LA CASA DE LAS TRES ESCALERAS

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Tenía doce años. Cuando terminó el verano, mis padres dijeron que yo iba a cambiar de colegio. Aquel día me puse el uniforme, cogí la cartera y salí de mi casa. También me habían dicho que me recogería un autobús y que tenía que esperarle bajo “La primera acacia del camino”.

 

 Y eso hice. Debajo de la primera acacia que vi había apoyado un ser extraño. Tenía forma de simio peludo, así como una especie de mandril con cara humanoide. No se si me explico. El caso es que yo miré a la criatura de reojo, como asustada. Nunca había visto nada igual.

 

 Delante de la acacia se detuvo un autobús destartalado, que se caía a cachos. La criatura y yo entramos, y me di cuenta de que allí dentro era todo un bestiario. Por todo el autobús saltaban y brincaban simios humanoides, algunos con alas de murciélago, que reían de forma escandalosa mostrando unos colmillos blancos y aterradores. El autobús conducía solo, pues no había conductor y el volante giraba como si unas manos invisibles lo movieran. Me sentí extraña y asustada, como un pobre gatito en una perrera.

 

 El autobús se detuvo delante de un edificio gris y ruinoso, el cual se alzaba en un salvaje campo mal cortado, lleno de malas hierbas. Allí había más criaturas, todas igual de terroríficas que las del autobús. Cuando salí busqué un sitio para esconderme, pero un ser con alas de murciélago y cara de arpía se interpuso en mi camino y me soltó un rugido en la cara.

 

  A los dos minutos estuve rodeada de aquellas bestias extrañas, que me miraban con ansia. Sentí ganas de ponerme a llorar, pero enseguida algo apareció en el cielo.

 

  Ese “algo” era una especie de ser etéreo y femenino, de piel blanca y rasgos afables, que inmediatamente ahuyentó a todos aquellos apestosos seres que me rodeaban en esos momentos.

 

  La especie de “espíritu” me cogió de la mano y me llevó hacia una habitación oscura, pero lo suficientemente escondida como para protegerme de aquellas despiadadas criaturas. “Aquí estarás bien” me dijo.

 

   En esa habitación había una puerta. La abrí con curiosidad y vi que albergaba tres escaleras de caracol que, pensaba yo, llegarían hacia alguna parte.

 

  Subí por una de ellas con la intriga de encontrar algo. Los peldaños eran de madera y estaban polvorientos a causa del tiempo. Crujían bajo mis pies, pero no parecían derrumbarse.

 

  Al final de la escalera, llegué a una habitación llena de luz con una mesa de cristal en la que reposaban tres seres andróginos, blancos y delicados como ángeles.

 

“Niña” me dijo uno de ellos “¿Buscas algo?”

 

“¿Quiénes sois?” les pregunté.

 

“Somos los tres sabios” me contestaron.

 

“Decidme” les pregunté “¿Porqué estoy aquí?”

 

   En vez de responder a mi pregunta, uno de ellos me tomó de la mano, bajó la escalera junto a mí y me condujo otra vez a la habitación oscura, solo que esta vez salimos de allí y, después de recorrer un pasillo verde, me metió en un cuarto grande y destartalado donde había más bestias extrañas, y cerró la puerta.

 

  Yo no podía aguantar aquellos chillidos y rugidos, así que me dirigí hacia la puerta dispuesta a abrirla, pero las criaturas me cortaron el paso. Me quedé en medio de aquel alboroto sin saber que hacer. Entonces, ví una trampilla en la pared y me metí en ella.

 

   Me deslicé tan deprisa como pude por aquel túnel gris y polvoriento. Conseguí llegar al final, donde me encontré en una habitación vacía.

 

   Entonces, oí rugidos a mis espaldas. Miré el agujero por donde me había deslizado y los ví. ¡Las criaturas! Esta vez me perseguían enseñando los colmillos y lanzando rugidos como para morderme.

 

   Con todas mis fuerzas corrí hacia la puerta de la habitación y salí, con aquellos monstruos pisándome los talones. De repente, una luz en el pasillo apareció y, con ella, una enorme cara blanca y felina, que pareció asustar a los extraños y deformes seres, pues se alejaron cabizbajos.

 

   La luz se volvió hacia mí y se convirtió en una mujer fantasmal pálida y delgada, con un vaporoso vestido blanco y una cara que me sonreía amablemente.

 

“Los días de perros se han acabado” me dijo, y me mostró una puerta de salida que daba al campo.

 

    Me despedí del etéreo ser y, nada más poner mis pies en el exterior, emprendí el camino hacia mi hogar….

 

                       “Hoy rezarás para que todo sea un sueño” M.M

 

 

 


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