Habladurías

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 A los cincuenta años, Fredesvinda encontró a la puerta de su casa una gallina negra muerta y medio quemada. Esa era la señal, de esa forma se descubría a una bruja. Ella era soltera y sin sus padres ya, vivía sola. Cogió la gallina y la enterró rapidamente en el jardín. El miedo le entró en el estomago y le subió a la cabeza. Escuchaba de niña que las brujas podían hacer que los animales de los ganaderos enfermaran por desearles mal a ellos, también las personas podían enfermar por desearles mal una bruja, y más cosas terribles podían hacer solo con desearlas. De niña hubo ún incidente de esos , un ganadero perdió todo el rebaño de ovejas en el pueblo, por una enfermedad desconocida. Para saber si había sido por una bruja hecho al fuego una gallina negra y pudo ver el rostro de su vecina, eso dijo él pero nadie lo corroboró. La señora era viuda,  con hijos y la hicieron la vida imposible hasta que se fué del pueblo. Fredes empezó a pensar quién podía haber el animal en su escalera. Y los pocos vecinos que quedaban. No fué dificil, pensó en Juan. Este tenía gallinas, algunas negras y había enfermado de corazón y nunca fué buén vecino. Además, era el nieto de aquel hombre que hechó a aquella viuda inocente del pueblo. Que estupidez, ella bruja, pensaba Freves. Juan empezó a decir habladurías sobre ella y la brujería, alguna llegó a sus oidos; que si hacía pocimas con hierbas y de su chimenea salía humo azul, que su escalera siempre estaba barrida y nadíe la vió jamás barrerla, que tenía cuerbos negros en el gallinero y más mentiras. Fredes un día se cansó, ya no podía más con las tonterías que contaba Juan. Era un día de lluvia se puso el chubasquero al oir el último chisme. Se dirijió hacia casa de Juan, con un humor de perros y acordandose de toda su familia. Ella siempre fué una mujer pacifica, nunca había reñido con ningún vecino. Tardó media hora en llegar a su casa a pié, estaba calada entera, no se había dado ni cuenta las ganas de llegar y enfrentar a Juan la superaban. Llamó a la puerta, no contestaban asique abrió la puerta y entró. Pudo ver a Juan muerto en el suelo, le había picado una abeja en la lengua viperina y mentirosa, o tal vez no lo era tanto.


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