La última mujer real IV

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Pero qué dices, ¿cómo las van a matar? – le respondió con la voz entrecortada -. Sí, he preguntado alguna vez por ellas y me han respondido como si no supieran de quien estaba hablando y en alguna ocasión incluso me han amenazado, y me temo que yo voy a ser la siguiente y también desapareceré como si nunca hubiera existido. – dijo Berta sintiéndose liberada al fin por poder soltar sus pensamientos a alguien más -.

Entonces se oyó cómo llamaban a la puerta y resonaba la voz de Yago.

¿Va todo bien? Tendríais que ir terminando, que tengo que acompañar a Berta de nuevo y se está haciendo tarde – dijo con su tono autoritario de siempre -.

Los dos se miraron a los ojos e instintivamente notaron que se había creado un fuerte vínculo entre ellos. Era como si de repente hubieran descubierto que estaban en medio de una gran mentira y que sólo podían confiar el uno en la otra.

Ahora bajamos papá, déjanos solos unos minutos – respondió con seguridad Ángel, que en aquel momento acababa de despertar de su infancia -.

Los pesados pasos de su padre se alejaron escaleras abajo mientras les decía que no tardaran.

¿Eso que dices ocurre el mismo día en que cumplen 40 años? Sí, aunque a veces es un día antes o un día después, no me acuerdo muy bien – le respondió Berta, animada al ver que alguien se interesaba por aquello -. ¿Y se las llevan o cómo funciona? No lo sé, sólo sé que de repente un día ya no vuelven más. ¿Y tú cuándo los cumples? – le dijo Ángel mientras la miraba fijamente -. De aquí a dos semanas, el 4 de marzo - le respondió -.

 

Entonces Ángel se quedó pensativo y consultó una libretita que tenía en la mesita de dormir.

Esta semana no puedo faltar a clases, pues pasan lista a primera hora y si vieran que no estoy avisarían a mi padre, pero la que viene tengo clase de robótica el miércoles y allí no pasan lista, por lo que te podría ir a buscar y aún faltarían unos días para tu cumpleaños. ¿Me vendrías a buscar? ¿Y adónde iríamos? – le preguntó nerviosa Berta -. Te escondería en el sótano. Es enorme y nunca va nadie. Allí estarías segura.

De repente se volvió a oír como aporreaban la puerta, y la abrían de forma violenta. Era Yago.

¡Tenemos que irnos ya! – Y viendo que ya estaban vestidos cogió de la mano a Berta y la levantó de la silla de un estirón -.

Ángel los siguió mientras bajaban apresuradamente escaleras abajo o, mejor dicho, Yago llevaba casi arrastrando a Berta.

Entonces Berta se giró un momento antes de que salieran por la puerta y miró a Ángel, que le hizo un signo como señalándola, para dejarle claro que estaba en pie lo que le había dicho antes.

Ángel no durmió en toda la noche pensando en aquello y en cómo la podría esconder sin que ni su padre ni las sintéticas se dieran cuenta de nada.

Pero necesitaba saber más, por lo que pensó que debía visitar de una vez por todas la dichosa fábrica de úteros, así que decidió que se lo volvería a pedir a su padre por la mañana.

Aquella mañana Yago se sentía pletórico, pues, aunque le había costado una buena suma, ya había “iniciado” a su hijo al fin.

De hecho, los hijos de sus amigos también se iniciaban a esa edad más o menos, e incluso antes, por lo que se lo podría llevar a las orgías que se organizaban con las sintéticas y con alguna “real”, ya que siempre resultaban muy graciosas de ver por lo grotescas que resultaban al lado de las otras.

Ángel ya se imaginó lo que estaba pensando su padre, pues lo conocía muy bien, pero optó por seguirle el juego para ver si accedía a llevarlo a la fábrica de úteros.

Papá, ¿cuándo me llevarás a la fábrica de úteros? Ya estás otra vez con lo mismo – le dijo su padre con cara de agobio -, Y cambiando de tema, ¿qué tal te fue ayer con la real? – soltó con una sonrisa pícara. Bien, muy bien – dijo Ángel de mala gana -. Bueno, ahora me tengo que ir, que tengo una reunión. Ya hablaremos cuando vuelva – le replicó Yago con una amplia sonrisa de satisfacción -.

Y antes de salir se dirigió a las sintéticas para programarlas en el modo niñeras, aunque se detuvo y pensó que su hijo ya no lo necesitaba, pues ya era un “hombre”, y las programó al modo “seductor”.

Aquello ya fue demasiado para el pobre Ángel, pues las sintéticas se pasaron toda la tarde persiguiéndolo e insinuándosele de manera provocativa, así que optó por encerrarse con llave en su habitación.

Los días le parecieron eternos, pero los aprovechó guardando comida y acondicionando el sótano para cuando llevara a Berta a vivir allí.

El esperado miércoles ya se iba acercando y Ángel cada vez estaba más nervioso, aunque ya tenía ganas de que llegara. Y por fin llegó.

Se levantó temprano para coger el autobús para ir a la escuela como hacía cada día, y como su padre había dejado de programar a las sintéticas en el modo “niñeras”, ya no le acompañaban hasta la parada, por lo que pudo irse sin tener que simular que cogía el transporte.

Como ese día tenía clases de robótica, que eran totalmente prácticas, nadie se daría cuenta de su ausencia, o al menos durante bastante rato.

Así pues, cogió otro autobús que lo llevó hasta la “casa de las muñecas reales” y como había visto a Pablo, el propietario, alguna vez por casa con su padre, le pidió a un anciano que pasaba por la calle que preguntara por Berta y que lo avisara cuando ella saliera, y a cambio le dio dinero y le dijo que le daría más cuando hubiera cumplido con el recado.

El anciano accedió y llamó al timbre de la puerta mientras Ángel lo observaba desde el otro lado de la calle. Entonces vio como le abrían la puerta y entraba, pero volvía a salir al cabo de poco rato.

Ángel se acercó corriendo a él y le preguntó.

Me han dicho que no conocen a nadie que se llame Berta. – le dijo el anciano -. Eso no puede ser, si siempre está ahí – le respondió Ángel -. Pues me han dicho eso, así que yo he cumplido y me tienes que dar el dinero – le espetó agresivamente el anciano -.

Ángel le dio el dinero acordado, aunque se quedó con la duda de si el hombre le había mentido y no había preguntado nada, pues no le pareció una persona muy de fiar, así que optó por pedírselo a un chico algo mayor que él que pasó por allí en aquel momento y que tenía aspecto de tímido, pero la respuesta fue la misma.

Se la habían llevado, se adelantaron y había llegado tarde, pensó derrotado Ángel, y volvió a casa.


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