La última mujer real III

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Y sin darle casi tiempo a reaccionar abrió la puerta y salieron a la calle.

Berta se lo miraba asustada desde el asiento del copiloto. También observaba fascinada aquellas calles, puesto que nunca había ido más allá de 4 ó 5 manzanas de su casa y del prostíbulo.

Entraron en el parquin del chalé en el que vivía Yago con su hijo y sus 3 androides. Yago era un reputado biólogo genetista y además era uno de los socios propietarios y el director general de la fábrica de úteros, por lo que vivía a todo lujo y además le gustaba exhibir que así era.

No le había dirigido la palabra en todo el viaje, pero en el momento de parar el coche le habló.

Mira, tengo un hijo de 11 años que nunca ha visto una mujer real ni ha estado con ninguna, ni sintética ni real, pero no para de hacer preguntas y ya va siendo hora de que espabile, así que hoy te quedarás con él y le iniciarás. Y espero que lo hagas bien o tendrás problemas – le dijo en tono amenazante -.

Berta se quedó helada, puesto que nunca había estado con alguien tan joven, ya que todos sus clientes eran en su mayoría ancianos que venían de vuelta de todo y estaban hartos de hacer las mil y una con sintéticas, las cuales ya les resultaban demasiado para sus fuerzas y les mostraban indirectamente su decadencia, por lo que les gustaba estar también con mujeres imperfectas y que

 

aún estaban peor que ellos para así volver a sentirse superiores.

Al entrar en la casa se encontraron a las 3 sintéticas metidas en la cocina haciendo la cena y limpiando a fondo el horno y la campana.

¿Dónde está Ángel? – les preguntó Yago -. Está en su cuarto – le respondieron al unísono -.

Los informáticos tenían que mejorar un poco ese chip de criada, pensó Yago, ya que al llevar el mismo modelo las tres, hacía que respondieran a la vez y resultaba un tanto irritante.

Berta se las miraba con un cierto temor, puesto que no estaba muy acostumbrada a tratar con sintéticas, y como mucho se las había encontrado haciendo la compra en alguna tienda y apenas había intercambiado alguna palabra con ellas. Además, su juventud y perfección le resultaban intimidantes.

Subieron las escaleras y llegaron al primer piso. Entonces Yago hizo tres llamadas a la puerta que tenía enfrente, que estaba cerrada.

¿Qué pasa, qué queréis? – respondió Ángel creyendo que era alguna de las sintéticas -. Soy tu padre, sal un momento que quiero enseñarte una cosa. ¿Ya estás de vuelta? ¿Qué ha pasado? – y se oyó como se dirigía hacia la puerta y la abría -.

Entonces Ángel se quedó petrificado al ver ante sus ojos a Berta, pues no estaba acostumbrado a ver a una mujer así.

Su imagen de las mujeres eran las sintéticas, puesto que no había visto otra cosa, y aquella mujer le pareció como a medio hacer o algo deforme, puesto que era más bajita y más ancha y parecía tener bastantes más años que las sintéticas.

Mira, se llama Berta y es una mujer real. ¿No querías conocer a una? Pues aquí la tienes.

Ángel se quedó sin saber que decir hasta que al final le salió un “hola” casi inaudible.

¡Os voy a dejar solos eh!, y así os vais conociendo. Yo me voy abajo a tomar una copa y si me necesitáis para algo me llamáis – entonces le guiñó un ojo a su hijo y se marchó -.

Berta se quedó sin saber qué hacer ni qué decir, y así estuvieron un buen rato hasta que Ángel, tal vez para romper con aquella incómoda situación, le preguntó si quería pasar adentro.

Si gracias – respondió Berta, pues ya se empezaba a notar incómoda allí, en medio de aquel pasillo en el que podía aparecer cualquiera, y casi que se sentía más segura si

entraba con aquel niño en la habitación -.

Una vez adentro ella se sentó en la silla que había en un rincón y que era el único espacio libre de trastos en toda la habitación exceptuando la cama. Ángel era un niño muy inquieto que siempre estaba leyendo e inventando cosas, por lo que cada vez tenía más papeles y objetos desparramados por todo el cuarto. Así pues, a Ángel no le quedó otra que sentarse en la cama, pues aquella mujer acababa de ocupar el único sitio libre que quedaba.

¿Es verdad eso de que eres una mujer real? – le dijo con curiosidad -. Si, creo que sí. ¿Lo crees? ¿No estás segura? Pues no lo sé. ¿Qué otra cosa puedo ser sino? – le respondió Berta con resignación -. ¿Y no tienes pene? – se atrevió a preguntar Ángel, pues su curiosidad pudo más que su timidez -. No – dijo ruborizada Berta, pues ya se esperaba que le iba a pedir que se lo enseñara -.

Pero Ángel en aquel momento se notó incómodo y sintió cierta lástima por aquella mujer, que le pareció tan pequeña y vulnerable, pues apenas le debía pasar 2 ó 3 centímetros y se veía muy asustada. Era tan diferente de las sintéticas, que siempre aparecían fuertes y poderosas que tampoco parecía del mismo sexo que ellas, aunque también estaba a años luz de tener apariencia de hombre. Más bien era como una niña temblorosa con cara de adulta.

¿Vives solo con tu padre y con las sintéticas que estaban en la cocina? – le preguntó Berta para desviar la conversación -. Si, ¿y tú vives con alguien? No, tengo un apartamento pequeño al lado del trabajo. Trabajas en la casa de las muñecas reales, ¿verdad? Si ¿Y sois muchas? – le siguió preguntando Ángel, nuevamente excitado por la curiosidad -. Pues unas 60 ó 65, y hay otra casa de las muñecas más pequeña en otra parte de la ciudad, aunque no he estado nunca allí. ¿Y estáis allí toda la vida? – continuó preguntando Ángel -. Pues no lo sé, porque no he visto que nadie cumpla más de 40 años de edad allí. ¿Y eso por qué? ¿Es que se van a otro sitio? – dijo Ángel con más curiosidad todavía -.

 

 

 

Y entonces Berta se quedó callada y no pudo evitar que se le humedecieran los ojos.

¿Qué te pasa? ¿Es que da pena que se vayan? – dijo intrigado Ángel -. No es eso, es que cumplo 40 años el mes que viene ¿Y tú también te vas a ir?

Entonces Berta rompió a llorar mientras Ángel se la miraba sorprendido sin entender nada.

Es que creo que las matan o las raptan, no lo sé, pero nunca se vuelve a saber nada de ellas y todo el mundo actúa como si nunca hubieran existido – dijo Berta sollozando -.

Ángel la observaba con los ojos abiertos como platos intentando asimilar lo que le acababa de oír decir.

 

 


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