La justicia

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Y un día la justicia se hizo carne. Decidió que no podía seguir viviendo con los ojos vendados, sin saber del uso que se hacía de las leyes que los hombres habían dictado en su nombre.
Se decidió por el recipiente más atractivo que encontró. Pensó, “como la burocracia judicial está dominada por el género masculino, esta apariencia me abrirá todas las puertas”.
No se equivocaba, los jueces se rindieron a sus pies y le permitieron ser obserbadora de juicios y procedimientos a placer.
Durante meses fue testigo de la interpretación que, los seres humanos, daban al concepto de imparcialidad. Ellos, que la habían representado con los ojos vendados como el ejemplo perfecto de ese concepto. Vio como las leyes promulgadas eran tan elásticas, que cualquier decisión de sus servidores era válida por muy arbitraria que pareciera.
Se castigaba a las víctimas y se absolvía a los delincuentes. Las condenas que eran justas para unos, libraban del castigo a otros. Los privilegios, la inmunidad, derivados del poder y el dinero, campaban a sus anchas por los juzgados.
Los inocentes, los débiles, eran abandonados a su suerte mientras la vida del poderoso se blindada como el bien más preciado.
Las mujeres eran agredidas, asesinadas, utilizadas… pero se las condenaba al escarnio público como culpables de sus desgracias.
Se ignoraba a los políticos que esquilmaban el erario público, el dinero de todos, en su propio beneficio y se castigaba al pobre que no podía hacer frente a los impuestos abusivos, promulgados para que, quien los administraba, se hiciera rico.
Los asesinos recibían penas irrisorias y ventajas carcelarias por un mal entendido concepto de reinserción.
Pasados tres meses, la justicia estaba asqueada de lo que estaba viendo. Decidió que los hombres habían inventado un personaje para representarla, que no tenía nada que ver con ella. Si querían seguir representando aquella oda a la arbitrariedad y el interés personal, que no contarán con su beneplácito.
Y tal como llegó, se fue. Pero, una mañana, los hombres descubrieron que sus bonitas estatuas de diosa griega con venda en los ojos y balanza en la mano, habían sido sustituidas por una especie de hiena, con una sonrisa sibilina en la boca y actitud rastrera, mientras protegía bolsas con monedas.


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