Tócame

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La nota pegada a la puerta rezaba “ponte la venda que encontrarás enrollada en el tirador de la puerta y entra”. El apartó a un lado las compras que había estado haciendo esa tarde y obedeció al misterioso mensaje sin dudarlo un segundo. Se colocó el pañuelo en los ojos y abrió sigilosamente la puerta, dejándose llevar, confiada por saber a quién pertenecía aquel manuscrito. Entró en su propia casa a tientas, dirigiéndose despacio al centro del recibidor. Sabía que a Natalia le fascinaban aquellos juegos, improvisar, provocarle interés, sorprenderle, hacer lo que a ella se le antojaba y a él complacerle en sus deseos.

El ruido de la puerta al cerrarse a su espalda le sobresaltó. Notaba su presencia por su perfume, podía sentir su inconfundible olor que desprendía recién aseada. Aroma cercano, íntimo, sensual. Unas manos suaves y calidad lo tomaron desde atrás por la cintura. En la oscuridad solo existía su olor y la sensación de estar dominado por aquella endiablada mujer, capturado entre sus brazos. Se dio media vuelta y la sintió a través de la venda, sin duda aquellas manos y ese deseo que se percibía eran de ella. La abrazó y en seguida notó que todo su cuerpo estaba desnudo. A través de su ropa percibía el calor de su piel. Con las manos la recorría con detenimiento, palpando sus hombros, su pecho, la interminable espalda, hasta llegar a sus glúteos. Solo les unía el sentido del tacto, pasión renovada, descubriendo sensaciones que no conocía.

Sentía que la tenía todo para él, la besaba frenéticamente, acariciando su vientre, su pelo, sus labios. No existía nada más en ese momento, entregado en tinieblas al aroma del deseo, rodeado por sus brazos, sintiéndola. Su pene se evidenciaba entre ellos, latente, ávido en el pantalón. Ella lo sujetaba a través del pantalón, decidida, poseyéndolo. La abrazaba con firmeza cuando comenzó a respirar profundamente, agitado por su masaje. Ambos continuaron de pie descubriéndose con los dedos, tocándose, reconociendo cada rincón de su cuerpo.

Su respiración se volvió más profunda, animal. Ella lo agarraba con fuerza, apretándolo contra su desnudez, mordiéndole en el cuello. Las piernas le templaban, no le quedaban fuerzas para evitar desplomarse. En sus brazos se agitaba, se humedecía con un sudor agradable, sensual. Sus gemidos invadieron la oscuridad, donde solo había piel que acariciar. Fundidos en un abrazo, el abrupto suspiro caliente les sorprendió a los dos, estremecidos de placer. Le excitaba saber que aquella invisible figura que lo asaltaba dulcemente en su propio apartamento era su amante, su objeto de deseo. Sin darle tiempo a recomponerse ella desapareció de su alcance, mirándolo divertida con su grito ahogado y aun con la venda tapándole los ojos.

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