La italiana traviesa

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Hacía tanto calor aquella tarde de agosto en un asolado pueblo del interior Andalucía que en la calle se escuchaba sólo el sonido de las cigarras. Tiziana, una mujer morena con una cabellera rebelde y unos pechos hermosos, había llegado desde Italia hace un par de días y todavía le estaba costando acostumbrarse a aquellas temperaturas, y así andaba totalmente desnuda por la terraza del ático donde se había alojado e intentaba buscar refrigerio duchándose con la manguera. Ese agua que emanaba vaporizada desde el grifo le hacía cosquillas por todo el cuerpo y ella le estaba empezando a coger gustillo. Su vulva recién depilada dejaba al descubierto grandes y pequeños labios que al tacto resultaban estar suaves y lisos y enfatizaban la sensación de placer que estaba experimentado. Decidió recostarse en la tumbona y ponerse cómoda, ya que empezaba a sentirse mojada no sólo por el agua que le estaba refrescando el cuerpo acalorado. Empezó abriendo las piernas y poner la posición del chorro de la manguera para que le diera más fuerte y con la otra mano seguía acariciándose. Todavía tenía en la cabeza a Federico, el guitarrista de pelo largo y ojos como meteoritos color ámbar que había conocido el día anterior en una cena entre amigos. El recuerdo de su mirada le provocaba un escalofrío que le recorría todo el cuerpo, desde el cuello hasta el entrepierna y se extendía hasta los muslos. Poco más sabía de el porque tuvo que irse temprano y sólo pudieron intercambiar algunas palabras, pero la tenía intrigada y allí tumbada e inebriada por el sol y el olor de los jazmines no pudo no pensar a el y cerró los ojos. Así que por magia Federico se asomó a la puerta de la terraza. Fijó su intensa mirada en la de Tiziana durante un tiempo que pareció eterno. Al verla totalmente desnuda con sus manos entre las piernas, su miembro empezó a ponerse duro y en silencio empezó a desnudarse. No hacía falta decir nada, el también se había quedado embrujado al día anterior y sólo anhelaba poder encontrarse otra vez con la muchacha italiana. Ella le contestó con una sonrisa lasciva y abrió todavía más sus piernas para que el pudiera acomodar su cabeza entre ellas y experimentar con su boca lo sabroso que podía resultar su sexo. Fueron unos minutos de intenso placer para ambos: el nunca había probado algo tan exquisito y ella estaba tan excitada que casi le costaba contener ya un orgasmo. Por ello le paró y fue a por unos fresones que crecían en una maceta, los recolectó y empezó a ponerse uno entre los labios invitando Federico a besarle. Fue un beso dulce y jocoso, que permitió a sus lenguas encontrarse y empezar a jugar mientras sus mentes se transportaban como si estuvieran flotando en el universo. Casi se podía escuchar el latido acelerado de sus corazones mientras se comían literalmente a besos. Mientras, el miembro erguido de el se estrujaba con el clítoris de ella amplificando todavía más la sensación placentera que estaban experimentado. Al ver esa verga tan majestuosa, Tiziana sólo estaba deseando cogerla en su boca y devolverle el placer que el le había proporcionado. Pero el también quería saborear otra vez su delicioso sexo y casi de forma natural sus cuerpos se pusieron en la posición del 69 para que ese increíble viaje de los sentidos pudiera continuar. Ella acariciaba su ano, lamía su pene y lo acogía en su boca hasta el fondo; el con la punta de la lengua estimulaba su clítoris y hacía movimientos circulares con los dedos dentro de su vagina. Ambos estaban cada vez más cachondos y el deseo de un encuentro todavía más intimo, de fusión total de los cuerpos les llamaba cada vez más. Se alejaron y se miraron otra vez durante unos minutos: el de pie con su sonrisa encantadora la miraba extasiado, ella tumbada con el pelo revuelto y el rimel corrido se quedó con las piernas abiertas enseñando su vulva excitada que le invitaba a entrar en la casa del deseo más profundo. Cada segundo que pasaba le hacía desear cada vez más que el la penetrara. Ya no se escuchaban las cigarras ni molestaba el sol, estaban envueltos en una atmosfera irreal donde las hormonas dictaban leyes. Ella le tendió la mano para que se acercara y el aceptó de buena manera la invitación. Con su pene le acarició el clítoris y luego la vulva, una y otra vez mientras ella gemía de placer y sólo podía gritar ¡fóllame! Estaba tan mojada que su pene deslizó en su interior hasta el fondo como si estuviera untada de mantequilla. Empezó a moverse arriba y abajo rápidamente y luego sacó otra vez su miembro y la miró a los ojos y finalmente le dijo: te voy a proporcionar la más dulce de las torturas. Ella sonrió y le contestó: si esta es una tortura que no pare hasta que no esté totalmente muerta de placer.

To be continued…


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