Teutoburgo. Parte 2.

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De pronto se escuchó un cuerno bárbaro entre los árboles y el grupo se detuvo, preparado para formar en cualquier momento. No vieron a nadie, pues nadie cargó desde la espesura. Tan solo pudieron escuchar el silbido de los proyectiles antes de comenzaran a caer entre ellos. Decenas de arqueros se escondían tras los arbustos, descargando su munición contra la centuria. Alzaron los escudos para protegerse, algunos demasiado tarde.
Un rumor lejano llegó a sus oídos. Eran toques de corneta indicando ayuda. El jefe de la escuadra se colocó en primera posición rápidamente.
-Paso ligero.-ordenó a pesar de ser hostigados.
La centuria corrió a lo largo del camino por varios kilómetros, sin dejar de recibir disparos desde el bosque por ambos lados del sendero.
Las flechas caían a uno y otro lado y cuando alcanzaban a uno de ellos, lo abandonaban en el camino para que fuera ejecutado posteriormente por sus cazadores. En ese momento no eran más que animales perseguidos. No podían detenerse ni un segundo. Sin embargo, todos sabían que si conseguían salir de aquel infierno, recordarían durante toda su vida los alaridos de dolor y terror proferidos por sus compañeros heridos que no podían mantener el ritmo.
Podían ver sus sombras deslizarse en la espesura, saltando de un árbol a otro, sin darles un segundo de respiro. Sentía sus ojos destilando rabia clavados en su espalda.
Y fue justo al doblar en una curva del sendero, tras un pequeño risco, cuando vieron la legión, vieron el águila. El orgullo de Roma. Completamente rodeada por millares de enemigos, los restos del ejército luchaban como podían. Parte de ellos estaban en el camino marcado por los zapadores, en pequeños grupos compactos. Pero el resto luchaba entre los árboles, donde los bárbaros los superaban en agilidad. Por fortuna el estandarte se encontraba en el centro de un pequeño claro y los legionarios habían creado una sólida posición.
-En formación de ataque.-La centuria se dispuso en un solo frente de tres filas. Nadie lo dijo y muchos no lo pensaron. Pero Marco miró a su espalda con desconfianza. Aquel camino sembrado de cadáveres escondía una peligrosa trampa. Pues los barbaros que les habían seguido les atacarían por la espalda.
Sin embargo el oficial al mando solo tenía ojos para el águila, que cada vez más, amenazaba con caer. Y a un nuevo toque de corneta cargaron arrasando con los primeros salvajes que encontraron. Pero al momento, como si se tratara de una respuesta a su ataque, una nueva horda surgió del bosque. Al frente, a los lados y a su espalda. Y no hubo tiempo de reagruparse y formar. Pues los cogieron por sorpresa y quedaron divididos. Luchando espalda contra espalda, rodeados por hombres enloquecidos y pintados como si vinieran del mismo infierno.
Marco quedó separado de sus compañeros y quiso correr hacia el amparo del estandarte de la legión. Pero no pudo, pues estaba totalmente rodeada y dos germanos corrían en ese momento a por él. A un lado un legionario era tumbado por una lanza mientras que al otro lado le abrían la cabeza a uno. Preparó su escudo y su espada y aguardó a sus contrincantes. Sin embargo, cuando estuvieron suficientemente cerca, no esperó a que se acercarán. Cargó contra el primero de ellos, derribándolo del golpe mientras que con la espada asestaba un golpe fatal al restante.
Pero no pudo hacer más, al momento calló al suelo tras ser empujado por un jinete, probablemente enemigo. Y no pudo volver a levantarse. La espalda le crujía y las piernas le ardían de dolor. Y sus ojos, sus ojos lloraban no por herida, sino por la escena que se desarrollaba a su alrededor. Pues perdía a sus compañeros, a sus amigos. Eran completamente masacrados por oleadas y oleadas de enemigos, sin dejarles descanso. Mutilados y torturados.
Y mientras observaba, moribundo, la batalla, alguien lo levantó de repente. Sintió las duras y fuertes manos de alguien rodearle el cuerpo y ponerlo en pie. En medio de la refriega, varios germanos lo llevaban a lo que parecía un altar. Una enorme roca circular sobre la cual lo tumbaron boca arriba. A un lado yacían varios cadáveres con el pecho abierto y la cabeza destrozada. Ahí era donde hacían sufrir a aquellos que capturaban.
Uno de aquellos salvajes se puso a su altura y le mostró el cuchillo que usaría para su ejecución. Lo alzó, presto para hundirlo en su pecho. Pero antes le arrancaron la armadura y la camisa. Por suerte eso les dio tiempo a un grupo de soldados a percatarse de ello.
Un preciso pilum atravesó al verdugo, mientras que el resto de germanos eran acuchillados por varios legionarios. Los habían cogido desprevenidos y desarmados y ahora les degollaban y golpeaban.
-Vamos, cógelo.-dijo uno de ellos. Sintió la fría coraza laminada de un legionario cernirse sobre él. Lo levantaron y lo apoyaron para ayudarle a andar. Acababa de atropellarle un caballo y le dolía todo el cuerpo. No había tiempo para ello, aun así.
Se internaron en el bosque donde la lucha seguía debatiéndose entre uno y otro bando, alejándose así del águila. Nadie quería morir por un trozo de metal. Un soldado cayó ante ellos de un golpe con hacha. El germano cargó contra ellos pero dos legionarios formaron una pantalla con los escudos haciéndolo caer al suelo por el golpe, y toda la rabia de esos dos hombres fue descargada sobre aquel desgraciado que terminó con un rostro irreconocible.
Pronto abandonaron las cercanías del camino y se detuvieron en un claro repleto de helechos. Se tumbaron, escondidos bajo la vegetación, para así descansar.
-Deberíamos volver a luchar, nuestros com…
-No. Si vamos allí moriremos.-le cortó el que parecía ser el oficial del grupo. Se volvió a él.-Soy Décimo Flavio, estos son…-se detuvo titubeante y bajó la mirada a su garganta.
Se había quedado de piedra. Una flecha. Una primitiva flecha asomaba en su cuello.
-Aquí vienen.-gritó uno de los hombres poniéndose en pie. Más allá una banda de guerreros semidesnudos corrían hacia ellos.
Se levantaron y se prepararon para recibirles. Marco cogió el escudo y la espada de Décimo y se unió a ellos. Había una oportunidad de mantener una pequeña formación en línea. Eran diez y ellos tan solo cuatro, pero podía hacerse si todo salía bien. Sin embargo no fue así.
-Empuja, empuja por la gloria de Júpiter, empuja.-se gritaban unos a otros. Sus gritos eran callados por los alaridos de guerra germanos que esbozaban sonrisas maquiavélicas al mirarles.



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