La última mujer real V

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Entró por la puerta sigilosamente para que no lo oyeran las sintéticas, pues no tenía ganas de volver a la escuela, y cuando se disponía a subir las escaleras para encerrarse en su habitación vio que la cartera de su padre estaba encima de la mesa del salón. Probablemente se la había olvidado, pues nunca salía sin ella, por lo que la cogió rápidamente, ya que no tardaría en volver cuando se diera cuenta de su olvido, pues allí tenía todos los códigos y tarjetas de acceso a la fábrica.

Salió corriendo de la casa y vio a lo lejos como se acercaba el coche de su padre, por lo que se escondió tras unos rosales que había en el jardín.

Su padre no se dio cuenta de su presencia, pues corría apresurado hacia la casa en busca de su cartera.

Entonces Ángel aprovechó para salir corriendo y alejarse rápidamente de la casa.

Cogió el metro e hizo varios transbordos hasta llegar a la fábrica de úteros, que estaba en las afueras de la ciudad, frente al gran bosque, ya que quería ver de una vez por todas lo que ocurría allí.

Mientras estaba sentado en el metro abrió la cartera y vio que estaba repleta de tarjetas con chips y bandas magnéticas, pero se fijó en una que destacaba de las otras y que era de color dorado y tenía el nombre de su padre, así que la cogió y se la metió en el bolsillo.

Aquel edificio era una enorme fortaleza llena de cámaras y vigilantes por todas partes, pero como entraba y salía tanta gente, pudo pasar desapercibido entre la multitud.

No sabía hacia donde se dirigía, pero como veía que empezaba a llamar la atención por su juventud, se acercó a un hombre y empezó a hablarle para simular que iba con él. Y entonces aprovechó para entrar adentro de un ascensor que acababa de abrir las puertas delante de él.

Bajó en la última planta, cuando ya no quedaba nadie más en el ascensor, y al salir vio que había colgado en una de las paredes un organigrama donde se indicaba cuál era la distribución de la fábrica, y casualmente había ido a parar a la sala de gestaciones.

Al fondo se veía una puerta enorme y sacó la tarjeta dorada que llevaba en el bolsillo, puesto que veía que al lado de la pared había un lector de tarjetas, y la pasó por él.

Entonces la puerta se abrió y pudo acceder al interior de aquella sala.

Estaba oscura y las paredes estaban repletas de cubículos que tenían una pequeña ventana delante que permitía ver en su interior un feto en gestación.

Siguió caminando a lo largo de aquella larguísima sala hasta que se encontró al fondo con otra

puerta que tenía otro lector y volvió a pasar la tarjeta dorada, pero esta vez no se abrió, así que miró en el interior de la cartera y rebuscó entre las otras tarjetas hasta que vio una que tenía un símbolo similar al que había dibujado en aquella puerta, y que era una especie de círculo con una cruz debajo, y entonces sí que se abrió la puerta al pasarla.

Aquella sala era más pequeña y había unas personas de espaldas en el fondo que hacían alguna cosa encima de una mesa, por lo que Ángel se escondió detrás de unas librerías a modo de columnas que había en un rincón. Parecía una especie de sala de operaciones y pudo oír como hablaban entre ellos.

¿Has seleccionado a las mejores? – dijo el hombre que parecía dirigir la operación -. Por supuesto – le respondió el otro -. Pues no parecen tener muy buenos ovarios así que los óvulos no deben de ser gran cosa. Bueno, a veces los que tienen peor aspecto son los mejores – dijo a modo de reflexión -. Bueno, creo que ya está. Estos crionízalos y llévate a los cuerpos – y mientras decía esto se quitaba los guantes y la bata y se dirigía hacia la puerta acompañado de dos de sus ayudantes mientras el otro se quedaba.

Entonces entró estrepitosamente otro hombre por la puerta y dijo.

Doctor, me preguntan si hay niñas para enviar a las casas de muñecas reales. No, no, eso es una fuente de problemas. Se acabaron las mujeres reales. Ya hemos creado unos nuevos androides que imitan a mujeres de carne y hueso y los parafílicos no notarán la diferencia. ¿En serio doctor? – dijo uno de sus ayudantes – ¿así ya no habrá más mujeres reales? No, por favor. Ya nos costó lo nuestro podernos librar por fin de las mujeres como para seguir arriesgándonos teniéndolas entre nosotros. ¡Es verdad! - Dijo riendo el otro ayudante -. Parece mentira que antes fueran la mitad de la población. Y así iba todo. Eran seres inútiles que nos arrastraban al atraso. Débiles y quejicas. Incapaces de hacer trabajos duros e intelectualmente inferiores. Nunca aportaron nada, y a partir de la creación de los úteros artificiales ya fueron completamente prescindibles. Ni siquiera servían para el sexo y se deterioraban muy rápido. Nuestras sintéticas las

superan en todos los sentidos. Bueno, vamos, que hay una partida de reales que hay que

retirar -  y salieron de la sala -.

Ángel no se acababa de creer lo que había oído. Así que era cierto lo de que habían existido las mujeres reales, además las iban a eliminar, y decían también que había una partida de reales para retirar y entonces pensó en Berta.

El ayudante que se había quedado para recoger la mesa de operaciones parecía haber terminado y salió también de la sala dejándolo todo a oscuras. Entonces Ángel se atrevió a salir de su escondite y no pudo evitar ir hacia la mesa de operaciones para ver lo que habían estado haciendo.

Había unas enormes neveras donde probablemente se guardaban los ovarios y los óvulos criogenizados que decían antes, pero no advertía de donde los podían haber sacado.

Entonces vio un tanque inmenso al fondo y se acercó para intentar asomarse y ver lo que había en su interior, pero estaba muy alto y todo estaba muy oscuro. Cogió una de las sillas que había en el principio de la sala, la llevó hasta el tanque y se subió a ella.

Estaba todo a oscuras y no podía ver nada, por lo que se decidió a encender la luz aun a riesgo de ser descubierto, pero tenía que ver lo que había en aquel tanque. Cuando se volvió a asomar casi se cae del impacto. Aquel tanque estaba repleto de cadáveres de bebés de niñas con el vientre abierto y sin ovarios.

El ayudante que se había quedado para recoger la sala de operaciones entró de repente, pues había visto la luz desde el pasillo y creía que se la había dejado encendida, pero entonces vio a Ángel subido a la silla.

 


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