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Nuevamente el ritual de acostarme en la cama, desnuda, con el cuarto en penumbras, casi a la misma hora de siempre, luego de haberme duchado.

Atrás quedaron las labores del día, y la hora y media de gimnasio.

Mi cuerpo, hasta hace momentos fatigado, parece haberse recuperado totalmente.  

Deseo con ansiedad que algún hecho inesperado ocupe el tiempo libre del que dispongo antes de cenar en la soledad de mi departamento; aunque presiento que nada ocurrirá que pueda interrumpir la rutina a la que ya me estoy acostumbrando demasiado.

Antes, las motivaciones eran casi siempre diferentes. Algunas veces me bastaba con recordar algún hecho vivido, alguna situación leída o vista en un video o simplemente imaginar algo erótico; sin embargo, últimamente, mi mente repite una y otra vez la misma fantasía: 

Él esta sentado en la cama, casi recostado, con las piernas separadas y los pies apoyados en el piso. Me ofrece su cuerpo musculoso, en el que se distinguen claramente las zonas que el sol del verano ha bronceado. 

Mis ojos, perciben la escena en general, pero se concentran en su miembro viril. 

Portentoso, erguido sobre los testículos y con una leve curvatura hacia la izquierda, parece enviar invisibles señales que impactan directamente en el centro de mi vulva haciéndola latir con intensidad.

Comienzo a humedecerme ante la visión.

Me acerco, me arrodillo entre sus piernas, abarco su glande con mis labios e inicio suavemente la fellatio que se que tan feliz lo hace.

Toma mi cabeza entre sus manos, y le imprime al movimiento de la misma, el ritmo que él considera apropiado para su plena satisfacción.

No aparto un segundo mi mirada de su rostro y puedo apreciar el placer que mis labios, mi boca y mi lengua le brindan.

Mientras mi mente lleva a cabo esta fantasía, los dedos de mi mano derecha prodigan a mi sexo el maravilloso placer que están acostumbrados a brindarle, en tanto los de mi mano izquierda acompañan el goce acariciando mis erectos pezones.

Simultáneamente  a sentir  mi boca inundada por su simiente, la descarga eléctrica del orgasmo sacude mi cuerpo. 

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Ahora, ya saciado mi deseo, pasados los estremecimientos físicos y con la mente en calma, me pregunto como puede ser que una fotografía enviada por quien es  casi un desconocido para mí, ya que solo he tenido contacto con él a través de Internet, me lleve a tal paroxismo de placer.

 


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