Identidad individual en comunidad

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"Uno para todos, y todos para uno" - Alexandre Dumas.

Existe un lugar en mi barrio donde todo el mundo no sólo habla como si se conociera, sino que se conoce de verdad. "¿Qué tal, cómo le va a tu hija? Y ¿Cómo van esos estudios? Pues al final tuve que llevar el coche al taller, fíjate". Ésas son las frases que se pueden escuchar en ese lugar, y son especiales. Puede parecer lo contrario, pueden parecer banales y triviales, pero no; son especiales porque para enunciarlas nadie ha tenido que indagar en la biografía de Facebook de la persona con la que está interactuando. No, lo saben de verdad y lo preguntan porque les interesa de verdad. Este interés y confianza mana de ese lugar en el que la mayoría de personas del barrio comparten algo en común. Hay varios tipos de comunidad, y la comunidad vecinal es una de ellas; en la mía, la churrería es su epicentro.

La churrería de mi barrio es el trasunto informal, tácito y natural paralelo y equivalente a la institucionalizada asociación de vecinos. Diría que incluso más eficaz. En la asociación se discuten temas de presupuestos y la gente termina siempre ofuscada y abandonando la sala antes de terminar la reunión. En la churrería, en cambio, la discusión es siempre más sosegada y cada opinión es recibida con ánimo dado que el telón de fondo es siempre el aroma a churro y el atrezo una azucarada anticipación. Se discute sobre obras, sobre arreglos de asfalto y de cañerías, sobre temas de suministro eléctrico, sobre organización de eventos... pero también se tienen conversaciones sobre asuntos personales. En la churrería, por tanto, están presentes dos tipos de identidades: la identidad comunitaria y a identidad individual. Tal vez por esto, a mi parecer, la churrería sea más eficaz que la asociación de vecinos. En la churrería, las interacciones son más completas.

Tomando como referencia a McMillan y Chavis, entre churros está presente el componente de la membresía comunitaria ya que entre todos nos conocemos y sabemos de qué hablar y por qué puede o no ser relevante, está el componente de la influencia porque las colas dan para mucho, está el componente de la satisfacción de necesidades (por un lado que se tenga en cuenta tu opinión en las decisiones de la comunidad y, por otro, los churros) y también está el componente de los lazos emocionales compartidos porque todos nos conocemos y hablamos entre nosotros como individuos con vidas independientes de la comunidad, y es palpable en dicha interacción un interés recíproco. Por otro lado, en la asociación sólo se da componente de la membresía y de la influencia, influencia que a veces está subordinada a discursos de poder, sin afectividad.

Ahora bien, esta vida independiente de la comunidad mencionada anteriormente que en la cola se comenta con jolgorio y alborozo ¿Ha existido siempre? La respuesta corta es no. La respuesta larga es claro que no. Hablamos de la identidad individual, opuesta a la identidad gregaria: esa percepción del yo como algo independiente del contexto y constante y coherente con uno mismo, cuya definición no depende de ningún factor externo. Esta autopercepción no siempre ha existido.

Antiguamente, el individuo era su función en la sociedad. Se trataba de una identidad funcional donde uno es el oficio que practica, la manera que tiene de contribuir a la comunidad, el número de dientes que, como rueda de engranaje, tiene para hacer girar la maquinaria global. Y, si se pierde esa función, no existe otro apoyo que soporte al yo. Como ejemplo clásico tenemos la práctica del Seppuku (más conocido como Harakiri en occidente), donde los samuráis se abrían el vientre si por algún motivo perdían el honor y eran obligados a destituir de su puesto. Como ejemplo más cercano de suicidio forzado tenemos a grandes pensadores griegos que, recordados en nuestros días como soberbios filósofos, se suicidaron únicamente por haber perdido su función en la sociedad, como Sócrates y Séneca. Porque, por muy erudito y pensador que uno sea, la sombra del contexto cultural es alargada.

Si bien la primera seña de comportamiento identitario tuvo lugar en el antiguo Egipto, en Hieracómpolis, debido a un alfarero que firmaba sus obras para diferenciarse del resto, este tipo de identidad no se empezó a dar en mayor medida hasta el Renacimiento. Antes del Renacimiento, en la época del arte gótico, monumentos artísticos como las catedrales góticas, con su exuberante arquitectura, decoración, escultura y vidrieras, nunca eran firmadas. No se conoce a los autores de muchas catedrales góticas porque, simplemente, no importaba. Eran arquitectos, el nombre daba igual. Y por poner un par de ejemplos de otras grandes obras nacionales, tenemos al Cantar de mio Cid e incluso, mucho más posterior, el Lazarillo de Tormes. El concepto de "autor" como término loable no siempre ha existido.

Por tanto, el comportamiento identitario individual es algo que se ha tomado su tiempo, y se lo ha tomado porque el contexto no lo ha permitido a lo largo de la historia. Al fin y al cabo, el individuo en sí mismo está siempre subordinado a la comunidad a la que pertenece. Y si las demandas de la comunidad exigen una identidad gregaria, no aflorará otra. Previa evolución de la identidad es necesaria una evolución de la comunidad.  

 Pero ¿Existe hoy una identidad individual? ¿Hasta qué punto es posible la existencia de una identidad completamente individual en comunidad?

Aldous Huxley, en su novela distópica "un mundo feliz", plantea cómo el hecho de pretender ser diferente te termina por llevar irremediablemente a la soledad y al rechazo. Y el ser humano, siendo un animal social, no puede sobrevivir solo.

Entonces ¿De dónde viene nuestra identidad individual? No es posible afirmar que ésta es completamente independiente de la comunidad, pues es de la comunidad de donde aprendemos todos los patrones de conducta y pensamiento que, al fin y al cabo, nos definen en esa identidad individual. La identidad individual es, pues, una convergencia cribada de la cultura, una interiorización post exégesis selectiva de los patrones, sistemas y reglas sociales, donde no creamos, sino que cogemos y transformamos. Antonio Machado entendía esta idea cuando, en Proverbios y Cantares, escribió: "¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro".


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