tú te callas la boca, y déjate de armar escándalos! ¿O quieres que te llame a la policía, y te acuse de asedio a turistas? –la amenazó el casero. Luego, dirigiéndose a Mauricio, puso en sus manos el valor del dinero correspondiente a los tres días de alquiler que ya él le había pagado.

 

-¿Y esto qué significa?

 

-Significa que ahora mismo, ustedes se van de mi casa. ¡Los dos! ¡Les doy quince minutos para que salgan!

 

Tere lo ayudó con las maletas. Un par de cuadras más adelante encontraron otra casa de alquiler. Ella esperó a que él se acomodara. Al despedirse, Mauricio le ofreció cincuenta dólares.

 

-¡Yo no soy ninguna puta! –se ofendió, rechazando el dinero.

 

-¡Tomálo! ¡Es para tu pibe! ¡Comprále algo con esto!

 

A la mañana siguiente, Tina la llamó bien temprano.

 

-¡Cuéntame! ¿Qué tal el concierto?

 

-¿El concierto? ¡Maravilloso! –rió Tere-. ¡Y no me vine a la casa con euros, pero sí con dólares americanos!

 

-¿Pero qué dinero es ese? ¡Si al final Dagoberto me dijo que no iban a tirar nada! ¡Ni siquiera billetes falsos!

 

-¡Es que el dinero no cayó del cielo, ni de ningún helicóptero!

 

-¿Y entonces?

 

Tere estalló en una carcajada, y antes de ponerse a contarle a su amiga toda la historia, exclamó para intrigarla:

 

-¡A partir de ahora esos Rolling Stones tendrán para mí sabor a tango!

 

                                                                                                   (Fin)


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