La perdición del marino

Parece que va dormido

el pobre marinero,

que a lomos de su velero,

en la mar se ha perdido.

Fascinado por la belleza

que rebosa este paisaje,

ha hecho que se relaje,

y cometa esta torpeza.

¡Para nada sirvo, no valgo!

Dice, mesándose el cabello.

Pero, espera, ¿qué es aquello?

¡He encontrado algo!

¿Qué es aquello que reluce,

que parece que es de oro?

¿Es, acaso, un tesoro?

Mucha dicha le produce.

Acercose el marino,

para de ello cerciorarse,

sin apenas percatarse

de que aquel era su sino.

No es sino el reflejo

de unos ojos de zafiro,

que en menos de un suspiro,

lo han dejado perplejo.

Una mano ha emergido,

y señala con el dedo,

al joven, que sin miedo,

en las aguas se ha sumergido.

Siguiendo el haz del lucero,

que es de un color azulado,

ha quedado hipnotizado,

y ha caído prisionero.

Éste es el fin que le depara,

al feliz que se extraviara:

que la mar lo dominara,

y de él su alma tomara.