Idelia, el pueblo de los niños silenciosos II

Cundo llegó a casa se encontró a David que la estaba esperando con la cena preparada y con una extraña expresión en la cara, como si le quisiera decir algo muy importante.

Tenemos que hablar mamá. Esto no puede seguir así. Ya no soporto más a toda esta gente. Pero no sufras por mí - dijo a ver la cara de tristeza de su madre -. No soy el único a quien le pasa. Ya hace tiempo que hemos hecho un grupo por internet de personas que somos así y hemos decidido que esta sociedad no nos interesa. ¿Y qué queréis hacer? – dijo su madre con voz derrotada-. Simplemente nos iremos. Hemos juntado todos nuestros ahorros y nos vamos a ir a un pueblecito de montaña abandonado que hemos localizado y que llamaremos Idelia. ¿Pero qué dices? ¿Qué ahorros pueden tener unos niños? ¿Y de qué vais a vivir? – dijo su madre con la voz entrecortada. Ya lo tenemos todo organizado. No necesitamos mucho, cultivaremos la tierra y tendremos animales de granja, y sólo nos falta reformar un poco las casas, así que nos iremos mañana mismo. ¿Puedo yo venir con vosotros? – dijo con cierta esperanza Teresa-. No mama. En este sitio sólo podemos vivir los que somos así.

A la mañana siguiente David recogió sus cosas y bajó a la calle acompañado de su madre. Allí le esperaban una veintena de niños e iban a reunirse con varios grupos más. No dejaron que los acompañara nadie que no fuera como ellos y se dirigieron hacia las afueras de la ciudad.

Nadie los buscó, pues en cierto modo resultaban molestos, y no se volvió a saber de ellos, pero cada cierto tiempo, los nuevos “niños nobles” que iban subiendo también desaparecían un buen día para ir a Idelia, el pueblo de los niños silenciosos.