Deseos incotrolados.

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Llevaba días sintiendo que necesitaba movimiento en mi vida. Últimamente se había vuelto muy monótona. Realmente no sabía lo que me faltaba, pero cuando lo vi entrar por la puerta de clase algo se removió en mi interior.

Él había sido mi amor platónico durante mucho tiempo, pero desde hacía años no sabía nada de él. Néstor que así se llama, entró y dejó el casco de la moto sobre la mesa y con cierta armonía se quitó la maleta de cuero y el plumas gris que lo protegía del frío.

No lo pude evitar, y solo con verlo, mi cuerpo se puso en guardia. Un ligero cosquilleo bajó de mi estómago a mi entrepierna. Me gustaba lo que veía y despertó una parte de mí que creía que estaba satisfecha.

Mi mente se volvió sucia y la imaginación corrió con total libertad.

La profesora continuaba explicando y mientras yo imaginaba como me gustaría tener su cuerpo entre mis brazos. Como me hubiera gustado apoyarlo contra la pared y de un tirón quitarle la camiseta que llevaba. Su pantalón marcaba su paquete de manera considerable, por lo que poco dejaba a la imaginación. Se notaba que estaba bien dotado. Mi boca empezó a salivar. Me hubiera encantado comerme su miembro. Saborearlo. Oírlo gemir de placer.

Sentía la necesidad de subirme la falda, asir las bragas para un lado y que me penetrara. Quería sentir sus enormes manos en mi culo. Empujándome contra él. Necesitaba que me pellizcara los pezones, que me hiciera temblar de placer. Quería sentir su semen caliente dentro de mí. Quería sentirme sucia, húmeda... abandonada al deseo y a la pasión de un momento único. No quería nada más, solo quería divertirme y disfrutar.

Sin darme cuenta, cerré fuertemente los muslos y noté como mis labios comenzaron a latir. Necesitaba dar rienda suelta al deseo concentrado en mis partes íntimas. No podía seguir en clase en ese estado. Estaba extremadamente caliente. Así que me levanté y me fui al baño. Me puse frente al espejo y me metí los dedos.  Tenía los pezones tan sensibles, que me tuve que pegar a los azulejos del baño para sentir el frío y que se relajaran. Me pajeé al lado de mis compañeros. Oía como la profesora explicaba el tema y mientras yo, encerrada en el baño, con el deseo a punto de estallar y metiéndome cada vez más dedos para llegar a casi el dolor, la tensión y clímax final.

No pude gritar, me hubiera encantado... pero no podía quedar en evidencia. Así que una vez que acabé, me lavé las manos y salí de allí sin que nadie, ni siquiera el protagonista de mi deseo se percataran de lo que acababa de pasar.

Desde entonces, cada vez que lo veo, no puedo evitar pensar en que prácticamente me lo follé y que disfruté como una zorra... ¿pero, será tan bueno en la realidad?


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