Tierra Ninja (2da Parte)

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El le tomó la mano izquierda de-repente y la joven se hizo para atrás de un salto; luego lanzó un manotazo hacia su sonriente cara; el chico la agarraba de las manos, mientras ella le decía entre risas que parara. Los novios jugueteaban un rato en la arena; sus miradas convergían tan súbitamente que de momentos se intimidaban el uno al otro. Sin embargo la relación que ambos tenían contenía un grado admirable de confianza, del cual felizmente consentían. El le agarraba la trompa con una mano y la apretaba mientras ella le respondía con jalones de pelo, haciendo que Joko rebotara un poco.

       Ambos caminaron agarrados de la mano hacia las primeras olas, dejando que el agua tentase solamente sus pies. El agua se sentía tibia, y el cosquilleo que causaba la arena en sus pies les dibujaba una sonrisa en sus finos rostros.

       Los minutos pasaron tan rápidamente aquella mañana, y de pronto ya habían transcurrido dos horas desde que llegaron a la playa.

       Yosho San tuvo algo de razón, y de repente el cielo empezó a nublarse; las nubes corrían de este a oeste; sin duda una tormenta se avecinaba.

        Antes de partir la joven moza clavaba sus dedos en la arena, creando un letrero que decía: “Joko y Yosho por siempre juntos”.

       De regreso al lugar de la muchacha los truenos sobresaltaban al caballo, y este tomaba tanta prisa, haciendo que la dama se agarrara a la espalda de su novio con todas sus fuerzas; su cara agitada por el saltar del caballo, pero siempre guardando una sonrisa simpática detrás del joven cabalgante.

       Pronto llegaron a su destino, pero sin tanta prisa se despedían con un beso, un tanto largo, y los dos se tomaron una vez más en un apasionado abrazo. Mientras la muchacha bajaba del caballo y se despedía de él, las primeras gotas de lluvia empezaron a salpicarles. Ella soltó a Joko y se fue corriendo directo a la puerta de su casa, donde su hermanito apareció después de que ella la abrió. Con una sonrisa entristecida miró una vez más a su enamorado y con una mano alzada lo despedía.

       

       3. Unos días después, el pueblo de Joko fue atacado sorpresivamente. En la madrugada un voraz fuego empezó a iluminar los alrededores; la gente se dio cuenta ya muy tarde y, el fuego alcanzó a consumir algunas chozas. Unos caballos fueron robados, incluyendo el blanco en cual Joko llevó a su novia a la playa. Al parecer esto fue obra de los Shogun, quienes ya habían sido vistos merodear el pueblo de noche anteriormente. Joko San recordó el momento de unos días antes, cuando regresaba tarde a su casa, y unos samuráis atravesaban por las orillas del pueblo insospechablemente.

       Entonces fue que el jovencito con tanta furia interior, no tuvo remedio alguno mas que vociferar en contra de esos malhechores; terminando en el suelo, sentado, tan inofensivo e inerte, sintiendo tanto odio, especialmente después de mirar que un lado del techo de su humilde hogar fuera devorado por las llamas.

       El joven Joko nuevamente fue sobrevenido por una injusta impotencia, al ver que su pueblo era atacado por esos malvados. Con lágrimas en los ojos corrió hacia su casa, donde sus padres permanecían ilesos; fue de gran alivio acercarse y poder tocarlos. Sus padres yacían algo traumatizados por los acontecimientos; el padre estaba muy dolido de haber sido ultrajado de cuatro de los mejores ejemplares que habitaron los establos.

       

       4. Pero a la mañana siguiente cuando llegaron al punto de reunión, cual fuera un lugar impuesto por el viejo Kutto, se percataron de que el capitán no estaba, y cuando vieron que no llegaba, fue entonces que los dos hermanos empezaron a preocuparse, habiendo tenido la desgracia de un día antes, era congruente y posible que algo pudiese haberle ocurrido al viejo Kutto.

       Después de un rato Motto regreso corriendo del lugar a donde había ido a buscar una red de pesca; gritando a los cuatro vientos:

        _¡El capitán…está tirado…mira…acá!

        _¡Dónde, no juegues hermano!

       Joko se levanto de su sentar y corrió hacia la indicada posición; al ver el cuerpo del viejo sin vida, no pudo contener el llanto, su hermano tampoco. Los dos corrieron hacia la playa, dudando que hacer siguiente. Al parecer el barco del viejo había sido robado y el equipo de pesca. Después de retomar un poco el aliento los dos tomaron el camino de regreso.

       Corrieron un tramo, trotaron otro más y después de unos largos quince minutos, ya casi exhaustos arribaron al pueblo. Se podía ver un alboroto en las inmediaciones; gente iba y venia; gente por todas partes en alarma hacían sus labores de mayor importancia. Al acercarse más se pudieron percatar de que muchos pueblerinos vestían sus armaduras y colgaban la vaina de sus espadas a un costado.


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