Idelia, el pueblo de los niños silenciosos I

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La madre de David, Teresa, hacía tiempo que quería llevar a su hijo a un especialista, pues consideraba que su comportamiento no era normal. Si bien hablaba y parecía adquirir todos los ítems evolutivos en su tiempo correspondiente, había alguna cosa que no iba bien. También en la guardería le decían que había algo que no acababa de funcionar, aunque no sabían muy bien lo que era. Pero como tampoco resultaba algo demasiado llamativo prefirió olvidarse, en espera de que el niño ya evolucionaría por sí mismo con el tiempo. Pero un día, cuando David tenía ya 6 años y había iniciado sus estudios primarios, lo fue a recoger a la escuela y estalló su primera revuelta.

Ya no quiero volver más a la escuela – dijo David-.

A Teresa al principio incluso le hizo gracia y riendo le preguntó el porqué.

Estoy rodeado de gente violenta que no para de molestarme. ¿Qué gente? – dijo Teresa. Pues los otros niños. Mira lo que me ha hecho una niña.

Y le mostró un trozo de plastilina enganchado en el pelo y la marca de un mordisco en un brazo.

- ¡Uy sí! - exclamó su madre preocupada -. Mañana hablaré con tu maestra.

- ¡Me da igual! ¡Allí no vuelvo más! – dijo David de manera contundente -.

Teresa no le dio mayor importancia y se dirigió hacia la cocina para prepararle la merienda, pero mientras estaba allí enfrascada en sus quehaceres le pareció oír que David hablaba con alguien y asustada corrió hacia el salón. Y allí se lo encontró con el auricular puesto en la oreja hablando.

¿Se puede saber con quién hablas? Y le arrebató de las manos el teléfono para ponérselo en el oído. ¿Quién es? ¿Con quién hablo? – preguntó Teresa -. Señora, está usted hablando con la policía. ¿Se puede saber de qué gente violenta habla su hijo? Dice que le han enganchado no sé qué en el pelo y algo de un mordisco...

Entonces tapó el auricular con la mano y en voz baja le preguntó si había sido él quien había llamado.

Sí. Como he visto que tenías el número apuntado debajo del teléfono junto con el de los bomberos, pues he llamado para que detengan a esta gente tan agresiva. ¿Señora, se puede saber qué es lo que está pasando? ¿Cuántas personas viven en la casa? Ahora enviaremos una patrulla para allá – se oyó que decían los policías -. ¡No, no, vivimos los dos solos, no hay nadie más, sólo es una broma del niño! ¡No es necesario que vengan! – respondió nerviosa Teresa -.

Evidentemente que fue la policía, inspeccionaron al niño para ver si tenía marcas de maltrato, e incluso hicieron un informe completo sobre el incidente de la plastilina y el mordisco.

A la mañana siguiente David se levantó, desayunó, vistió, y realizó todas sus rutinas diarias, pero cuando su madre se dirigió hacia la puerta para llevarlo a la escuela, le dijo.

¿Adónde vas? ¿Cómo que adónde voy? ¡Vamos a la escuela! – respondió su madre -. Ya te dije que no pensaba volver allí. Haré mis estudios a distancia. -dijo vehementemente-.

El espectáculo de una mujer arrastrando por la calle a un niño pequeño que no paraba de chillar fue demasiado para ella, de modo que se rindió y optó por volver a casa. Diría a la escuela que se había puesto enfermo y llamaría a un psicólogo infantil muy bueno que le habían recomendado hacía tiempo, pero que no se había atrevido a llamar nunca. El psicólogo aceptó a visitar al niño aquella misma tarde cuando acabara las consultas que tenía programadas, así que estuvieron esperando en la salita un buen rato. Allí había muchos más niños. Todos callados y tranquilos. Jugaban a sus cosas pacíficamente. Parecía un consultorio de adultos más que de niños, pensó Teresa. Entonces los llamaron para entrar.

Dígame, ¿cuál es el problema? – dijo el psicólogo.

Teresa le relató el incidente del día anterior, aunque el hombre parecía que ni tan solo la escuchaba, y antes de que terminara la interrumpió.

Ya…, no siga. He oído muchas historias similares. Ya sé lo que le pasa. ¿Como? ¿Ya lo sabe? ¿Sin examinarlo ni nada? ¿Y es algo grave? Pues no sé si es grave o no, pero cada vez hay más casos así. Debe de ser alguna especie de mutación genética o algo ambiental (dijo como pensando en voz alta). Su hijo tiene el síndrome de la persona noble. – expuso finalmente -. ¿Qué? ¿Qué síndrome es ese? ¿Tiene cura? ¿Qué le pasará? – dijo alterada Teresa -. No lo sabemos, porque los casos registrados de más edad sólo tienen 10 años, pero no parece tener cura. Aun así, no es nada grave que atente contra su salud.

Los días que siguieron fueron una prolongación de lo mismo. David se negaba a ir a la escuela, hasta que finalmente accedió resignado a los deseos de su madre. Pero lo más curioso era que en casa era un niño perfectamente correcto, siempre dispuesto a ayudar y a escuchar a su madre. Finalmente, cuando David tuvo 10 años, Teresa, viendo el enorme sufrimiento que parecía producirle la escuela, decidió que tal vez tenía razón y que lo mejor era sacarlo de allí y que continuara su formación a distancia. Pero quiso consultar nuevamente con el psicólogo para saber si aquello le podría perjudicar.

Aquí es obligatoria la escolarización hasta los 16 años. Tendría que irse a otro país para hacer eso. – le dijo el psicólogo -. Pero yo no me puedo ir. Aquí al menos tengo una casa - respondió Teresa -. ¿Esto es porque es superdotado verdad? Hacía tiempo que estaba esperando esa pregunta, pues es lo primero que me dicen los padres. No hay duda de que es un niño inteligente, pero no se trata exactamente de eso. ¿Entonces qué es? ¿Qué le pasa? – dijo nerviosa Teresa -. Pues simplemente que él es como se tiene que ser. Ni más ni menos. ¿Cómo? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Como hay que ser de qué? Pues que él no es el problema. El siempre actúa de manera correcta. Es el ser humano perfecto: honesto, educado, justo, coherente.... el problema son los demás – respondió con tristeza el psicólogo. ¿Pero qué quiere decir con esto? ¿Es que no se sabe adaptar ni relacionar, es este el problema verdad? – preguntó aún más nerviosa Teresa -. La cuestión es “adaptar a qué”: ¿a la agresividad, a la envidia, al egoísmo, a la maldad...? Lo que le pasa a su hijo es que ve esto cada día con una nitidez cristalina, y sabe que ni la policía, ni la justicia ni nadie le va a ayudar, puesto que es la norma.

Teresa se fue de allí aún más confundida. ¿Su hijo se tenía que convertir en una mala persona para poder sobrevivir en sociedad?


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