Tránsito

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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-Cariño, ¿puedes ir a la frutería? Olvidé comprar pimientos y ya sabes cómo se pone tu madre si no acompañan a la tortilla.

-¿En serio? -preguntó enfadado, justo ahora que se había acomodado en el sofá tenía que levantarse por unos malditos pimientos.

-Es tu madre, cielo. No tengo la culpa de que sea tan tiquismiquis. -Sara hablaba desde la puerta del salón mirando a su marido Ángel con soberbia-. Además te vendrá bien el paseo, desde que nos casamos has engordado una barbaridad.

Ángel se levantó de un salto reprimiendo una carcajada:

-¡Qué me dices! ¡Si estoy lozano como un joven de veinte años! -dijo con seriedad frotándose la barriga cervecera. Sara lo miró con ranuras en los ojos y se acercó a él.

-¡Venga! -dijo dándole un azote-. Mueve tu trasero y ponlo en la frutería. ¡Por favor!

-Está bien, está bien... 

Ángel se fue al baño a peinar el poco pelo que le quedaba en la cabeza. Aunque lo negara, los años sí que habían hecho mella en él y sí, le habían afectado más desde la boda con Sara, hacía ya cinco años. Había dejado de ir al gimnasio, el pelo se había evaporado al igual que sus ansias de fiesta, la barriga de la felicidad estaba creciendo... Aún así ninguno de los dos llegaba a los cincuenta años y le quedaban muchos años por delante para disfrutar de la vida. Al menos eso creía Ángel.

Sara se quedó en el salón mientras Ángel se peinaba y una extraña sensación se apoderó de ella. ¿Qué era exactamente? No podía identificarla, era como un presentimiento de que algo no estaba bien. ¿Por qué tenía la certeza de qué estaba enviando a su marido a la muerte? Sara sacudió la cabeza pensando en que sería mejor dejar de leer esas novelas de terror que tanto miedo le daban y que aún así no podía evitar leer. Cuando Ángel salió del baño, Sara fue a su encuentro en el pasillo y le tendió un billete de 10:

-Si te sobra puedes comprar una cerveza, grandullón.

-¡Oh, qué amable! 

-Ten cuidado en el cruce -dijo Sara sin pensar-. Ya sabes que a veces los coches pasan a toda velocidad y no respetan a los peatones.

-¡Mi querida Sara se ha hecho monitora de un curso para la protección de los viandantes! -bromeó Ángel-. No te preocupes mujer.

 

****************************************************************************************************

 

Ángel cruzó por el paso de peatones sin ningún problema, Sara era una exagerada, la visibilidad del cruce era excelente, había que ser muy tonto para resultar atropellado allí. 

Entró en la frutería y el señor que regentaba la tienda parloteaba sin cesar, con un cliente, como de costumbre, por eso a Ángel no le gustaba ir de compras, tener que esperar no era uno de sus puntos fuertes.

-¡Hola! -exclamó para hacerse ver.

Increíblemente ninguno de los dos se molestó en contestar a su saludo.

"Que educados" pensó Ángel molesto. Con lo bien que estaba en el sofacito de su casa y  tener que salir a aguantar a esos especímenes.

Entonces entró una señora y pasó por delante de Ángel como si nada, se apoyó en el mostrador y soltó sin más:

-A ver Eusebio, aquí venimos a comprar no a charlar... ¿Ya ha terminado de comprar? -le preguntó al cliente que hasta ese momento hablaba con Eusebio.

El hombre se ruborizó, cogió su bolsa con la compra y se fue sin hacer ningún comentario. La señora se dio por satisfecha y se puso a pedir fruta  como si no hubiese un mañana. Ángel no daba crédito, ¡se había colado con todo el descaro! Y ni siquiera Eusebio era capaz de decirle nada. 

De la trastienda salió la mujer de Eusebio y justo cuando ella se puso detrás del mostrador y Ángel iba a pedir los dichosos pimientos, un chico entró apresurado pidiendo una barra de pan bien horneada.

Ángel no salía de su asombro pero decidió permanecer callado, si los dueños no decían nada, no sería él quien empezase una discusión por el turno. Aún así no dejaba de pensar en lo caradura que podía llegar a ser la gente, en cómo podían pasar por delante de él como si tal cosa e ignorarlo de esa manera... Desde luego, había personas para todo.

Transcurrido un rato, la señora mal encarada y el chico se marcharon. 

-¡Por fin! -dijo Ángel apoyándose en el mostrador- ¡Debo de ser invisible! ¡Increíble! Quiero dos kilos de pimientos, de los que pican, por favor.

Eusebio se giró, le dio la espalda sin decir nada y  la mujer de Eusebio se fue de nuevo a la trastienda.

-¡Oye! ¿Me está oyendo? -preguntó alarmado Ángel dando un golpe con la mano en el mostrador-. ¿Es que es hoy el día de los Santos Inocentes o qué?

-¡Marta! -exclamó Eusebio saliendo de detrás del mostrador- ¡Ven a ver! Algo ha pasado en el cruce...

-¡Claro que pasa algo! ¡Quiero mis pimientos! -gritó Ángel sintiéndose ridículo de inmediato, parecía un niño en plena rabieta.

Entonces Ángel se detuvo a escuchar realmente por primera vez desde que había entrado en la frutería. Había estado tan concentrado en el descaro de las otras personas que se habían colado, que no reparó en lo extraño de los sonidos que oía. La voz de Eusebio se oía lejana, como si en vez de estar a su lado, estuviese mucho más allá, en otro lugar. De fondo se escuchaba a la gente murmurando en la acera enfrente de la frutería.

-Parece que han atropellado a alguien -dijo el chico que acababa de comprar el pan hacía un momento.

-Ese cruce... Mira que lo tengo dicho, los coches no respetan nada. Espero que no sea grave -dijo Eusebio.

Ángel pasó entre la gente caminando como en un sueño, cada persona tenía un color alrededor que antes no podía ver y que ahora brillaba intensamente. Todo parecía gris y desvaído excepto esos colores.

-¿Qué está pasando? -preguntó a una mujer que estaba mirando hacia el lugar en donde se encontraba una ambulancia y un coche detenido con el capó abollado.

La mujer no contestó y continuó con la mano en la boca tapando su expresión de sorpresa. De su mano brotaba un color rojo intenso. "El color del miedo" pensó Ángel sin sentido. Continuó caminando hasta llegar al cruce del que tanto miedo tenía Sara. Al final iba a resultar que tenía razón y todo. Odiaba tener que darle la razón aunque ya no podría hacerlo de todos modos.

Estaba muerto. Su cuerpo yacía medio ladeado a dos metros de sus pies etéreos. De la cabeza salía un reguero de sangre bastante considerable y la pierna izquierda estaba retorcida en una postura nada natural. 

Había ido a por unos pimientos y había hallado la muerte. Que extraña cosa es el destino que nos lleva allí a donde debemos de estar. Se imaginó a Sara llorando su muerte y no pudo contener sus propias lágrimas

-Estoy aquí, aún no me he ido... 

 

 


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