La Yuta

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Estaba sentado en una habitación pequeña de unos 3 por 3 metros, sin ventanas, mal pintada, el piso de cemento, con  escasa luz. Había 3 sillas 2 policías con uniforme pero sin insignia ni chapa identificadora. Uno era alto morocho fornido con la cara como si estuviera picado de viruela y el otro más bajo, delgado,  yo creo,  era el que mandaba. Ambos con bigote reglamentarios.

Hablaban conmigo de a ratos preguntando siempre lo mismo y negando mis respuestas a continuación  un largo silencio, mirándome fijo a los ojos.

Esto había comenzado cuando fui al Colegio La Salle a efectuar unas fotocopias que me había pedido mi jefe.    

Era uno de los pocos lugares en los que la hacían en aquella época.

Como quedaba  en la calle Ayacucho a mitad de cuadra me fije si había zorros grises y estacioné en la puerta mi fitito, ya que pagar un garaje me resultaba caro para mis escasas finanzas en esa época, además el trámite duraba un par de minutos.           

Lo hice y cuando salí mi coche había desaparecido.

Un diariero me dijo que se lo había llevado la grúa policial.

Qué mala suerte ahora tenía que pagar el acarreo y la multa.

Fui a retirar el coche (no era la primera vez que me lo llevaba la grúa) y la persona de la entrada me pide el documento, lo mira  y me pide que lo acompañe al auto. Que amabilidad pensé, ni siquiera me cobró el acarreo y la multa.

Pero al coche que me hizo subir fue al patrullero, en el que me llevaron a la comisaría 6ª de la calle Venezuela, donde estaba ahora.

Uno de los policías  me  preguntó el nombre donde vivo y de que trabajo, le respondí si ya lo sabes, tenes mi documento y lo otro ya te lo contesté.

Esa Cedula de Identidad  es falsa, dijo y reinició como me llamaba, y se iban repitiendo las mismas preguntas, y respuestas.   

El policía insistía con el nombre y apellido. Mis respuestas eran iguales, pero agregó --y ya había pasado más de una hora -- otra pregunta: estuviste en Rosario el 10 de abril (era el año 1972).  

Si le respondí porque fui a Córdoba con mis cuñados a pasar Semana Santa. Yo estaba con mucha bronca y contestaba mal porque pensaba que no me podían hacer nada. 

El jefe me dijo: entonces mataste al General Sánchez.

 ¿Qué? No digas estupideces o trabajar en la policía te quemó el poco cerebro que tienes?

 Esa fue la única ocasión en que el morocho se paró, se puso a mi lado y me dijo: contestas otra vez así y te mato cortándote a pedazos.

 Mocoso insultando a la gloriosa Policía Federal.

 Al rato, aparentemente se calmó.

Yo no, estaba indignado y muy temeroso.

 Pedí hablar a mi casa y me respondieron con una risotada, propia de un orangután durante 3 ó 4 horas.  

Como es la mente yo llegué a pensar que si les respondía lo que querían me dejaban ir.   En ese momento, y a punto de flaquear, entra un comisario que no había visto hasta ese momento.

Esto se repitió

Me dijo que había habido un error ya que los que mataron a Sánchez lo hicieron en un Peugeot 504 y habían falsificado la patente con el mismo número que el de mi coche.

En ese momento tuve juntos una sensación de alivio y unas ganas de matarlos a todos, por lo que en mi explosión de bronca los putee hasta su 10ª generación y a la Policía Federal durante 10 ó 15 minutos.

 Les dije que eran descerebrados si pensaban que alguien iba a matar un general  con custodia en un fitito y varias cosas más. 

No hicieron ningún comentario. Eran inmutables.  

Puede retirarse y hágalo ya dijeron.

Meses después recordando el episodio con un amigo me dijo:   era un entrenamiento más  de  los inicios  de la AAA.


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