La razón

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Golpeé su cara varias veces con una piedra. La había llevado allí con la promesa de tener una cita romántica como cuando nos conocimos.

 

Al momento de llegar al arroyo pusimos una manta de cuadros blancos y azules sobre un montón de hojas agrupadas en el suelo provenientes de los árboles que había alrededor.

 

Platicamos, nos besamos y abrazamos por un rato.

 

Cuando tuve la oportunidad tomé la piedra sin que ella se diera cuenta y la estrellé contra su rostro con toda mi fuerza.

 

Al tenerla a mi merced, hice lo que comente en un principio, mientras que ella sólo se limitaba a mirarme con sus hermosos ojos.

 

Luego de un par de minutos quedé completamente fatigado del castigo al que la sometí. La observé por un momento y me dio la impresión de que ya había muerto.

 

Sin embargo, cuando me disponía a marcharme del lugar, escuché un leve quejido proveniente de su otrora bella boca y me acerqué para oír bien lo que decía.

 

El sonido de esa boca sin dientes toda llena de sangre era apenas perceptible y se parecía al murmullo del agua que pasaba por el arroyo. Con todo, logré entender lo que ella decía o trataba de decir; con la poca vida que le quedaba a su cuerpo preguntaba: ¿por qué? En lentas pero repetidas ocasiones.

 

Como no podía dejarla así, la tomé de los cabellos y la arrastré hacia el arroyo sumergiendo su cabeza en el agua lo suficiente como para que dejara de respirar. Y así fue, tras un breve lapso de tiempo sus brazos y piernas dejaron de sacudirse debido a la desesperación y ella se quedó quieta bajo el agua.

 

Entonces, fui por un par de piedras de gran tamaño para que su cuerpo no saliera a flote ni se moviera del sitio en el que se encontraba. Cuando terminé, la mancha carmesí que se había formado en la superficie del agua por su sangre ya se había disuelto. Me fui lo antes que pude del lugar para no ser visto, aunque sabía que prácticamente nadie iba de visita a aquel sitio, por eso mismo allí era “mi lugar especial”.

 

Al regresar a la ciudad fui con la madre de ella a decirle que su hija me había traicionado con otro hombre en el tiempo que estuvimos de vacaciones y que se había ido con él dejándome con el corazón roto.

 

A su madre le costó creer lo que le dije pero como me conocía y me tenía en buena estima, además de verme destrozado por la traición de su hija, finalmente creyó en mi palabra e incluso me aconsejó que me olvidara de su hija y buscara una “buena mujer”. “No sé si podré hacerlo señora”, fue lo último que le dije antes de despedirme de ella con lágrimas en los ojos.

 

Pasó el tiempo y como su hija ya no estaba para ayudarla económicamente mi ex suegra fue perdiendo todo lo que tenía hasta que terminó en la calle en donde murió de hambre. Yo mismo le pagué a los abogados que le quitaron la casa que había sido de ella por tanto tiempo.

 

Después de varios años todavía recuerdo el motivo por el cual hice todo eso.

 

Un día, caminando por el centro, ella y yo nos topamos con un hombre sin piernas que pedía limosna. Yo, como de costumbre, pasé a un lado del hombre sin inmutarme ni nada. Pero al voltear a verla a ella fui testigo del momento en el que sacó una moneda de su bolsa para dársela al mendigo. Cuando estuvimos de regreso en nuestra casa le pregunté la razón detrás de su acto altruista y ella se limitó a responder que no lo sabía con certeza, que simplemente se conmovió del hombre y pensó que darle la moneda era lo mínimo que podía hacer para ayudarlo.

 

Por mi parte, no era capaz de dar crédito a sus palabras. En la época en la que ella y yo nos conocimos le presté la obra completa de Nietzsche y jamás pensé ni por un instante en que ella iba a traicionar su legado de esa forma tan vil y mezquina. Lo único que le habría faltado a su declaración para ser aún más decadente hubiese sido un “en nombre de Dios” o algo semejante.

 

Sin embargo, pese a mi cólera, no actué de inmediato y esperé algunos meses hasta sentir que era el momento oportuno. Y por supuesto, tal momento llegó de forma súbita. Una tarde de regreso del trabajo, ella me dio la noticia de que estaba embarazada, supe entonces que había llegado la hora de actuar y le propuse irnos de vacaciones para celebrar la buena nueva. Ella feliz, aceptó de inmediato y partimos hacia nuestro destino, no obstante, en el trayecto me desvié intencionalmente para llevarla al sitio que yo conocía y que en el futuro sería su tumba.

 

Nadie soporta una traición de parte de su pareja sentimental, no importa que ésta no sea física sino ideológica, el resabio amargo que queda en el “alma” es el mismo. Ahora, si las acciones tomadas tras la traición fueron o no exageradas, ya sólo depende del lector decidirlo.

 


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