Satén negro 2

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Capitulo 2

Mientras el ascensor descendía piso a piso, mis nervios crecían. Había un chico joven, que jamás dejó de mirar hacia mi busto, y otro hombre más grande, quien cuando las puertas se abrieron y salí, miró mi trasero sin remordimientos. Es que no sabía que era yo, ninguno de los dos se percató. Esa misma tarde, luego de haber comprado el vestido, había cortado mi larga cabellera por encima de los hombros, lucía tacones y estaba maquillada.
Por un momento dudé. ¿Es que había perdido la cabeza?, ¿qué estaba haciendo? No, tenía que volver arriba. Me giré hacia el ascensor nuevamente y las puertas pronto se cerraron. No llegué a subirme. Me dije que tenía que quitarme toda esa ropa, ponerme mi cómodo pijama y mirar una película. Pero es que eso, precisamente eso, no era lo que yo quería en ese preciso momento de mi vida. Tomé coraje y giré otra vez hacia el exterior del edificio.
Pronto estuve fuera, donde el aire golpeó mi suave piel y me dio ánimos para seguir adelante. Me dije que si yo había llegado tan lejos era una clara señal de que realmente quería salir. Quería vivir, disfrutar una agradable noche, por fin hacer divertido y salir de la aburrida y aplastante rutina. Caminé apurada hacia la esquina y llamé a un taxi. Me subí sin ponerme a pensar nada más y le indiqué la dirección.
Antes de que me diera cuenta estaba ingresando a un exquisito bar en uno de los mejores barrios porteños. Las luces eran tenues, la barra era negra y dorada, la decoración elegante. Encontré un asiento libre en la barra y me senté. Dejé mi cartera a mi lado y esperé a que el barman se acercara.
-¿Qué vas a tomar, bonita? -me dijo, guiñándome el ojo y sin reparos-.
Me sonrojé un poco, debo admitir. Hacía muchísimo tiempo que no recibía halagos, y aunque me causó cierto rechazo, en el fondo me gustó. Me gustó saber que podía lucir atractiva si quería, que podía ser deseada, que "estaba otra vez en el mercado".
-Un martini, por favor.
El barman asintió y se fue en silencio. Muy pronto el bar comenzó a llenarse, y la gente empezó a agolparse en las mesas compartidas, en la barra e incluso en el piso superior. Yo bebí mi martini despacio, disfrutando el sabor correr en mi boca, disfrutando el momento. Llevé la aceituna a mi boca y alguien, que se había sentado a mi lado, se inclinó hacia mí. Su exquisita fragancia a madera dulce me golpeó, provocándome escalofríos.


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