RECORDANDO LA NAVIDAD

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Debería encontrar un lugar seguro, sabía que no deberían verlo de aquel modo, como también sabía que la policía desalojaría el lugar en breve...

Amanecí helado, mi querida esposa Marta se había llevado la manta polar a la parte de su cama, muy graciosa ella me preguntó qué si tenía frío, jugueteamos unos minutos antes de desearnos feliz Navidad. Ese día sería completo comeríamos en casa de sus padres, para más tarde acudir a la sesión de cine con la niña, me dormí como siempre, pero valió la pena gastar aquella cantidad de dinero que me costó la siesta navideña, ya que mi pequeña disfrutó de lo lindo y verla feliz era una de mis grandes satisfacciones. La noche también sería a golpe de tarjeta de crédito pues cenamos con mis padres y toda la familia en un buen restaurante. Mientras el camarero nos servía toda clase de canapés que no saciaban nuestro apetito, y llenaba las copas del vino de reserva que yo mismo había encargado, Marta quedaba con su cuñada para ir al día siguiente de compras, había que encargar los regalos que nos traerían los reyes magos. Baltasar fue precavido aquel año y ya tenía envuelto y bien escondido el diamante que descubriría mi mujer al despertar aquel 6 de Enero.
Al terminar la cena acercamos a los abuelos a casa, ellos cuidarían de los nietos hasta que nosotros volviésemos de haber rematado la noche. Una buena sesión de bingo fue nuestra primera parada, allí corrían los billetes que daba gusto, cantásemos o no, todo eran risas y los cubatas ahogaban las penas de los presentes o aquello es lo que todos pensábamos. Al salir de la sala mi hermano deposito en una de aquellas manos que se acercaban un billete de los grandes, me miró sonrió y me dijo, ¡Pobres! Dándome a la vez una palmada en la espalda, no sabía por qué lo hacía ya que aquellas personas podían encontrar un trabajo si se lo proponían, pero en fin eran fiestas y nosotros que íbamos sobrados podíamos contribuir a su felicidad con aquella limosna o tal vez sin saberlo eran ya más felices que nosotros.
Nuestra noche terminó con la gran velada esperada por Marta, los cuatros fuimos testigos de una gran opera, la función cantada del clásico Cuento de Navidad. No me dormí, extraño en mí fue aquello, pero la verdad que cada acto me sobrecogía, atento estuve viendo aquella maravillosa obra, hasta asomaron a mis ojos alguna que otra lágrima que con disimulo apartaba cogiendo a Marta con la otra mano. Pero lo que me traumatizo fue cuándo al salir del teatro dónde se celebró el evento...
La policía arremetía sobre un grupo de mendigos que calentaban sus manos sobre aquellos bidones al rojo vivo, asando unas mazorcas que se llevaban a la boca, mientras otros hacían sonar unas botellas y latas cantando villancicos para que los que salíamos del recinto les dejásemos el tan anhelado aguinaldo...
En un momento toda aquella jornada de mi vida pasó por mi mente, recordando la mullida manta de mi cama, el despertar feliz de mi esposa, la dulce sobremesa en casa de mis suegros, mi niña en el cine y mí costosa siesta en el mismo. Luego no dude en pensar en aquel derroche de dinero en el bingo, el donativo en plan de “me sobra” y por último la salida del teatro después de ver una historia que te enternece y te conciencia...

Por eso mismo, si ya hemos terminado te agradecería que me dejases ir, pronto terminara la función y la policía nos pedirá que nos dispersemos, ya que no somos bien hallados en los alrededores dónde se mueve la gente pudiente, por decírtelo en una palabra deslucimos el ambiente, sin saber las vueltas que da la vida...
Y al fin y al cabo aquello que te he contado me sucedió hace unos años...

©Adelina GN


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