Aquella señora... Parte 2

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“Primero debes quitarme los tacones, luego el cinturón”, dijo mientras se recostó en la cama. Mis manos realizaron la acción, primero en el piso y luego hurgaron en su cintura para desabrochar la hebilla, su cuerpo se levantó un poco para que pudiera salir.

Me pidió desarme las agujetas, quitarme los zapatos y los calcetines. Todo lo hice frente a ella, mientras me veía con esa mirada que aún me persigue, hasta hoy. Se incorporó y se puso delante de mí, me besó y sentí como su cuerpo se estremecía mientras sus manos me conducían para que tomara su espalda. “No lo haces nada mal, pero hoy, te enseñaré a realizarlo perfecto”, dijo al sonreír.  Me dio indicaciones para sentir cuando abrir y cerrar la boca más, cómo morder el labio, cómo hacer que mi lengua buscará con intensidad la de ella, así pasaron 10 minutos. El tiempo, lo pude comprobar por el reloj que se encontraba en la habitación y del que me percaté al examinar todo el lugar cuando entramos.

Me llevó a la cama y nos recostamos mientras nos fundíamos en un beso. Sobre mí, comenzó a desabotonar mi camisa, mientras quitaba cada botón me dijo que el secreto para hacerlo era dar pequeños besos en el pecho, despacio, más despacio, hasta llegar al último.

Con la prenda abierta, me levantó para arrojarla al piso. Veía la erección bajó mi pantalón, mientras tanto mi mente explotaba en todas direcciones. “Quítame la blusa”, pidió junto a mi oído al morder el lóbulo. “Piensa en lo que acabo de hacer, trata de imitarlo. Levanté la suave tela desde su cintura mientras mis labios rozaban su cintura morena. La retiré toda con ayuda de sus manos. Al hacerlo, un brassier negro con un pequeño decorado en los bordes reveló los primeros  senos que contemplé. Se percató de mi asombro y me preguntó si me gustaban, a lo que apenas pude emitir un tímido sí.

Se levantó y repitió el mismo proceso de besos que con la camisa, sólo que esta vez con mi pantalón. Me dejó el bóxer que llevaba y del cual dejaba ver más mi erección. “Repite el mismo proceso con el mío”, dijo. Cuando quedó en el suelo y levanté la vista vi su ropa interior. “Este conjunto lo estreno por primera vez contigo, en reconocimiento del valor que tuviste ayer”, dijo.

Un día antes, cuando me encontraba en su casa, caminó por la sala en dirección a su azotea con una cesta vacía, le sonreí y no pude quitar la vista de sus caderas cuando subió las escaleras. Más tarde regresó con la ropa que seguramente había lavado aquella mañana. Muchos años después, aún sigo pensando en ese momento, no sé si lo hizo a propósito  o sencillamente fue una casualidad. Cuando volvió una tanga color morado cayó en medio de la sala, mi reacción fue tomarla y decirle que se le había caído. Al percatarse de qué era, creí ver sus mejillas sonrojadas y pensé “es ahora o nunca”. Al rozar su mano para entregarle la prenda, le dije “seguramente lucirá usted muy sensual al usarla”.

Fue lo primero que se me ocurrió decir, y para mi sorpresa me miró y dijo “¿Y por qué no lo averiguas mañana?, si te atreves te veo en la esquina, de esa gran papelería que está cerca de la escuela, ¿la conoces?”. Le dije que sí mientras asimilaba lo que acababa de pasar. No hubo más, al salir de su casa pensaba si era verdad su promesa y pensé en ello toda la noche.

“Me gustó tu seguridad”, oí, mientras sus palabras me regresaban a esa habitación de hotel. Y me volvió a besar, nuestras bocas se acoplaban cada vez más. Entonces sentí su mano en mi miembro, y de un tirón me despojó del bóxer. Me miró y mordió sus labios mientras una mano tocó su seno izquierdo y su otra mano acarició el frente de su vagina. Caminó y de la mesa donde dejó su bolsa sacó un condón. Lo abrió con maestría y sentí sus manos cálidas mientras me lo ponía. No dijo más y comenzó a masturbarme, mis ojos se cerraron y me estremecí mientras movía con mayor fuerza su mano. “Haré que te vengas”, alcance a oír. Unos minutos después sentí el calor que emitía el semen.  No me di cuenta en que momento sus senos quedaron expuestos cuando se despojó del brassier.


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