50 años después, repiten el experimento de Milgram

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En 1961 se llevó a cabo uno de los experimentos más controvertidos de la historia de la psicología. Milgram comenzaba su estudio sobre los “peligros de la obediencia” con un resultado atroz para el ser humano. Hoy, más de 50 años después, el experimento se ha vuelto a realizar con los mismos resultados.

Para entender lo que ha ocurrido estos días tenemos que retroceder en el tiempo. Hace más de 50 años se iniciaba uno de los clásicos y más polémicos experimentos de la historia de las ciencias.

Experimento de Milgram.

Enmarcado dentro de la psicología social, Stanley Milgram quiso poner a prueba el comportamiento humano y los límites de la obediencia. En julio de 1961 comenzaban una serie de experimentos entre tres personas, lo hacía tres meses después del comienzo del juicio del criminal de guerra alemán nazi Adolf Eichmann.  Milgram se hizo la siguiente pregunta:

¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices?

Para explorar la cuestión estableció un experimento donde una persona era el “experimentador” (el investigador de la universidad), otra el “maestro” (el voluntario que no sabía nada) y por último el “alumno” (un cómplice del experimentador que se hacía pasar por participante del experimento). Entonces el experimentador le explicaba al participante que tenía que hacer de maestro, y que cada vez que el alumno fallase en alguna pregunta, este debía recibir una descarga eléctrica. Es importante recalcar que el “maestro” daba las descargas desde otra habitación, es decir, que podían oír al sujeto y su sufrimiento, pero no lo veía.

El maestro tenía hasta 30 botones diferentes que podía presionar, cada uno etiquetado con un voltaje. Al principio las descargas comenzaron de forma inofensiva (15 voltios), pero el experimento se fue tornando en algo más macabro hasta llegar a los 450 voltios, momento en el que los maestros eran advertidos de que perjudicarían gravemente al receptor.

Sin embargo, lo que no sabían estos maestros es que la máquina no hacía nada excepto producir algunos efectos de sonido y luz, y la persona en la otra habitación era en realidad un actor profesional que había sido pagado para llorar como si estuviera sufriendo de dolor.

Todo esto era desconocido para los voluntarios, quienes creían que estaban lastimando realmente a otra persona, mientras el experimentador les pedía que debían seguir adelante porque era crucial para el experimento.

El resultado fue bastante claro. El 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga de 450 voltios. Eso sí, muchos de ellos aseguraban sentirse incómodos al hacerlo.

Desde entonces, el experimento ha estado envuelto en la polémica. Lo primero que desconcertó a la opinión pública fue cómo era posible que hubiese obtenido estos resultados con personas aparentemente “normales”. El experimento planteó dudas acerca de la ética del método científico y muchos tacharon de inmoral llevar hasta ese punto emocional a los participantes.

En los años transcurridos desde entonces algunos investigadores han argumentado que la metodología de Milgram fue descuidada y que manipuló datos, pero las variaciones de las pruebas que se han repetido en todo el mundo desde entonces también han ofrecido resultados bastante consistentes.

Ahora, más de medio siglo después de que comenzaran aquellos experimentos, un grupo de investigadores en Polonia se han preguntado si después de tanto tiempo, el estudio arrojaría unos resultados diferentes.

Cuenta Tomasz Grzyb, de la SWPS University of Social Sciences and Humanities en Polonia, que aún hoy, cuando habla con la gente, todos piensan que “ellos no lo harían”:

Cuando la gente se entera de los experimentos de Milgram una gran mayoría de personas afirman que nunca me comportaría de esa manera. Nuestro estudio ha ilustrado una vez más el tremendo poder de la situación a la que se enfrentan los sujetos y la facilidad con la que pueden aceptar cosas que normalmente encuentran desagradables.

Nuestro objetivo era examinar el alto nivel de obediencia que encontraríamos entre los residentes de Polonia. Hay que subrayar que nunca se han llevado a cabo pruebas en el paradigma de Milgram en Europa Central. De hecho, la única historia similar que se hizo sobre el tema de la obediencia hacia la autoridad en la región nos parecía excepcionalmente interesante.

Para ello, los investigadores adaptaron el experimento a una versión moderna donde reclutaron a 80 participantes (40 hombres y 40 mujeres) entre 18 y 69 años. Al igual que las pruebas de Milgram, los voluntarios fueron alentados por un examinador para darle descargas a otro sujeto en otra habitación, descargas de mayor intensidad cada vez que dieran una respuesta equivocada. También se les dijo que era importante seguir adelante, incluso a medida que aumentaba el voltaje.

¿La diferencia? En un intento de hacer el experimento más ético, en esta versión sólo había 10 botones con valores de descargas más bajos, en lugar de los 30 botones completos del estudio original.

Los investigadores encontraron que el 90% de los voluntarios hicieron caso a la hora de infligir el nivel más alto de descargas disponibles, un resultado muy similar a la cantidad de personas que en los experimentos de Milgram presionaron el botón número 10.

Según Grzyb: Medio siglo después de la investigación original de Milgram sobre la obediencia a la autoridad, una sorprendente mayoría de sujetos todavía están dispuestos a electrocutar a un individuo indefenso.

¿Significa esto que todos actuaríamos así? Por supuesto que no. Los mismos investigadores recalcan que se trata de un experimento a pequeña escala (al igual que el de Milgram), por lo que extrapolar los datos a toda la humanidad resulta temerario.

Sin embargo, esto no quita que tanto los resultados del experimento de Milgram como el de Grzyb sean perturbadores. Quizás y como muchos investigadores han explicado desde aquel ensayo original de 1961, los resultados simplemente arrojan una conducta que no es necesariamente mala.

No es que los sujetos quieran hacer el mal, es que su motivación se basa en la firme creencia de que están haciendo algo digno y noble. [Journal S. vía Science Daily]


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