Sin piedad

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El andar de Jessica es duro y lascivo, un punto canalla con vaivén de barca, tiene la sonrisa marcada de las que la ven venir, sus ojos miran y escudriñan, tiene el parpadeo de treguas largas, los brazos le acompañan sin movimiento, el pelo trenzado, las tetas firmes y los tacones en cuña. Lleva grietas internas que se le abren un poco más cada día. Tiene el aliento de perra vieja aun siendo joven. Si la ves venir hazte a un lado, más te vale. Deambula o camina, sólo ella lo sabe o ni tan siquiera, pero aparece allí, donde está José, a quien ve en la distancia, sus resortes funcionan, el resto hacia él es un paseo de torero, se le ralentiza el paso, se le enaltecen las nalgas, saca pecho y dos medias cerezas duras sobresalen de su camiseta. El otro se ensimisma, la que viene tiene talla. Abrigado con su buen chaquetón de piel el frío externo es de la otra, sus zapatos hacen brillos desde lejos, el rolex de acero y oro que lleva marca en silencio un tiempo del que dispone. Se acorta la distancia, el vaivén de ella se hace más pronunciado y evidente, la mirada de él más aguda, más impertinente, algo salvaje. A su altura, la joven le mira de pasada pero marca una intención, ahora es hembra toda, la canalla se le esconde en las entrañas. Ella tan sólo le sobrepasa unos metros ya percibe su gesto interesado. Un aullido le sale desde dentro, la pieza se mueve tras de ella, sus zapatos de piel suenan detrás con firmeza, el baile de sus nalgas se acrecienta, ya tiene flujos de veneno. Le es fácil encontrar su espacio, un hueco tan sólo le es suficiente, se desvía y le espera. José se la encuentra de forma sorpresiva, Jessica le entra de primera - Hola, guapetón, tarda en llegar una respuesta, de pronto él se ha dado cuenta de que la gata tiene mirada de pantera. En un momento, el suficiente, la uña de acero afilada (a modo de dedal), rebana limpiamente la vena grande de su cuello, la que ella bien conoce. El espanto surge al compás de la sangre impelida, el rojo se abre y expande, ni un grito se le oye, se lo ha tragado el propio miedo, la mira desolado. Ella no sabe que él acaba de volver, que se ha encontrado de nuevo con su España (la que dejó con tristeza hace diez años), que dentro de tres horas tomaría el avión que le llevaría a casa. Cómo explicarle si la vida se le va, como pedirle ayuda a su verdugo. Si es por dinero todo se lo daría a cambio de su vida. No sabe, que el dinero ya no tapa las grietas de la chica.


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