Cegados Episodio Roberto Parte 2

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Además la culpaba de ello, ya que era la que había tomado la iniciativa de la separación.

Últimamente su madre apenas le dirigía la palabra, excepto para ordenarle y regañarle continuamente. Los fines de semana ya no hacían nada interesante, ver la tele y jugar a solas con la videoconsola, ahora sin conexión a Internet. En los turnos con su padre peor todavía. Este no levantaba cabeza y su obsesión enfermiza consistía en interrogarle continuamente sobre la nueva vida de su madre. Solían ir a casa de sus octogenarios abuelos donde ahora residía su padre y su única ilusión era jugar con la pequeña perrita que también vivía allí.

A Roberto le había cambiado el carácter poco a poco. Se había vuelto más retraído en general y más insolente con su madre a la que dedicaba de vez en cuando una sonora rabieta. Dormía y descansaba peor por las noches, su rendimiento académico era menor y ya no era tan popular en el colegio.

-Anda, vamos a la tienda de Miguel -claudicó Sandra-. Ya te has perdido la primera hora de clase y yo recuperaré mis horas alguna tarde.

 

La acompañó en silencio, aunque no le gustaba esa tienda, bueno, lo que no le gustaba era Miguel el dueño. El sentimiento entre niño y encargado era mutuo. Miguel era el típico tendero que tenía que lidiar todos los días con señoras de mayor nivel económico y cultural que él, por lo que sus temas de conversación eran pobres y sin interés. Siempre recibía a sus clientes con una sonrisa más bien tirando a mueca de lo falsa que era. Ponía muy buena cara a las madres, pero en los descuidos o cuando acudían solos, no disimulaba su mal carácter con los hijos de sus clientas.

Al llegar a la tienda encontraron a Miguel en la puerta. Admiraba con deleite el flamante y vistoso cartel de “Supermercado” que colgaba de la pared exterior del edificio. Era excesivamente grande por lo que se veía desde toda la calle, estaba satisfecho con la adquisición aunque sus buenos dineros le había costado.

-¡Buenos días señora! ¡Buenos días chaval!

Saludaba dando pequeñitos golpecitos en la nuca de Roberto en gesto amistoso mientras entraban en el comercio. Roberto, al que no le gustaban demasiado esas familiaridades, no respondió.

-¿Otra vez se te ha vuelto a olvidar el desayuno? -dijo el comerciante metiendo el dedo en la llaga-.

-Bueno, con las prisas ya se sabe -se disculpaba la madre-.

-Isabel, ponle a la señora lo de siempre y cóbrale que tiene prisa -ordenaba con desdén a su empleada-.

Mientras su madre pagaba, Roberto disimuladamente cogió una chocolatina y se la metió en el bolsillo del pantalón.

-Isabel, cobra también el euro de la chocolatina -ordenó tajante Miguel-.

-¿Qué chocolatina? -preguntó Sandra-.

A Roberto le subieron las pulsaciones, en menudo lío estaba a punto de meterse.

-La que acaba de guardar su hijo dentro del bolsillo del pantalón -acusó-.

-¿Cómo dice? ¡Roberto vacíate ahora mismo los bolsillos de los pantalones! -ordenó muy ofendida su madre-.

Roberto titubeó unos instantes, pero resignado se sacó los bolsillos hacia afuera, milagrosamente e inexplicablemente estaban vacíos.

-Yo…, creí…, perdón…, me pareció ver que agarraba una y después se ha metido la mano en el bolsillo -balbuceaba el tendero sin entender que había sucedido-.

-¿Pero quién se ha creído usted que es mi hijo?, es lo que me faltaba hoy, vámonos Roberto.

Miguel, maldiciendo entre dientes contra el crío, contemplaba atónito como se alejaban, fue lo último que vieron sus ojos.

El intenso fogonazo de luz blanca sorprendió a Roberto y a su madre recién salidos de la tienda de Miguel.

Roberto aun caminaba por la acera sorprendido por desconocer qué había pasado con la chocolatina. ¡Quizás se había convertido en mago sin saberlo!

Cuando sus ojos no pudieron resistir más la brillante intensidad lumínica, instintivamente su mano izquierda soltó la mano de su madre para proteger su ojo izquierdo y su mano derecha soltó la bolsa del desayuno para proteger su otro ojo. Se detuvo, permaneciendo allí unos minutos, ambas manos sobre sus ojos, entre dolorido, asustado y sorprendido, sin reaccionar, ni saber que hacer. Tras los primeros minutos del shock, comenzó a reaccionar, lo primero que hizo fue llamar incesantemente a Sandra.

-¡Mami, mami, mami! -repetía y repetía- ¡No veo! ¡No veo! ¿Dónde estas?

No obtenía respuesta, su débil voz era apagada por el griterío general. Tras el gran esfuerzo, sus cuerdas vocales le avisaron en forma de gallo afónico de que era el momento de tomar un descanso. Al detener sus gritos fue cuando se percató del gran alboroto que reinaba a su alrededor. Todo el mundo chillaba nombres, llamándose unos a otros, emitiendo lamentos, pidiendo ayuda y todos coincidían en que no veían o se habían quedado ciegos.

Las lágrimas brotaron de sus ojos que al secarse se iban convirtiendo en una especie de pasta legañosa que soldaban sus parpados, impidiendo que estos se abrieran. Tras esperar un rato, decidió moverse un poco, pero desorientado se dirigió en sentido contrario, retornando hacia la tienda y alejándose de su madre que le buscaba desesperada unos metros mas adelante.


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