Los Sonidos del Silencio

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Los sonidos del silencio.

 

La música se tornó demasiado íntima para la escena.

Un piano solitario quitaba al silencio su pesada presencia y dejaba un velo que corría por el salón, como si fuese una aparición funesta de ultratumba, que quisiese tapar lo dicho con la piedad lapidaria de lo pasado.

Ya no había camino que desandar, el hecho estaba recorrido y borrado por los gestos altisonantes y agresivos lanzados al aire, como se aventean los malos pensamientos.

Las palabras no tienen culpa ni juicio hasta que la boca apresurada les da la intención. Y salieron por despecho, lo comprendo, pero pudiste haberlas retenido, masticado, degustado y filtrado de su ácido contenido; sí, claro que pudiste hacerlo, pero primó el odio enjaulado en tus entrañas que oscurecieron todo razonamiento y fueron lanzas quebradas, puntas afiladas, dientes entrenados para desgarrar, uñas de garras acostumbradas a la pelea por un pedazo de gloria. Todo eso y más significaron para mis oídos. Hallaron fácil camino hasta mis recuerdos y destrozaron años de paciente estudio y concentración.

Cada nota puesta en libertad, cada acorde afinado hasta el hartazgo, cada yema de los dedos curtidos para nada, la sinfonía se interrumpía y el silencio reclamaba su territorio una vez más, una vez más.

No te fueron suficientes las anteriores ocasiones, no labraron en ti la plácida sensación del permitirte una disonancia, un pequeño fallo, una imperceptible queja del ala de una mariposa, no lo fue y diste el dictamen justiciero que tu atento oído te marcó.

No pude con el peso inconmensurable que ponías sobre mis esfuerzos de horas quitadas al sueño. Allí donde me dijiste que hiciese lo que quisiera y que no te molestase; lo hice, en solitario afronté el desafío hercúleo y conseguí el resultado que buscaba.

Lo expuse ante ti, ufano del galardón que me darías al escucharlo.

Pero no, te dejaste llevar por tus ansias nacidas en la misma bilis y me enrostraste la sentencia capital.

No es hora de seguir con reproches, lo intentaré una y otra vez, no serán tus epítetos despreciables los que me amilanen; de los fracasos se aprende para superar los siguientes obstáculos.

Volveré al taller y afinaré nuevamente el motor y entonces, cuando hayan pasados mil noches te acordarás como suena el tubo de escape de la Vespa y no dirás que hace ruido a pedos de gordo.

Vaya tamaño insulto que has echado, vaya metáfora inmunda… ¡Andá a cagar!


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