EL PENSAMIENTO OCEÁNICO 1

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Un día  del año 1980 del siglo XX  AMADEO Vilalta que era un joven de veintitres años; alto y

desgarbado; bastante rústico, regresó  a su pueblo natal de la provincia de Castellón con un nudo

en el estómago porque le tenía que dar a su madre viuda un serio disgusto. Le tenía que notificar

que  colgaba los hábitos de sacerdote, debido especialmente a que en el medio religioso en el que

había estado había presenciado bastantes casos de pederastería que le habían repugnado, al

abrigo de la tradición de un catolicismo chirriante y anticuado que mermaba la  fe en la que había

sido educado, y no sabía como ella se lo iba a tomar.

Era el caso que desde tiempos inmemoriales, los primogénitos de muchas familias de aquel

abrupto pueblo tanía dos opciones: o trabajar en los bancales de la hacienda familiar, o hacerse

sacerdote; lo cual esto último constituía un prestigio para sus allegados, y por extensión al resto

de la comunidad.

Cuando la madre de Amadeo, que era una mujer robusta y con una inteligencia despierta, recibió

la fatal noticia de su hijo frunció el ceño puesto que su sueño de ser venerada por los vecinos

de aquella localidad por haber sabido educar sola a su chico y convertirlo en un prelado de

repente  se esfumaba en el aire. Pero no se podía oponer a tal decisión.

Amadeo que tenía el Magisterio se ganaría la vida de  maestro del Estado enseñando Lengua y

Sociales en un Instituto de Vinaroz  que era una población de aquel rincón de la península, y

vendría al pueblo a visitar a su madre de vez en cuando.

Precisamente aquella tarde Amadeo  quería ir a ver a su amada Martina, que era una mujer dos

años mayor que él; morena, delgada; de temperamento nervioso, la cual era una camarera que

estaba empleada en un bar de alterne de aquel lugar con la que se acostaba regularmente sin

ningún problema, ya que en el  sitio donde el joven había cursado sus estudios de sacerdote le

habían hecho sufrir una insoportable represión sexual que iba en contra de su exhultante

vitalidad.

Por esta razón a Amadeo le importaba un pimiento que Martina trabajase en un antro como aquel

en el que las camareras se hacían invitar por los clientes cobrándoles la bebida a un precio más

caro de lo  que en realidad era por lo que ellas se ganaban una sustanciosa comisión de la casa,

a cambio de dar conversación a dicho cliente, y a dejarse manosear, o besar por él; y también si a

la mujer le iba bien acostarse con quien fuese, mientras Martina le diese el placer que necesitaba.

Cuando Amadeo terminase su habitual visita a Martina regresaría al piso que compartía con su 

amigo Matías que era otro profesor de Ciencias del mismo Instituto, el cual era un tipo de

mediana estatura; y asimismo era un misántropo que rehuía el trato simplista con los demás. Por

tanto para compensar aquel comportamiento aislante se había volcado en la Astronomía.

Sin embargo Amadeo a pesar de sentirse liberado del yugo eclesiástico sentía un pavoroso vacío

interior que le producía una tremenda deshazón. Era como si hubiese desertado del seno de una

familia cuyos principios tradicionales le habían conferido una ilusoria seguridad anímica, y ahora

sólo dependía de su vacilante voluntad. Y aquella libertad le daba miedo; no sabía muy bien cómo

afrontarla. Además, esta sensación se agravaba porque carecía del sentido mundano de quienes

le rodeaban y no se identificaba demasiado con su entorno.

No obstante por mucho que se sintiera un cero a la izquierda en aquel  frívolo ambiente, a

Amadeo mientras paseaba por una calle le acometió de una manera súbita y con una inusitada

firmeza una potente revelación que penertró en lo más profundo de su ser.

Dejando de lado la pueril tradición eclesiástica que le habían inculcado, la verdadera esencia de

la vida empezaba con un Principio de Energía Cósmica, en la que iba implícito un incipiente

mensaje de vida, la cual posteriormente se transformaba en un proceso biológico diversificado en

diversos niveles y sensibilidades. Es decir, que él al igual que todo el mundo; desde lo más

insignificante hasta lo más complejo, eran chispas de una misma hoguera en la que subyacía un

hálito de dar de sí que todo lo trascendía, el cual se enmarcaba en una sinuosa Historia evolutiva,

tanto en lo personal como social.

Amadeo una vez en el piso que compartía con su raro amigo Matías sintiéndose eufórico, con una

plenitud renovada, por aquel singular conocimiento se lo confió al profesor de Ciencias.

- Has pasado por una experiencia llamada El Pensamiento Oceánico - le respondió Matías con una

enigmática sonroisa-. Y aunque te parezca que eso sólo te ha ocurrido a tí; que eres un elegido

del  destino, no es así. Hay un número determinado de personas que también han sentido lo

mismo; aunque no son una mayoría. Sencillamente, esto se debe a una evolución psíquica de

una generación respecto a otras anteriores.

 

 

  

 


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