Dos hermanos viviendo juntos

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Después del funeral de su madre entran en su casa Rodrigo y Miguel. Ambos son muy parecidos, castaños, con la tez morena y un fuerte mentón. A pesar de que ambos han superado ampliamente la cuarentena ninguno de los dos tienen canas ni empiezan a tener alopecia. Sólo se diferencian en la altura. Miguel, el más joven de los dos hermanos, le saca una cabeza a Rodrigo.

Sin dirigirse la palabra se sientan en el salón, igual que hacían como cuando vivía su madre. Miguel en el sofá y Rodrigo en su sillón. Por costumbre, dejan libre el sillón que está al lado de la calefacción. Era el asiento su madre.

Se quedan mirando la  televisión apagada, observando el mueble de madera de roble oscuro donde se encuentra. Como toda la casa está decorada de una forma clásica. Igual que era su madre.

Finalmente, Rodrigo decide interrumpir el silencio.

-          Tenemos que hablar. – Mientras mira fijamente a su hermano.

Durante unos segundos Miguel parece que no le escucha, sigue mirando ese armario que cuando vivía su madre estaba limpio de polvo. Hasta que le mira con cara inexpresiva.

-          Le he comentado a Vilma, que no vuelva a casa. – Rodrigo traga saliva antes de continuar – Ahora sin la pensión de mamá y sólo con nuestros sueldos, no podemos permitírnoslo.

-          ¿Por qué has hecho eso sin consultarme? –  La cara de Miguel comienza a mostrar un claro enfado.

-          Estabas muy afectado por lo de mamá – Rodrigo intenta explicarle – He pensado que podemos repartir las tareas domésticas.

Sin dejarle terminar Miguel sale del salón y se encierra en su habitación dando un portazo.

Durante los siguientes días, no vuelven a coincidir, ya que tienen horarios totalmente diferentes. Miguel trabaja en turno matutino, mientras que Rodrigo está trabajando por las tardes.

Hasta que llega el sábado.

Rodrigo se levanta pronto y sale a la calle a hacer un poco de footing. Antes echa una mirada a la pequeña cocina, el santuario de su madre. Ahora se ha convertido en un lugar lleno de grasa y con una pila alta de platos pendientes de lavar.

Negando con la cabeza, va a intentar relajarse con un poco de ejercicio.

Después de una hora corriendo, vuelve a casa y se encuentra a su hermano desayunando sentado el sofá mientras ve la televisión. Sin saludarle se dirige al cuarto de baño.

Al entrar en el baño se encuentra con el espejo sucio por restos pegados de espuma seca de afeitar y que la bañera ha adquirido una tonalidad grisácea. Su cara comienza a mostrar unos visibles gestos de repulsión en su cara, a pesar de ello se introduce en la bañera para ducharse.

Aparentando estar más calmado, va a saludar a Miguel para intentar terminar la conversación que tienen pendiente.

-          Esto no puede seguir así.

Intenta simular los gestos de su madre, cuando les regañaba. Con las manos apoyadas en la cadera y semblante serio, pero sin elevar la voz.

-          Tenemos que repartirnos las tareas de la casa e ir limpiando. Esto es una pocilga. – Lo dice Rodrigo, mientras sus ojos no se despegan de los restos de barro que hay en el suelo del salón.

-          No creas que a mí me gusta vivir así – le replica Miguel – Pero no debiste echar a Vilma.

-          Sabes que no podíamos permitírnoslo – Rodrigo intenta mantener la calma a pesar de de que Miguel comienza a temblar, visiblemente nervioso.

-          Deja de hacer de hermano mayor. Aquí vivimos los dos y las decisiones las tenemos que tomar juntos – Más que contestar, parece que Miguel escupe las palabras.

Rodrigo resopla. Se encoje de hombros, mientras Miguel se levanta del sofá para enfrentarse a su hermano. Al ser más alto que él le mira hacia abajo.

-          Tengo tanto derecho como tú a esta casa y a tomar decisiones sobre ella– Mientras Miguel dice eso cierra los puños, aunque mantiene los brazos sin elevarlos.

Rodrigo da un paso atrás y levanta las manos mostrando las palmas.

-          Es verdad. No debería haberlo hecho sin consultarte. ¿Podemos hablar?

Miguel relaja las manos y asiente ante la pregunta de su hermano.

-          Tenemos que repartirnos las tareas de la casa. Debemos demostrar que aunque cuando mamá vivía no hacíamos nada en casa, si somos capaces de tenerla limpia. Ahora da vergüenza vivir aquí – Continúa Rodrigo, intentando hablar lo más rápido posible, para que Miguel no pueda interrumpirle.

-          Vale, pero con una condición –Miguel muestra una pequeña sonrisa.

-          ¿Cuál? – pregunta extrañado Rodrigo.

-          Mañana es domingo y prometimos que todos los domingos comeríamos juntos. Me gustaría que comiésemos juntos como hacíamos antes de que enfermase. Preparé el arroz con pollo que tanto nos gustaba.- La sonrisa de Miguel es cada vez más amplia.

-          Me parece bien.

Ya más relajados ambos, deciden repartirse las tareas de la casa e intentando hacerlo lo mejor posible, que no es mucho, porque nunca habían limpiado antes.

El primero en levantarse el domingo es Miguel. El sábado por la tarde compró un libro de recetas y todos los ingredientes que marcaba como necesarios para la comida que quería hacer.

Con una sonrisa se puso a cocinar, pero cuando ya está terminando, al probar la comida, la sonrisa le desaparece de la cara.

Finalmente comen en la mesa del salón, con el mantel morado que tanto le gustaba a su madre. Sin decir ninguna palabra, ambos haciendo esfuerzos en comerse el arroz con pollo. Rodrigo observa que su hermano le está mirando fijamente, por lo que evita realizar ninguna crítica y fija su mirada en el mueble de roble, que a pesar de la limpieza del sábado, sigue teniendo una capa de polvo.

-          ¿Los domingos seguiremos haciendo la comida familiar? – Miguel pregunta con voz baja, también mirando el mueble del salón.

-          Supongo que sí – Mientras Rodrigo hace una mueca que se parece a una sonrisa – Se lo prometimos a mamá.

 


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