Demasiado para ella 1

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Es fácil perderse en la fantasía cuando eres pobre.

Pobre de espíritu, de materia, de seso.

Es fácil perderse en la fantasía de otro cuando tienes hambre.

Leopolda siempre había sido extremadamente miserable. Una víctima. Vivía en un apartamento infestado de cucarachas, que le hablaban por las noches mediante lenguaje de signos. Movimiento de patitas crujientes, atentas antenas y locas carreras por el techo o la almohada, las cucarachas le describían la vida que se extendía más allá de los edificios grises de su calle. Se acurrucaban entre sus sábanas contándole que no era espectacularmente atractivo. No tenía que serlo. Pero sí moderadamente rico. Lo suficiente como para sacarla de allí.

De vez en cuando, alguna cucaracha se sobrepasaba con ella e intentaba subirle por la pierna. Entonces, Leopolda, Poldi para sus amigos, pegaba un grito y despertaba a sus hermanas, que dormían con ella en la misma habitación. La noche transcurría luego intranquila, presa de la amenaza de cualquier ruido crepitante, del terror al insecto que trepa por los camisones de verano y anida en el interior de los oídos.

Pobre, acosada por parásitos, demasiado paralizada por la situación como para hacer algo.

Poldi sólo podía esperar.

Esperar mientras se duchaba, esperar mientras preparaba bocadillos en el trabajo, esperar mientras descansaba.

El mundo era demasiado para ella, víctima de las circunstancias. Se veía incapaz de hacer nada sin él, aunque aún no lo conociera.

Hasta que lo conoció.

Moderadamente atractivo, lo suficiente como para desearlo, más no lo bastante atractivo para que otra zorra se lo quitase. Bajo, ancho, de espesa barba y profundos ojos castaños. Con trabajo.

Leopoldo. Poldo, para los amigos.

Más, pobre mujer, la desgracia había de cernirse sobre ella incluso en los momentos de máxima felicidad.

Leopoldo. Poldo, para los amigos, era un pervertido sexual.

Tras siete rondas de pasión desenfrenada, el amor no volvió a encumbrarse.

Entre lágrimas, confesó.

Sólo la visión de tu muñón apretado  puede excitarme

Ambos lloraron.

Él quiso rendirse aquel día, pero ella… ella lo necesitaba. Lo amaba.

Además, ¿qué iban a pensar las cucarachas? ¡Las malditas cucarachas, cuchicheando, riendo, corriendo de un lado para otro con sus maridos y sus pieles tersas! Las cucarachas de seis patas y las de dos. ¡Ellas tenían novios! ¡Tenían lo único que vale la pena en esta vida!

¡Tenían AMOR!

Pero ella tenía unos ahorros.

Los dos hombres morenos le dijeron que estaba loca, que eran capaces de matar al tal Leopoldo si hacía falta, pero aquello…

Sin embargo, la clienta insistió y estampó unos papelillos valiosos sobre la mesa.

Al día siguiente le preguntaron si estaba lista.

Claro que estaba lista, había sido una víctima toda la vida.

Los dos hombres morenos y un amigo cerraron la puerta, sacaron el serrucho, se encomendaron a sus patrones.

Uno de ellos sonrió sin que nadie se diera cuenta mientras Poldi se desnudaba y tumbaba sobre una mesa. Algo dentro de ella se removió cuando la ataron de pies y manos. Miedo, orgullo y AMOR. Jamás lo reconocería, pero para la mujer que susurraba a las cucarachas, ser la víctima de su propia vida le producía cierto placer en las entrañas.

El amigo dio algunas instrucciones. Según dijo era estudiante de medicina. Ofreció anestesia, pero Poldi le gruñó como un perro. No, nada de anestesia, ella aguantaría por AMOR.


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