La última mujer real VI

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Ángel, viéndose descubierto, bajó corriendo de la silla, pero aquel hombre le taponaba la salida. Había un botón de alarma en un extremo de la pared, pero el ayudante no se atrevía a ir hacia allí, pues el niño podría entonces escapar por la puerta, pero pensó que no le daría tiempo a llegar hasta ella, puesto que estaba en el extremo de la sala, por lo que se arriesgó, pero subestimó la velocidad de las piernas de Ángel, que consiguió salir corriendo por la puerta antes de que aquel hombre le atrapara. Ángel bajaba las escaleras casi volando mientas el ruido ensordecedor de la alarma sonaba por todo el edificio. Entonces se detuvo un momento en otro panel en el que había de nuevo la imagen del organigrama de la empresa y vio que en la primera planta había una habitación en la que ponía “sala de retiro”. “Retirar”, recordaba que esa era la palabra que había empleado el médico para referirse a la partida de mujeres reales que había que eliminar, por lo que memorizó aquella imagen y siguió bajando como un relámpago por las escaleras, que estaban rebosantes de

 

trabajadores que bajaban espantados por el sonido de la alarma. Cuando llegó a la primera planta entró en busca de aquella sala y no tardó en dar con una enorme puerta en la que había un cartel en el que ponía “sala de retiro”. Sacó la tarjeta dorada del bolsillo, la pasó por el lector y la puerta se abrió. Allí dentro había una docena de mujeres que lloraban abrazadas en espera del trágico destino que les esperaba, pero ninguna de ellas era Berta. Cuando vieron la puerta abierta salieron corriendo al exterior, pero Ángel siguió adentrándose en aquella sala.

Había otra puerta al fondo y la abrió también con la tarjeta dorada. Y allí se volvió a encontrar de nuevo con el doctor y sus ayudantes, … y con Berta.

En el fondo de la sala había unos frigoríficos inmensos donde guardaban criogénizados los cuerpos de las últimas mujeres para la posible investigación y experimentación que se pudiera hacer en un futuro, y para conservar los últimos ejemplares que habrían existido de mujeres reales.

Aquellos hombres se giraron sorprendidos de ver a aquel niño en la sala. Entonces Berta aprovechó para saltar de la camilla donde la habían obligado a echarse, se arrancó todas las vías y electrodos que llevaba conectados y se fue corriendo hacia Ángel, y juntos salieron disparados por la puerta.

El doctor y sus ayudantes los persiguieron y avisaron a los guardias de seguridad para que cerraran todas las puertas de salida, ordenándoles bloquear los lectores de las puertas para que no se pudieran abrir con las tarjetas que llevaba aquel niño. Pero Ángel y Berta consiguieron abrir una de las puertas de salida antes de que se desactivaran los lectores y salir al exterior, y cuando los guardias ya estaban dispuestos a disparar se oyó una voz que decía:

¡No disparen! Es mi hijo. ¡Dispárenla a ella, pero a mi hijo no!

Era el padre de ángel que acababa de llegar y que ya estaba informado de lo que había sucedido.

¡Alto el fuego! Podrían darle al hijo del director. Ya les cogeremos después, pero no disparen. – dijo uno de los guardias que parecía llevar el mando -.

Y Ángel y Berta se sumergieron en el frondoso bosque que estaba a espaldas de la fábrica y que era el final de la ciudad.

Salieron varias partidas a explorar aquel bosque, pero nunca volvieron a encontrar una sola pista sobre ellos dos.

Los nuevos Adán y Eva eran un niño de 11 años y una mujer de 40, que era la última mujer real que quedaría pronto sobre la tierra.


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